Uno de los hábitos que he adquirido en esta pandemia y el subsecuente confinamiento es el de escuchar podcasts (archivos de audio que se graban y publican de forma periódica en internet, para transmitir informaciones y reflexiones sobre un tema), mientras camino por mi breve azotea como un perro desfogando su energía. Hace poco me topé con uno acerca de la noción de “cuidado”. Me hizo reparar en que el marketing nos vienen bombardeando desde hace décadas con una versión centrada en el cuidado personal: “cuídate de las arrugas con esta crema”, “cuida tu apariencia con esta marca de ropa”, “cuida tu estado físico en este gimnasio”, “cuida tu red de contactos utilizando esta aplicación”, etcétera.
El propio Gobierno peruano, una vez desatada la peste, la enfrentó con el eslogan #Cuidatusalud. Complementando esa estrategia con recomendaciones como #YoMeQuedoEnCasa y múltiples variantes del enfoque personalizado, tuteo incluido.
El gran problema de este acercamiento individualista, como los lectores ya lo habrán intuido, es que precisamente descuida a los otros. A estas alturas ya todos sabemos que de esta salimos juntos o no salimos. Es decir, cuidar a los demás es, más que una exigencia altruista, un factor esencial para la supervivencia. El principal sustento para este argumento es la facilidad de contagio del virus.
En una comunidad fracturada como la nuestra, este requerimiento enfrenta múltiples obstáculos. Desde aquellos provenientes de la realidad material (transporte público, infraestructura de salud, informalidad, etcétera), hasta los correspondientes a la realidad psíquica. Para quienes piensen que la tragedia en la discoteca Thomas o la “danza de la muerte” en el cementerio se explican por provenir del ámbito de los sectores menos concernidos con el cuidado de los demás, les narro una anécdota referida por una persona de una familia acomodada en San Isidro.
El chofer anuncia a la persona en cuestión que dejaba el trabajo. Al preguntarle por sus motivos, este señor le explicó: “Sus hijos –veinteañeros– entran y salen de la casa, invitan gente, acuden a parrilladas y reuniones. Cuando traigan el coronavirus, Ud. se podrá internar en una costosa clínica. Yo tendré que hacer una cola interminable en el Rebagiatti, acaso muriendo ahogado antes de ser atendido. ¿Comprende por qué debo irme?”.