Del Estado no se puede esperar mayor cosa en estos tiempos. La pandemia ha desnudado las terribles carencias logísticas y funcionales de una burocracia ineficiente e indolente frente a las mínimas necesidades del pueblo.
Frente a la grave encrucijada por la que pasamos, lo que corresponde es acudir a ese gran motor de crecimiento social que es la empresa privada y su intrincada red de proveedores, consumidores, conocimiento adquirido y flujo de capitales.
El gobierno de Vizcarra adolece de un prejuicio ideológico respecto de la empresa privada. Amparado en el desprestigio que ha afectado al empresariado por los casos terribles de corrupción del entramado Lavajato, Vizcarra parece creer que mientras más lejos posible esté del capital le irá mejor en su gestión y, sobre todo, en sus niveles de aprobación.
Y se equivoca en ese trance. Porque la inversión privada y su inventiva de negocios bien le podría ser de mucha utilidad no solo para recuperar la economía y aliviar los costos de la honda recesión que se nos viene encima, sino también para atender mejor que el anquilosado Estado que dirige, la pandemia en curso.
Ya se permitió tímidamente que empresas privadas participen en la logística de reparto de canastas. Debería irse más allá e incluir también el reparto de los bonos, cuya primera fase aún no culmina de ejecutarse y ya se impone una segunda etapa por la prórroga de la cuarentena. O la importación de medicamentos e insumos médicos, como las pruebas moleculares y rápidas. Y especialmente en la trazabilidad y supervisión de los casos que se detecten (hasta el momento se ha hecho poco o nada, porque el Estado no ata ni desata).
Fue excesivo el parón inicial, la cuarentena medieval que las propias limitaciones del régimen impusieron. Otros países, con mejores resultados sanitarios que el Perú, no lo hicieron así y no muestran por ello el colapso productivo que nosotros sufriremos (con suerte la caída del PBI el 2020 será el 12% anunciado por el Banco Mundial), cuyo impacto será recuperable, con suerte, recién a partir del 2022.
Es hora de retomar la iniciativa en ese sentido y eso pasa por cambiar radicalmente la perspectiva, por confiar en el empresario privado, por permitirle ayudar en las labores públicas, por permitirle actuar con libertad, sin tanta traba y regulación asfixiante, por acompañarlo en procesos que requiera del Estado (por ejemplo, en la obtención de licencia social en los grandes proyectos mineros paralizados, cuyo impulso bien podría compensar la recesión que sobrevendrá).
Solo la antojadiza visión de algunos ministros liderados por el premier Vicente Zeballos puede creer que estamos en tiempos de reversión del modelo, y ante el advenimiento de un nuevo orden social, forzadamente igualitario e inclusivo. Es tiempo más bien de ahondar el proceso que nos ha llevado en las últimas décadas a ser un país viable, con menores tasas de pobreza, desempleo y desigualdad. Y ese camino no puede ser ajeno al correcto desarrollo de las libertades económicas y el despliegue de toda la potencia empresarial.
-La del estribo: indispensable leer Abelardo Oquendo: la crítica literaria como creación, la compilación de buena parte de las columnas y artículos escritos a lo largo de más de cincuenta vitales años por un gran intelectual, autor de serena inteligencia, enorme lucidez y obsesivo sentido de la sindéresis. Ya se encuentra en versión electrónica en www.fondoeditorial.pucp.edu.pe y pronto en versión impresa. Edición a cargo de Alejandro Susti.