La estructura unicameral, ahora sin reelección posible, un periodo de vigencia corto, elecciones a la vuelta de la esquina, y encima una situación de pandemia que le resta la atención de la ciudadanía, generan un Parlamento ansioso por dictar medidas de impacto y efectistas: se plantean tres proyectos de ley regulatorios al día (se han presentado más de 180 a la fecha), ni siquiera pasan por comisiones, se aprueban rápidamente, generan consenso entre las bancadas y responden a problemas muy puntuales.
No obstante ello, en verdad este Congreso es tan esencialmente populista como casi todos los anteriores, desde 1980 hasta la fecha. En particular, lo es tanto como los que hemos visto en funciones desde los 90 hasta el presente, al amparo de la nueva Constitución.
La gran diferencia entre lo que pasa en estos momentos, con un Legislativo desatado en cuanto a la celeridad y el cúmulo de iniciativas disparatadas en materia económica, respecto de épocas anteriores, es que el gobierno no ejerce ningún predominio sobre la escena legislativa.
Vizcarra no tiene bancada ni parlamentario alguno, pero bien podría disponer de operadores políticos que coordinen con las agrupaciones partidarias y que establezcan un juego político y un diálogo operativo, que le podrían permitir controlar los disfuerzos y prevenir los dislates.
Pero el gobierno no lo hace (ni siquiera se producen telefonazos con congresistas relativamente afines, como pueden ser los pertenecientes a la bancada morada o eventualmente de Alianza para el Progreso).
Toledo estableció un pacto con el FIM y con la presencia de ministros políticamente eficaces logró controlar el temido desembalse congresal de iniciativas populistas que muchos temían luego de la implosión del fujimorismo. Alan García pactó tácitamente con los fujimoristas y así le plantó cara a devaneos de ese tipo. Sus gabinetes fueron además muy duchos en manejar buenas relaciones con el local de la plaza Bolívar.
Humala designó a Nadine Heredia como la gran operadora política suya frente al Congreso y así logró domesticar a una bancada propia de orígenes izquierdistas y en algunos casos radicales. Así, pudo gobernar con ortodoxia macroeconómica sin mayores sobresaltos.
Kuczynski ejercitó el poder bajo extrema consideración a su contrapeso legislativo. Demasiada, a juicio de muchos. Zavala desde el Premierato, Alfredo Thorne y Claudia Cooper, en el MEF, dedicaron buena parte de su tiempo a lidiar con el Congreso.
A Vizcarra le interesa tan poco el tema congresal que ni siquiera presentó lista parlamentaria en las elecciones postdisolución. Quienes creían que lo hacía justamente para no enervar sus futuras relaciones con el Congreso se equivocaron: simplemente no parece importarle.
Exhibe, además, una notable ausencia de equipos tecnocráticos del MEF capaces de hacer correctos lobbies parlamentarios, que propendan a la aprobación de normas de interés del Ejecutivo y que a la vez inhiban la irrupción de proyectos disparatados surgidos de la febril imaginación de parlamentarios novatos, sin mayor oficio y con mucho beneficio.
Como se ha dicho, un Congreso populista no supone una “nueva normalidad” política. Siempre ha existido. La diferencia es que el antivirus –un Ejecutivo presto y potente- está fallando y no actúa para inmunizar el proceso. Así, la pandemia populista se desata.
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