El 9 de diciembre de 1983 no había nada que celebrar. La crisis económica agobiaba a millones de peruanos. El brutal fenómeno El Niño quebró el fisco. Los atentados terroristas de Sendero Luminoso ponían en jaque al país y al segundo Gobierno del arquitecto Fernando Belaunde Terry. En ese entorno, una sola noticia conmovió a los peruanos: el santuario histórico de Machu Picchu fue declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad, entre otras razones, por representar una obra maestra del genio creativo del ser humano. Contiene fenómenos naturales y zonas de belleza natural e importancia estética excepcionales. Es un ejemplo destacado que representa procesos ecológicos y biológicos en la evolución y el desarrollo de ecosistemas terrestres, de agua dulce, y de comunidades de plantas y animales. Pero no hay mucho que celebrar. Hoy en día Machu Picchu está amenazada por el afán de lucro de las autoridades locales y culturales del país.
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Celebramos el 40 aniversario de la declaración de Machu Picchu como Patrimonio Mundial. Desde su redescubrimiento en 1911, por Bingham, el lugar ha convocado el interés de los investigadores y recibe un número creciente de visitantes, todos cautivados por la belleza de su conformación arquitectónica, unida al halo mágico que le otorga su espectacular implantación en un paisaje sobrecogedor. Machu Picchu constituye el “aposento real” más espectacular. Es decir, un establecimiento dedicado a la residencia temporal del inca y de su corte, tal como se puede deducir de la magistral concatenación de fuentes rituales y la destacada presencia de una decena de rocas sagradas, algunas finamente talladas y dispuestas en espacios centrales, como es el caso del Intiwatana. Sin embargo, este trascendente aniversario es también ocasión para un balance y reflexión crítica, cuando se advierte que intereses mercantilistas priman sobre los compromisos de su conservación y gestión sostenible, mientras las instancias estatales a cargo de su tutela relajan las normas y se pliegan a intereses subalternos.
Celebramos con orgullo los 40 años de la declaración de Machu Picchu como Patrimonio Cultural de la Humanidad, por el Centro de Patrimonio de la Unesco. Esta declaración ayudó a darle el carácter mundial y el reconocimiento en la más alta categoría de monumentos culturales, lo que ha atraído a millones de turistas a visitar nuestro sitio y nuestro país. Quiero reflexionar sobre el impacto económico local y nacional que tiene Machu Picchu y la proyección hacia el futuro. El novedoso sistema creado por el Ministerio de Cultura permite una capacidad de carga dinámica de 4.500 personas diarias que visitarán el monumento, es decir, 1.600.000 visitantes anuales. Si cada uno de estos visitantes permaneciera cinco días en el Perú y gastara 100 dólares diarios, la cifra bordearía los 800 millones de dólares anuales. Lo recibimos como herencia de nuestra cultura ancestral, no hemos tenido que invertir millones, viene del pasado como un regalo que debemos cuidar porque es el patrimonio que mejor nos representa a todos los peruanos.
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La arqueología en el Perú es noticia de primera plana. La prensa, en los últimos 150 años, ha ido construyendo un imaginario donde nuestro frágil presente está construido sobre las sólidas bases de nuestro pasado. Y nada ha contribuido más a esta narrativa como la llaqta sagrada de Machu Picchu. Pero ¿cuán excepcional es nuestro tesoro nacional? Es común en la prensa comparar cualquier nuevo hallazgo arqueológico con los “estándares internacionales”. Toda tumba grande e importante suele ser proclamada como más rica que la tumba de Tutankamón; toda estructura se compara con las pirámides de Giza, y toda ciudadela suele ser más impresionante que Machu Picchu. Pero ninguna tumba se acerca a la riqueza y opulencia de la tumba del joven faraón egipcio, ninguna estructura se acerca a la precisión astronómica de las pirámides; y ninguna ciudad sagrada se compara con la llaqta de Machu Picchu. Y no es exageración. Kuelap, Caral, Choquequirao, Chan Chan, Pachacámac y otros grandes restos arqueológicos son impresionantes, pero no son ni la sombra de Machu Picchu. Y no solo es el monumento mismo, es su entorno y su ubicación privilegiada, es la belleza de sus piedras y muros.