Ahora el clima es perfecto. Es una mañana apocalíptica y se avecina un horizonte distópico. Granulados por los píxeles de la webcam y el lag de la señal de Zoom, nuestros rostros se encuentran y se saludan con cierto desfase. Marta Peirano, o la imagen digital de Marta Peirano, se alista para explicar de qué hablamos cuando hablamos de tecnología y poder. Ella es ensayista, periodista, columnista de El País y autora de libros como El enemigo conoce el sistema (2019) y Contra el futuro (2022). En unos días participará en el Hay Festival Arequipa 2023 para hablar de soberanía tecnológica, medio ambiente, democracia y, claro, tecnología y poder.
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¿Qué significa la relación entre tecnología y poder?
Es cómo se usan las tecnologías y las infraestructuras para ejercer el poder sobre grupos pequeños de personas o grupos grandes de personas. Cómo utiliza la tecnología un marido o una mujer para vigilar a su pareja o a sus hijos. O cómo utiliza la tecnología un Gobierno para vigilara la población o para controlar a un colectivo dentro de la población. Ahora mismo, en el conflicto entre Israel y Palestina, hay un montón de ejemplos de cómo se utiliza la tecnología para ejercer el poder, tanto por parte de Israel como por parte de Hamás, así como por parte de los Estados Unidos y de los emporios mediáticos. Hay mucha gente utilizando tecnología para ejercer el poder de maneras distintas con objetivos más o menos diferentes.
¿Qué posibilidades tienen hoy los periodistas para cumplir el rol de informar?
Llevo casi 30 años trabajando, y desde que entré a trabajar en mi primer periódico, el periodismo está en crisis. Veo una realidad de periódicos que han perdido muchos recursos, que han despedido a periodistas experimentados, que han contratado a mucha gente que tiene, a lo mejor, más destreza a la hora de mover contenidos en redes sociales, pero menos destreza a la hora de distinguir una noticia falsa de una verdad.
Ahora estamos viendo que gente que viene de otras disciplinas, como la arquitectura, el diseño, el arte, incluso la música, está utilizando tecnologías digitales para crear análisis forenses completamente novedosos de acontecimientos, de espacios, de lugares donde ha caído una bomba, para hacer una investigación de la realidad que lleva al periodismo mucho más allá.
Mi consejo para los 'pequeños castores del periodismo', como los llamo yo, es "no te quedes mirando Twitter en la redacción, ve a talleres, aprende a trabajar con información que viene de los satélites, a trabajar con información que puedes encontrar en los foros”.
¿Estamos condenados a que las herramientas digitales se usen en nuestra contra?
Siempre que llegan tecnologías nuevas, hay un periodo de adaptación, en el que no tenemos los “anticuerpos” apropiados para gestionarlas. Y esto ha pasado desde el telégrafo hasta la energía atómica: siempre hay un periodo en el que pasan un montón de cosas horribles.
Esos periodos de reajustes con necesarios. Yo lo veo como un videojuego. La primera pantalla que te pasas, generalmente te la pasas después de haber muerto tres o cuatro veces, pero de cosas muy pequeñas. Ahí aprendes la dinámica del juego. A partir de ahí, los problemas que te presentan son cada vez más grandes. Las herramientas que has aprendido en la primera pantalla te sirven para la última, pero necesitas todas estas pantallas para poder pelear con verdadera agudeza.
Una de las nuevas dinámicas en el periodismo es el fact checking, que busca combatir la desinformación...
He sido critica con el proyecto de verificadores en general, porque siento que no cumple el objetivo que venía a cumplir. No sirven para parar la desinformación. Pero sí que sirven para identificar patrones. Si veo las falsedades que han detectado en las elecciones de Brasil, me puedo preparar para las siguientes elecciones en España, porque sé que van a ser muy parecidas. Hay un proceso de detección de patrones que nos “inocula”. Estos son los anticuerpos que necesitamos para desarrollar algún tipo de cultura mediática.
"Todos los modelos de IA aspiran a convertirse en nuestra interfaz para todo: tratar con los bancos, hacer los deberes, ir al médico, hacer las cosas del trabajo. Foto: Archivo/La República
¿Es la desinformación en redes sociales el problema o es el síntoma de algo mayor?
Pienso que es un síntoma de un estado crítico de desigualdad profunda que anuncia un apocalipsis social. Vivimos en un estado de indefensión rabiosa que hace que ya nos dé igual la realidad. Es decir, lo que haces es transformar la realidad en un gestor de tus emociones. Abrazas una realidad que te hace sentir bien porque confirma tu rabia, porque te conecta con otras personas enfadadas, con tu propia rabia interior, y te deja manifestarla a través de políticos como Donald Trump. Las noticias se convierten en herramientas de gestión emocional para gente furiosa, enfadada, indefensa y asustada.
¿Qué le espera a la generación que viene y que ya tiene las redes sociales dentro de su chip?
Históricamente, podemos esperar que la generación que viene esté más preparada que nosotros, que entienda que este entorno mediático está lleno de toxicidad, que desarrolle su propio músculo de identificación. O sea, que venga un poco inoculada de base.
Me preocupa este momento en el que hay modelos de inteligencia artificial capaces de generar grandes cantidades de desinformación de forma completamente gratuita, creíble, generando además imágenes en video. Pero, sobre todo, me preocupa que el 99% de ese contenido sintético es pornografía no consentida. En España tuvimos un caso de unos niños que habían generado pornografía no consentida de docenas de compañeras de clases. Algunas de ellas tenían 11 años.
El hecho de que sea sintético, y que todo el mundo sepa que no es cierto, no rebaja la degradación. Da igual que sea mentira. Aquí hay un problema que en realidad no es técnico, aunque se manifieste gracias a la tecnología. Es un problema en el que estamos degradando nuestras relaciones sociales, las instituciones, la educación, la sanidad, la política, la democracia, etcétera, de una manera que indica que no somos conscientes de lo peligrosa que es esa degradación.
Esa generación es también la que está explotando este mal uso. ¿Ellos son los que van a tener más “anticuerpos” o serán nuevos villanos más especializados?
Yo pienso que la generación vendrá más preparada, precisamente porque los chicos que están haciendo estas cosas están siendo castigados. Ellos están siendo el sacrificio que nos enseña que meter el dedo en una llama hace daño, y la generación que viene ya no tendrá que hacerlo.
Necesitamos enseñar a los niños que cuando degradas a una compañera de clase, eso tiene un impacto en su vida, porque ellos no lo saben. Están jugando con herramientas que les vienen grandes porque no entienden las consecuencias de su uso, pero nosotros sí.
¿Qué futuro les espera a las redes sociales? ¿Una mayor regulación o una anarquía del algoritmo?
Claramente, estamos en el final de un ciclo. Google está en juicio con el Departamento de Justicia estadounidense por prácticas anticompetencia. Meta está en juicio con los fiscales de 41 Estados por dañar la salud mental de los niños deliberadamente. La red social está ahora mismo en juicio. Es evidente que el tiempo de las grandes plataformas sociales como Facebook, Instagram y Twitter se está acabando.
¿Qué pasa? Que llega el tiempo de ChatGPT. Es capitalismo de plataformas, pero mucho más especializado: “Yo te ofrezco un servicio gratis o muy barato para que tú hagas una cosa muy guay que antes no podías hacer, pero me quedo con todos tus datos, me entero de todo lo que haces y lo comercio como me da la gana”. Esto es exactamente lo que está haciendo ChatGPT. Lo que pasa es que ya no es gratis. Ahora tienes uno gratis y otro que te cobra, y los dos se quedan con tus datos.
Todos los modelos de IA aspiran a convertirse en nuestra interfaz para todo: para tratar con los bancos, hacer los deberes, ir al médico, hacer cosas del trabajo. Aspiran a convertirse, como dicen en El señor de los anillos, en “el anillo que lo rige todo”. Las plataformas anteriores se quedaban con nuestras comunicaciones, pero este se queda con nuestros pensamientos más íntimos. Ya no necesitas un millón de followers porque ya tienes una voz que te entiende, que te escucha, que sabe quién eres, en un momento en el que una de las consecuencias directas de la desigualdad y de las plataformas digitales es una epidemia de soledad.
Empieza una era mucho más oscura en la que seguirá habiendo una plataforma, o varias, que lo sabrán todo de nosotros, que comercien con esa información de forma mucho más opaca e insidiosa, pero nosotros ya no tendremos grandes grupos con los que nos relacionamos y con los que montamos movimientos sociales.
"Todos los modelos de IA aspiran a convertirse en nuestra interfaz para todo: tratar con los bancos, hacer los deberes, ir al médico, hacer las cosas del trabajo. Foto: Archivo/La República
¿Qué pequeños actos de resistencia podemos tener los ciudadanos promedio para protegernos?
Yo siempre digo lo mismo: sal al pasillo y habla con tus vecinos. Hemos pasado veinte años sometidos a unas tecnologías que te arrancan del lugar en el que estás físicamente —donde están tu familia, tus vecinos, tus compañeros, tu pareja, tus hijos: esa gente a la que dejas de hacer caso cuando sacas el móvil— y nos conectan con una comunidad que parece mucho más cercana, pero que solamente existe en la plataforma.
Pienso en el acto rebelde de dejar el móvil y salir a hablar con tus vecinos para enterarte de quiénes son y qué hacen, la posibilidad de que sea gente que tiene edades distintas a la tuya, que tiene intereses distintos, que vota cosas distintas, y enterarte de por qué.
Conseguir conectar con esas vidas tan diferentes a mí ahora me parece un acto revolucionario, porque todo a nuestro alrededor está condicionándonos para hacer lo contrario.