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Domingo

Pequeños fotógrafos de un barrio picante

En el asentamiento humano Puerto Nuevo, niños, niñas y adolescentes participan de un taller de fotografía social que los aleja de la violencia callejera y les permite expresar sus miradas sobre su barrio, uno de los de peor reputación en el Callao.

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Valery, Jefferson, Santiago y Dessire, algunos de los participantes del taller de fotografía. Foto: Gerardo Marín / La República

Una tropa de pequeños fotógrafos ha tomado el Muelle Artesanal del Callao. Andan por aquí y por allá, con las cámaras en las manos, fotografiando a los pescadores que cosen sus redes, a los que limpian sus chalanas, a los estibadores, a las gaviotas, los lobos marinos y los pelícanos.

Ahora han subido a la terraza. Las chicas se mueren de miedo de los pelícanos. Los chicos se ríen. Santiago, de 11 años, se detiene muy concentrado a retratarlos. Él dice que ya había venido antes al muelle, con sus papás, pero nunca a hacer fotos. Y le encanta.

-Me gusta cómo se ven las fotos y el paisaje -dice. Lo que más le gusta fotografiar es el mar. Y a los barcos. Se está imaginando cómo será traer la cámara a la fiesta del Día del Pescador. Seguro que saldrían unas excelentes tomas.

Santiago, Jefferson, Maricielo y otros que andan dando vueltas por aquí son algunos de los más de 30 niños, niñas y adolescentes del asentamiento humano Puerto Nuevo, en el Callao, que desde febrero participan en un taller de fotografía, dictado de forma voluntaria por los fotógrafos Carlos Zevallos y Melissa Navarro.

El taller es parte de las actividades que realiza la Casa Comunitaria Juvenil de Puerto Nuevo, un proyecto liderado por la socióloga Andrea Román, que busca ofrecerles a los chicos del barrio alternativas de pasatiempos que los alejen de la violencia cotidiana en la que viven. Y lo está logrando.

Mujeres recias y fuertes

–Obviamente, la reputación de Puerto Nuevo no es gratuita –dice Andrea, sentada en uno de los ambientes de la Casa Comunitaria Juvenil–. Es un barrio conflictivo, ha habido balaceras y hay gente involucrada en la venta de drogas, la extorsión y el cobro de cupos.

Pero sucede –agrega– que no toda la comunidad participa de esos delitos. Que hay gente buena, trabajadora, que quiere ofrecerle a sus hijos un mejor futuro, aunque no lo tiene fácil.

–En Puerto Nuevo hay mucho más que delincuencia o inseguridad –dice–. Hay mucha gente talentosa. Bailan hermoso y cocinan riquísimo. Son muy festivos y eso va atado a la comida. Y eso hace que cuando vienen invitados, te apapachen, te vuelves parte del barrio.

Andrea es chalaca, se crió en Bellavista. Dice que cuando estaba en el colegio, que era particular, sus amigos nunca querían ir a su casa porque decían –medio en broma, medio en serio– que en el Callao les iban a robar.

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Ella siempre se preguntó por qué en su provincia la violencia eran tan latente. ¿Qué tenía el Callao que hacía que fuera tan peligroso?
Hace seis años, Andrea estaba buscando un tema para su tesis de doctorado en Sociología en la Universidad de Toronto.

Su tío, un político y activista chalaco, le preguntó por qué no investigaba la violencia cotidiana en Puerto Nuevo, uno de los asentamientos humanos más antiguos del Perú, habitado por pescadores y trabajadores de los muelles, y uno de los barrios que él más conocía.

Andrea vio en el tema una oportunidad de abordar esas viejas preguntas que se hacía de chica sobre el Callao. Pero decidió enfocarse
en algo más específico: las mujeres de Puerto Nuevo como nexo de las violencias que ocurren en los espacios públicos y privados.

Las mujeres de Puerto Nuevo. Mujeres duras, recias. Dispuestas a irse a los puños con cualquiera pero, al mismo tiempo, alegres, dicharacheras, con una mentalidad muy práctica, muy necesaria para mantener organizada la casa en medio de las carencias.

Gracias a la ayuda y protección de la familia de la señora Antonia Neyra, una respetada líder vecinal, amiga de su tío, Andrea pudo entrar al barrio sin problemas. Entró a la casa de las mujeres, cocinó con ellas, trabajó a su lado limpiando pescado en el muelle, las acompañó en sus trámites, en sus fiestas, las vio furiosas, tristes y felices. Conoció sus historias. En muchos casos, historias de mujeres que crían solas a sus hijos porque los maridos están presos o muertos o simplemente las abandonaron. Mujeres recias, fuertes.

Investigación y activismo

Andrea entendió que uno de los factores que detonan la violencia es la precariedad en la que viven. No tener un espacio decente donde vivir. No haber terminado el colegio. No conseguir un empleo estable que pague un sueldo decente. No tener expectativas de nada en la vida.

Por eso, y porque siempre ha combinado la investigación con el activismo, decidió hacer algo para ayudar a la comunidad. Sobre todo a los niños y jóvenes, que son los que en el futuro podrían perpetuar el camino de la violencia.

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En la Navidad del 2021, pocos meses después de haber iniciado su investigación de campo, organizó una chocolatada. Y en la del
2022, un festival juvenil, en el que con amigos voluntarios ofreció talleres de percusión, baile, rap, boxeo, educación sexual, dibujo y pintura. Hubo chocolatada y también gymkana.

Andrea se dio cuenta de que los chicos disfrutaban mucho los talleres. Gracias a la generosidad del boxeador Johan Denegri, de Boxea Callao, en el verano comenzó un taller de boxeo. Y con la ayuda de los fotógrafos Carlos Zevallos y Melissa Navarro, uno de fotografía, para el que consiguieron una veintena de cámaras con el apoyo del Ministerio de Cultura.

Ayer, sábado 20 de mayo, los chicos del taller de fotos presentaron la primera exposición de sus trabajos. En la misma canchita en donde hace algún tiempo hubo una balacera que terminó con tres muertos, se lucieron las fotos callejeras y los retratos que los niños y niñas de Puerto Nuevo han hecho en el barrio.

Andrea pudo hacer muchas cosas gracias al apoyo de instituciones como la Universidad de Toronto, la ONG Vida y el Instituto para la
Protección del Medio Ambiente. Pero ahora, sin recursos, está buscando nuevos aliados. Uno de los jóvenes de Puerto Nuevo le dijo
una vez que ellos no necesitan más policías en el barrio, sino más oportunidades. Ella está convencida de que eso es totalmente cierto.