La primera peruana directora de cine enseña hasta con sus recuerdos. Nora de Izcue es una gran conversadora. Tanto para hablar de sus películas como para relatar pasajes de su intensa vida. La visitamos en su casa de San Isidro, donde sigue dándole a su pasión desde niña: la lectura. Mientras conversamos, es decir, mientras ella revela episodios que le han dejado huellas, nos miran Gabriel García Márquez, Fidel Castro, sus cuatro hijos. Todos ellos desde las fotos que conserva alrededor suyo. También nos ven los cuadros de la artista Elena Izcue. Y gobierna también, en esta sala de su hogar, una pintura de la misma cineasta, donde luce joven, hermosa, imponente. Hoy nos confiesa esta creadora de películas y valiosos documentales que le pesa no poder ya recorrer las regiones, convivir con las comunidades, filmar en medio de la magia de la Amazonía, de la vastedad de los Andes. Solo me queda decirle que su nombre ya está inscrito en la historia del cine y de nuestras vidas.
Usted estudió cine a los 32 años, con cuatro hijos. Antes de eso, ¿qué sabía de este arte?
Muy poco.
¿No estaba entre sus aficiones?
Mi pasión siempre fue la lectura. Fui una gran lectora desde niña… Después, ya casada, era una ama de casa que seguía leyendo mucho. Y ya en una época hice teatro de aficionados. Entré al club de teatro con Reynaldo D’amore, que quedaba en La Colmena. Hasta montamos con un grupo de amigos Las tres perfectas casadas, de Casona.
Toda una actriz.
Pero aficionada… Un grupo de amigas, señoras de sociedad igual que yo, íbamos a tomar muchos cursos en Miraflores, a un lugar llamado Art Center. Había cursos con Enrique Solari Swayne, Ricardo Bravo, Hugo Neira, a quien conocí allí…Por esa época conocí a César Calvo, Fernando de Szyszlo, Manuel Scorza… Éramos amas de casa con inquietudes culturales.
Para dedicarse al cine, ¿debió divorciarse?
Sí, tuve que divorciarme.
¿Acaso era un impedimento?
Bueno, yo salí del colegio a los 16 años, no fui a la universidad, me casé a los 19 años. Me prepararon para casarme. Si mis padres me hicieron tomar algunos cursos eran de cocina. Fue lo común en la época. Incluso las amigas que iban conmigo a los cursos del Art Center eran muy inteligentes, muy capaces, muy cultas, pero no se dedicaban sino a su casa. En esa época además una no se separaba. A mí me costó mucho decidirme al divorcio.
"Mis protagonistas fueron generalmente mujeres y lo que he sacado de ellas ha sido muy importante”, declaró Nora de Izcue. Foto: John Reyes/La República
¿Se divorció por dedicarse a los temas culturales?
No. Simplemente porque me di cuenta que esa no era mi vida, que no marchaba. Nunca pensé que podía dedicarme a algo, porque no sabía hacer nada. Y cuando me divorcié tenía que trabajar, porque mi padre había tenido fortuna, pero su empresa quebró y perdió todo. Y mi esposo tenía mucha fortuna, pero el divorcio fue muy difícil, no lo aceptaba, no hubo mutuo disenso. Me quedé con los cuatros chicos y todo se hizo muy complicado. Una amiga de un gremio de periodistas me contrató de asistenta... Pero yo quería hacer algo cultural. Y se me ocurrió un programa de televisión buscando el realismo mágico en nuestro país. Por esos años, yo había leído a García Márquez, estaba lo del realismo mágico y yo pensé que el Perú tenía mucho de ello, había cosas de la realidad que sobrepasaban la ficción. Se me ocurrió hacer un programa de televisión buscando ese mundo mágico dentro de nuestro país.
¿Y a quien buscó para ayudarle en esa tarea?
Para ese proyecto le hablé al periodista Mario Castro Arenas. Y fue él quien trajo a Armando Robles Godoy. Llegó a las reuniones a mi casa y ahí es donde me dijo, mira, si te interesa, en estos días comienzan mis clases en la academia de cine y aunque sea por curiosidad, ¿por qué no vas? Armando pensó, esta señora, con hijos, con su casa a medio construir, pasará uno o dos días y pronto se va a ir. Fui. Iba desde Los Incas, Monterrico, hasta la avenida Abancay, en la Biblioteca Nacional. Bueno, me empezó a gustar, no me perdía las clases. Y seguí.
Robles fue entonces decisivo, importante, en su vida de cineasta.
Totalmente. Como amigo, maestro, creador, si no hubiera sido por él no hubiera hecho cine. Si bien me gustaba verlo, no era una cinéfila, y, es más, confieso que jamás se me hubiera ocurrido hacer una película. Armando me abrió ese camino. Además, él amaba mucho la cinematografía, sabía mucho y lo consideraba un arte. Era un magnífico maestro.
Un arte en esos tiempos gobernado por los hombres.
Sí.
Entonces, ¿le fue difícil desarrollarse?
No tanto y sabe por qué, porque en esa época se hacía muy poco cine peruano. Se hacía un largometraje cada tres, cuatro, cinco años. Y lo hacían como una aventura, con sentido comercial. Robles fue el primero en considerar al cine un arte y se dedicó a estudiar el lenguaje cinematográfico. Además, para todo el mundo era muy difícil. Conseguir financiamiento era casi imposible. Entonces no tenía ningún problema de discriminación con los compañeros porque para ellos era tan difícil como para mí... Ese primer año, Armando formó grupos y cada uno hizo un corto. En el grupo mío la que dirigió fui yo. Y por votación se eligió mi guion. Allí me di cuenta que podía dirigir.
Hay fotos suyas filmando rodeada de muchos varones. Seguro tenía que demostrar mucha energía, mucha personalidad, mucho don de mando…
(Ríe) He visto una de esas fotos en Facebook. Era de El viento del Ayahuasca…. Todo fue bien, todo bien. Sin ningún problema. Pero, mira, en esa película tenía al lado en la cámara a Jorge Vignati, que había trabajado con Jorge Sanjinés. Yo creo que era mi modo de ser, porque incluso en las entrevistas a quienes trabajaban conmigo decían que yo era muy concreta, directa.
Incluso a usted la ven como un ícono feminista.
Y lo curioso es que nunca tuve una conciencia feminista. Pero sin querer, mis protagonistas generalmente fueron mujeres y lo que he sacado de ellas ha sido muy importante.
Hablando de Robles Godoy ¿cree que se le ha dado el lugar que se merece?
Creo que ahora sí, que recién ahora se está rescatando la imagen de Armando. En su momento la crítica fue muy dura con él, con sus películas, muy, muy, duras, uyyy, las destrozaban… Le decían que estaba fuera de la realidad. Bueno, él hacía cine de autor. Las criticaban mucho. Sobre todo, recuerdo, los críticos de la revista Hablemos de Cine. Le echaban palos duramente. Cuando hizo La Muralla Verde la destrozaron. Y Armando se mataba de risa… Pero hoy día sí se le reconoce.
Ciertamente, tenía muchos méritos.
Armando tenía una cosa muy buena. Él veía el cine como un todo, como arte, como industria, como diversión. Había que luchar por la ley de cine y lo hizo, porque sin ley de cine no podía haber continuidad en la producción. Se dedicaba a la enseñanza también… O sea, era todo, pelear por la ley, por el trabajo gremial, por la unión gremial, lo que finalmente fue importante para todos.
“DEBO SER UNA CAVIAR”
Creadora de valiosos cortos y mediometrajes como el de Runan Caycu (1973), con el protagonista Saturnino Huillca hablando en quechua sobre su dura realidad; Color de Mujer (1990), con el testimonio de una mujer negra de la costa peruana, en la persona de Cecilia Cartagena; La armonía silenciosa (1998), sobre la artista Elena Izcue; Responso para un abrazo, tras las huellas de un poeta (2013) sobre César Calvo. Y de largometrajes como El viento del ayahuasca (1992) y El viento de todas partes (2004), la incansable Nora de Izcue además ha sido docente e integrado gremios e instituciones en Perú y América Latina. Además, ha sido formadora de varias generaciones de cineastas para quienes fue una de sus más preciadas maestras. Desde que fue asistente de dirección en La Muralla Verde (1970) y Espejismo (1973) no se detuvo, no hizo un alto. Se ha convertido en una parte vital del cine peruano, en uno de sus motores fundamentales.
En sus obras hay mucho lado humano. En la cinta de César Calvo es intensa esa relación del poeta y su mamá; en Color de mujer la madre afroperuana sueña en darle una mejor educación a sus hijos; en Runan Caycu se siente la dura vida del pongo ¿Es una característica suya?
Creo que sí, es una característica. Pero es lo que me ha salido. Es mi modo de ver el mundo, de acercarme a la gente. Incluso mi relación con las personas con las que he filmado siempre ha sido muy estrecha. A Saturnino Huillca lo tuve tres meses viviendo en casa. A la nieta de la señora Cartagena la tuve tres años acá. La hija del maestro del ayahuasca vino conmigo, ingresó a Católica. Fueron muy estrechas esas relaciones.
Usted toca el tema de la reforma agraria. ¿Algún otro hecho político la ha marcado?
No, la verdad es que nunca me ha gustado meterme en política, aunque, claro, todos somos políticos… A mí lo que me marcó mucho fue mi experiencia con Cuba. Aunque no soy comunista.
¿No se siente de izquierda tampoco?
De izquierda posiblemente sí. Debo ser una caviar, me imagino (ríe)… Recuerdo que como Sinamos asumió la producción de Runan Caycu me consiguieron que fuera a editar la película a Cuba. Confieso haber ido con mucho miedo pues todo el mundo me hablaba del comunismo. Ir a un país comunista me daba miedo. No sabía cómo sería.
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¿Y que le pasó en el país comunista?
Hallé amigos maravillosos. Era un momento especial, tenía más de diez años la Revolución y había mucha mística. Estando allí me tocó la caída de Allende. El golpe de Pinochet lo viví allá. Recuerdo en la calle gente con la radio, escuchando las noticias y llorando, vivían en carne propia lo que sucedía. Cuando mataron a Víctor Jara, en el instituto de cine se realizó un concierto con Pablo Milanés, Silvio Rodríguez, en honor a Víctor Jara y realmente era de llorar… Eso tan emocionante, tan solidario, no lo había visto nunca. Me marcó para siempre.
¿Siguió viajando a Cuba?
Pasaron los años y he seguido yendo. Algunas cosas han ido cambiando con el tiempo, otras se han ido manteniendo, qué sé yo, pero hay una cosa que se me quedó adentro. Y fue eso que he viví.
¿Cuando decidió hacer el documental de Fujimori no hubo entonces una decisión política? ¿solo quiso dar testimonio de lo ocurrido?
Eso fue. Sí. Dar testimonio. Y lo hice con Hugo Neira, a quien conocí en los cursos en el Art Center. En Runan Caycu fue igual de importante. Él me habló de Saturnino Huillca, porque había escrito un libro cuando era periodista del diario Expreso, se llamaba Cuzco: tierra y muerte. Y me dijo Huillca es un hombre impresionante, y si está vivo sería maravilloso que lo conocieras. Y un día me llama y me dice, Nora, está vivo, ha venido a Lima con un grupo de campesinos para hacer unos reclamos… Y lo de Fujimori también fue su idea. Investigamos mucho. Tuve dos equipos, uno para que me apoyara en la realización de la película, otro para la investigación. Pasaron mucho tiempo en la Biblioteca Nacional, averiguando, indagando al detalle, fue impresionante. Si hasta yo misma hice una cronología, que era de páginas y páginas.
Esa parte en Runan Caycu, la de las muertes de los campesinos, recuerda mucho las recientes muertes ocurridas en Puno. Parece que nada hubiera cambiado.
Sí, es terrible, de alguna manera hay cosas que se siguen repitiendo. Aunque no podría hacer un paralelismo porque los movimientos campesinos de esa época eran muy claros en lo que pedían. Los tenían como esclavos sobre todo en la zona del sur, con el trabajo gratuito para el hacendado, éstos los trataban como animales. Pero con la Reforma Agraria ese trato cambió. Tuvo fallas la reforma, pero hay ciertas cosas que cambiaron para siempre. En cambio, ahora, pese a que creo que hay reclamos ciertos, también creo que hay otros intereses que se están mezclando.
¿Sí cree que continúa la discriminación y el racismo contra la gente del campo?
Sí, nuestro país es bastante racista... Aunque, como digo, ciertas cosas cambiaron con la Reforma Agraria y ya no han tenido marcha atrás.
“PERO SI YA ERES LONGEVA”
En cierta parte de nuestro diálogo nos pide hacer un alto para enseñarnos algo que la enternece, que le da mucha alegría. Una pregunta le trajo a la memoria una breve obra suya que estaba olvidando y que hoy decide mostrarnos ¿Le hubiera gustado que alguno de sus nietos sea cineasta? Entonces Nora de Izcue recordó una pequeña filmación que hizo cuando empezó a estudiar cine. Le indicaron en la academia que hiciera una tarea en ocho milímetros. Corte, cambiar de plano; corte, cambiar de plano; hacer edición en cámara. Decidió decirle a sus cuatro niños, prepárense que hoy haremos con ustedes el rodaje. ¡Un western!, dijeron todos, entusiasmados. Y eso es lo que hoy nos muestra. Un corto de décadas atrás, en blanco y negro, con sus pequeños cuatro hijos actuando, angelicales, divertidos, hoy ya adultos. “Comenzamos a filmar, pero en cierta parte uno de ellos dijo, yo te mato a ti, y otro respondió, no, yo te mato a ti, y todos se pelearon... tanto así que me molesté y les dije, ya, ya, ya, saben qué: ¡se mueren todos!”… Recuerda haber llevado a sus niños a los rodajes, llegó a pedirle a Robles Godoy, por escrito, cuando hicieron Espejismo, “que se me permita llevar a mis hijos”, Agrega: “Y, bueno, ninguno me salió cineasta, pero tengo un nieto, Antonio Escalante, que es muy bueno en la fotografía, es el que más se acerca a lo que yo hice”.
¿Hay algunas cosas que usted quisiera hacer, pero no puede por el paso del tiempo?
Por supuesto. Por ejemplo, ya no voy a hacer otra película. Tengo un guion que me encanta, que adoro, y trataré aunque sea que lo haga otra persona… La verdad es que no me acostumbro a estar metida en casa, siempre he estado activa… Y otra cosa que hecho mucho de menos es, por ejemplo, cuando pertenecí al comité de cineastas de América Latina. Creamos la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano con sede en Cuba, que presidió Gabriel García Márquez. Hicimos la Escuela San Antonio de los Baños. He pertenecido a la directiva.... Y todo eso me hace una falta inmensa. Lo extraño mucho. Y eso a pesar de que estoy bastante bien, ¿eh?, en abril cumplo 89 años…
A usted la califican como ícono del cine, madre del cine peruano, pionera de la pantalla, pero ¿cómo le gustaría ser recordada?
¿Cómo? No sé… A mí me preguntó hace poco Josué Méndez si pensaba que había tenido éxito. Y le dije que sí, porque me siento muy querida, muy respetada por mi trabajo y por lo que soy. Siento mucho cariño. De todos mis compañeros, de mis exalumnos de la universidad, de mis amigos de otros países, de la Fundación, de la propia Escuela. Siento que para todos ellos soy una persona querida. Es lo más lindo que tengo.
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¿Piensa en la muerte? ¿Qué le suscita eso?
A la muerte no le tengo miedo. Lo que sí pienso es que no voy a estar siempre bien, en algún momento van a comenzar los achaques y en ese sentido no quiero ser longeva... Cuando digo eso mi hija me dice, pero mamá, ¡si ya eres longeva! (ríe)… Lo que digo es que no quiero vivir tanto tiempo y ser una carga para la familia o una persona que no puede valerse por sí misma.
Extraña ir a las comunidades, al Perú profundo.
Siempre me gustó, mucho… Claro, lo que pasaba es que el mundo en que yo vivía, el mundo de la alta sociedad era tan cerrado que cuando comencé a descubrir el resto de lo que era el Perú me deslumbré, me fascinó, la Amazonía con toda su magia, los Andes…
¿Hay algún personaje que hubiera querido filmar y no lo hizo?
En realidad, estoy muy contenta de haber cerrado mi carrera con la película de César Calvo. Arrancar con Saturnino Huillca y terminar con César Calvo me parece una belleza, una maravilla... Elena Izcue me parece otro personaje impresionante... Pero creo que cerré muy bien con Calvo.
Runan Caycu (1973) | https://www.youtube.com/watch?v=qc_8kbrgdhA |
Color de mujer (1990) | https://www.youtube.com/watch?v=JYXsAv2jDUE |
El viento del ayahuasca (1982) | https://www.youtube.com/watch?v=afnink3ewBM |
El viento de todas partes (2004) | https://www.youtube.com/watch?v=AQElOgGtEmc |
Elena Izcue, la armonía silenciosa (1998) | https://www.youtube.com/watch?v=0Omas_NwsFQ |