Alex Huerta-Mercado es un antro-pólogo que investiga el humor peruano desde hace años, ese humor que -aceptémoslo- casi siempre viene cargado de burla del otro, de homofobia, machismo y racismo.
En Feliz seré, chisme, humor y lágrimas en la cultura popular (2022), el investigador va más allá y disecciona nuestra cultura popular, aquella que los que consumen la cultura con C mayúscula -los bibliófilos, los que van a la ópera o al teatro- suelen ver por sobre el hombro. El libro, de la Serie Zumbayllu del Fondo editorial de la PUCP, responde a variopintas preguntas como ¿por qué mi Bebito fiu fiu se ha convertido en un hit?, ¿por qué nos gusta burlarnos del más débil?, ¿por qué vemos a los poderosos como malvados?, ¿por qué un chisme de Magaly Medina nos une durante semanas?
“Feliz seré, chisme, humor y lágrimas en la cultura popular“, por Alex Huerta-Mercado. Foto: PUCP.
Feliz seré es el estribillo de Muchacho provinciano, la mítica canción de Chacalón. ¿Por qué lo eliges como título de tu libro?
Muchacho provinciano es un himno, un canto de trova acerca del proceso de llegar a la ciudad y generar una nueva familia para luego construir lo que tenemos hoy, un Perú de empresarios, de nuevos negocios, de mucha fuerza y empuje. El “feliz seré” implica que hay un proyecto de felicidad, y la cultura popular nos enseña que no se trata solo de sobrevivir sino de llenar de color, sabores e ilusiones la vida para hacer frente a una ciudad hostil, racista y machista como Lima.
¿Nuestro “feliz seré” es equivalente al “american dream” estadounidense?
La migración era una aventura a la ciudad para que los hijos puedan acceder a la educación y tengan una mayor cercanía al poder, el “feliz seré” se prolongaba al bienestar de la familia. Además, somos una cultura de la incertidumbre, no podemos planificar el futuro porque no sabemos si lo tendremos, por eso somos muy intensos.
En el libro mencionas a lo chicha como elemento fundador de nuestra cultura popular y que se caracteriza, dices, por el horror al vacío. ¿A qué te refieres?
Date cuenta, nos gusta la comida azucarada y grasosa y de sabores intensos y es que nos da energía para seguir trabajando, y nuestro humor no acepta silencios, todo el tiempo tiene que haber carcajadas y burlas, y el drama tiene que ser sumamente emocional, de acercamientos de cámara, acompañado de música dramática, y cuando hablamos de chisme no podemos soportar que no nos cuenten algo, el “ya me contaron” es un clásico.
Dices que “la cultura popular ha generado un sentido de comunidad que el Estado ha sido incapaz de cohesionar”. ¿Crees que seguir un ampay de Magaly alienta nuestra vida en comunidad?
Tu pregunta es retórica, como que me estás resondrando… pero, a ver, lo que nos une como peruanos no es necesariamente estar subordinados a un Estado sino estar en contra del Estado. Las comunidades de consumo (los seguidores de telenovelas, de Esto es guerra, los de K-pop) han generado pequeñas comunidades emocionales que generan mayor identidad, el fútbol como tal y la comida lograron una cohesión optimista de lo que era el Perú.
¿Por qué nos gusta tanto el chisme a los peruanos?
El chisme es una forma de vigilarnos. Le tenemos miedo al qué dirán. No existe el big brother vigilante de Orwell, todos nos vigilamos entre todos, vivimos en los ojos de los demás y esto es frecuente en Perú, donde la moneda social de la vergüenza o la culpa opera de manera fuerte. Ahora, es cierto que los chismes generan comunidad, un programa como el de Magaly integra a la estrella, que antes estaba fuera de nuestro alcance, hay más interactividad con ella, con el chisme queremos descubrir que no son tan perfectos como se muestran, queremos descubrir su verdadero yo.
Pero un ampay puede destruir vidas…
Lo hace, pero esto tiene una explicación: en comunidades como la nuestra donde la mayoría somos anónimos, los famosos acumulan mucho reconocimiento, y esto crea mucha tensión. Hay admiración, pero al mismo tiempo hay una agresividad contra ellos, y con el chisme queremos nivelarlos como nosotros.
¿Crees que el chisme se ha filtrado en la política?
Desde hace veinte años la política se ha estructura con chismes, ampays, audios que no debían ser publicados. En los sesenta, que Kennedy tuviera un amorío con Marilyn Monroe no significó mayor problema, pero, finalizado el siglo XX, se quería que el presidente sea correcto, ahí está Clinton pidiendo perdón por tener relaciones impropias con Mónica Lewinsky, y aquí dos presidentes tuvieron que salir a decir que tenían hijos fuera del matrimonio. Nuestra política se ha basado en chismes, cada domingo esperamos un ampay, un nuevo audio.
¿Y qué me dices del viral ‘Mi bebito fiu fiu’?
Es un ampay a un presidente visto como lejano y formal, era el presidente de la pandemia, un papá que nos daba seguridad. La canción de Tito Silva parte de un chisme, que puede haber tenido implicancias personales dramáticas, pero que se ha convertido en un melodrama, y ha gustado porque ironiza con ese amor excesivamente dulce que aparece en la poesía de Zully Pinchi, ese amor sublime como el chocolate que nos gusta tanto a los peruanos. La canción es uno de los pocos productos de nuestra cultura popular que nos ha puesto en el mapa mundial.
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En El chongo peruano (2019) explicas al humor cargado de homofobia, racismo o sexismo como una válvula para liberar agresividad. En este libro agregas que “el humor sirve para mantener las cosas en su lugar”...
La colonia nos dividió en una república de indios y españoles. Cuando vino la independencia, se unificó la idea de ciudadanía, la ley no permitía que hubiera desigualdad, pero la burla fue la forma de mantener a cada uno en su lugar. Si alguien pretendía ascender o asumir posturas de criollo, se burlaban y lo veían como huachafo. Y hemos mantenido la idea de burlarnos de aquel que “no se ubica” porque seguimos manteniendo la impronta colonial de división, de ahí el “ubícate, papito”, y la sanción social del chisme y la burla.
¿Debe tener límites del humor?
Hay quienes dicen que no, que debería incomodar siempre, pero en Perú el humor ha naturalizado racismo, homofobia y machismo. Cuando nos reímos de ello, lo normalizamos, y hay personas que pueden sentirse oprimidas por el mensaje. El humor debe cuestionar, pero en el Perú la burla viene de arriba hacia abajo, hacia los grupos marginados, no hay un humor de abajo hacia los que están arriba de la pirámide social, un humor que cuestione el poder, salvo el humor político.
Hay una figura muy curiosa de la que hablas y es el “trickster”, el bromista o embaucador. Lo fue el criollo en la colonia, el humorista Tulio Loza en los ochenta, ¿quién sería nuestro trickster hoy? ¿Tito Silva?
Es excelente. El trickster es un personaje que aparece en todas las culturas, es chiquito, hábil y le gana a los grandotes y su sentido es poner al mundo de cabeza. En el mundo andino es el cuy, algunos antropólogos dicen que representa cómo la sociedad no debería comportarse; otros, que es una metáfora de lo absurdo que es la vida. Nuestro trickster ha sido el vivo criollo que sabe darle la vuelta a la ley. Actualmente, Tito Silva tiene características de trickster porque es capaz de darle la vuelta a una noticia y convertirla en algo gracioso, o tenemos a Carlos Alcántara que generó una saga donde un joven de clase baja logra vencer a sus rivales por el amor y accede a otra clase social de una manera traviesa. Pero nuestra cultura popular siempre nos ha invitado a ser informales y traviesos, a convertirnos en trickster de alguna forma u otra.
Y hablando del melodrama, haces un análisis de por qué valoramos el amor sufrido y las lágrimas como virtud.
Lo tenemos muy implantado, es una tradición del catolicismo colonial que venera el sufrimiento y que, doscientos años después, tuvo su continuación en las telenovelas. Se trata de un discurso de culpa y humillación, donde la víctima es venerada. Si eres una buena persona, a pesar del sufrimiento y de que los malos se lleven la mejor parte, al final de la historia, las malvadas serán destruidas y te casarás con el príncipe azul. Y, por otro lado, los peruanos tendemos a presentarnos como víctimas: “no estudié nada por el examen” o “no tengo nada de plata”, nos presentamos como víctimas porque pensamos que si demostramos que tenemos dinero o éxito no seremos queridos.
Y como en las telenovelas, relacionamos a los poderosos como malvados, y a los débiles como buenos, dices que ponemos en marcha estas categorías en las elecciones: ¿por eso elegimos a Castillo como presidente?
Puede ser, solemos asociar a los ricos como malvados y se piensa que aquel que es sufrido y marginado merece el poder frente a los que ostentan éxito. Esta idea de ‘yo soy del pueblo, yo me sacrifico por el pueblo’, nos dice que el político debe tener una cuota de sufrimiento para que la gente se sienta identificada.