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Domingo

Chancay, un puerto de luto

Tres semanas después del derrame, los pescadores de Chancay aún no saben qué pasará con ellos en los próximos meses. Por ahora, endeudados, sin ingresos, se alimentan de ollas comunes y esperan el bono prometido por el gobierno.

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Pescador Raúl Fernández (64), extrae lornas y corvinillas de las peñas de Chancay desde hace 15 años. Ha perdido su único ingreso. Foto: Antonio Melgarejo.

La mañana del martes 18 de enero, el pescador Raúl Fernández (64) estaba en el Rincón de Pasamayo sacando lornas y corvinillas a punta de cordel, trepado en las peñas, como lo hacía todos los días desde hacía 50 años, cuando vio a unos hombres que venían desde el sur. Eran ‘pinteros’ como él, pero ellos sacaban mariscos, pejesapos. “Ya viene el petróleo”, le dijeron, “ahorita va a aparecer por acá”.

Eran las 11 de la mañana. Fernández recuerda que a esa hora el agua estaba “clarita” todavía. Hacia el mediodía comenzó a ver la mancha negra, cerca del cerro, y alrededor de la 1 ya estaba en la playa. Cuando el pescador volvió de las peñas, la orilla estaba llena de grasa. Una grasa negra, dice. El petróleo había llegado.

Esa tarde, Raúl Fernández se fue al muelle de Chancay a vender su pescado y, tras almorzar un menú, se fue a casa, pensando. Sabía del derrame de petróleo en Ventanilla por las noticias. Sabía que la mancha se movía hacia el norte y que ya había contaminado el mar frente a Ancón. Ahora estaba llegando a su ciudad. A su mar. A sus peces. ¿Qué iría a ocurrir ahora?

Esta mañana, Fernández nos cuenta todo esto mientras caminamos hacia unas peñas, en el extremo izquierdo de la playa de Chancay, donde le haremos fotos. En la orilla se ven cientos de conchas de choros. Saturnino Curi (66), otro ‘pintero’ que nos acompaña, dice que el petróleo mató a los choros y que las olas trajeron las conchas vacías a la playa.

–En La Calichera igual, están varados los cangrejos– dice. –Los ha matado el petróleo.

Curi se enteró de que la contaminación había llegado a Chancay un día después que Fernández, el miércoles 19. Había llegado temprano a La Calichera, que es la playa donde suele pescar, pero pasaban las horas y a pesar de que había llevado langosta de carnada, los peces no picaban. A eso de las 11, dice, comenzó a sentir el olor. Entendió que era el petróleo y que esa mañana no habría más pesca. Agarró los únicos dos peces que había sacado y se fue.

Curi no volvió a pescar en las peñas desde ese día. Fernández tampoco.

Ellos, y otros cientos de pescaderos más, cangrejeros, liseros, lorneros, pescadores de todos los tipos, pasan sus días ahora sentados en el malecón de Chancay, junto al muelle. Mirando el océano, la madera de las chalanas resecándose en la orilla. Esperando. Muriéndose de ganas de hacerse a la mar otra vez. Ignorando cuándo podrán volver a hacerlo.

Pescadores cangrejeros Felipe Vigo y Carlos Tapia. Han tenido que pedir préstamos a familiares. Foto: Antonio Melgarejo.

Según Gustavo Valencia, presidente de la Asociación de Armadores y Pescadores Artesanales del Puerto de Chancay, son alrededor de 900 los hombres de mar que han dejado de trabajar en el distrito debido a que el derrame de petróleo causado por Repsol ha contaminado a las especies marinas que ellos extraen.

En total, dice, son unas 1500 las personas que se han visto afectadas por los efectos del derrame. Además de los pescadores, se han quedado sin ingresos los armadores que alquilan sus embarcaciones, los estibadores que cargan las jabas, las fileteras que limpian y pelan el pescado, los dueños de restaurantes, las que alquilan sombrillas, las señoras que venden desayuno, todo aquel cuya subsistencia depende de que haya actividad en el muelle y en la playa.

Temporada negra

El visitante que baje al muelle de Chancay verá por estos días un escenario inusual: una decena de ollas comunes instaladas en el malecón, una por cada asociación de pescadores y trabajadores de diversos rubros. Algunas reúnen a unas pocas decenas, como la de las sombrilleras y la de los vendedores de alimentos, en cambio otras congregan a cientos, como las de las asociaciones de pescadores. Al otro lado de la calle, una docena de cevicherías semivacías.

Moviendo una olla con guiso de pollo y otra con arverjita partida encontramos a Rosa Collantes (37). Ella es filetera desde niña y hasta antes del derrame su rutina era comenzar a procesar el pescado desde las cuatro de la mañana hasta bien entrada la noche. Sus principales clientes eran los mayoristas que compraban varias cajas de pescado para llevar a los mercados. Hoy, sus mesas de trabajo están vacías.

Rosa Collantes y grupo de fileteras afectadas por la suspensión de labores en el muelle. Foto: Antonio Melgarejo.

Collantes lamenta que la catástrofe ambiental haya ocurrido en verano, la temporada en la que ellas tienen más ingresos, lo que les permite ahorrar un fondo para compensar los meses de ventas bajas. Le preocupa que el tiempo pasa y las deudas se le empiezan a acumular. Se le han vencido los recibos de agua, luz e Internet. No sabe qué pasará cuando sus hijos reinicien las clases. Dice que el gobierno ha prometido un bono, pero que hasta ahora nadie sabe de cuánto será y por cuánto tiempo.

–El puerto está de luto, Chancay está de luto –dice, por su parte, Diana Salazar (27), filetera desde los nueve años, ganadora cuatro veces del gallardete a la mejor de su rubro. –Ustedes venían antes y todo esto estaba llenecito de gente. Todos estábamos trabajando. Ahora, mira, la gente está sufriendo.

Salazar es madre soltera, como la mayoría de las fileteras del muelle. Vive en una casita de esteras en un cerro, con agua, pero sin electricidad, y es el único sustento de sus tres hijos. La menor de ellas se enfermó hace dos semanas, dice, y ella estaba desesperada, con la letra de un crédito vencido, pensando de dónde sacar dinero. Como muchas de sus colegas, todas las mañanas trae a los chicos para que tomen desayuno en la olla común y al mediodía les lleva su almuerzo. Las ollas comunes subsisten gracias a la caridad de vecinos, comerciantes de mercados y algunas autoridades, como el gobernador regional de Lima Provincias y la alcaldesa de Chancay. Pero ellos mismos reconocen que esta situación no puede durar mucho tiempo.

Hace unos días, el presidente Castillo visitó el puerto de Chancay e invitó a los pescadores y demás trabajadores a organizarse para recibirlos en Palacio de Gobierno y escuchar sus demandas. Al cierre de esta edición, los pescadores planeaban pedir que les entreguen en el más corto plazo el bono prometido por el Ministerio de la Producción. También quieren estar al tanto de las evaluaciones técnicas que les permitan calcular cuánto tiempo pasará hasta que puedan reiniciar sus labores. Zenón Gallegos, dirigente de una de las asociaciones, le dijo a La República hace unos días que planean interponer acciones contra Repsol para activar su póliza de seguros. La empresa ha iniciado la entrega de tarjetas de consumo por un valor de 500 soles, como una medida de resarcimiento temporal. En Chancay, el puerto de luto es muy consciente de que eso no es suficiente.