Ese 24 de mayo de 2016, por la noche, mientras el escritor Oswaldo Reynoso sufría un infarto, él lo tomó de las manos y timbró a emergencias dos veces, sin que nadie respondiera. “Estuve a su lado hasta que el paramédico me dijo que ya había partido”, recuerda José Caro Gómez, el poeta que acompañó y asistió al escritor durante nueve años, el retablista que reordenó su biblioteca y le creó una cuenta en Facebook, el huamanguino que lanzó sus cenizas al Misti, tal como Reynoso lo pidió.
Se habían conocido en 2006, en un congreso de literatura organizado en Huacho, y dos años después empezaron a vivir juntos en ese departamento de Jesús María tantas veces concurrido por escritores noveles y una legión de fanáticos. Porque eso fue Reynoso: un rockstar clandestino. “Entre conversaciones, almuerzos y préstamos de libros —señala Caro—, nos dimos cuenta que teníamos muchas cosas en común, factores importantes para llevar una buena convivencia, pues ambos nos formamos y pertenecemos culturalmente al sur del Perú. Todo se dio de forma natural, puesto que para mí Oswaldo fue una persona de confianza y muy auténtica, una excepcionalidad pocas veces vista”.
Cinco años después de la partida de Reynoso, Caro ya tiene listo su primer poemario, titulado Alabastros, que se presentará el próximo mes. También alista unas memorias, “palabra por palabra, pues la literatura no es una carrera de caballos”. Es la primera vez que habla sobre el que fue su maestro y compañero.
Obra. Caro presentará Alabastros (Gato Viejo, 2021) el 15 de diciembre en el Café Bar Habana, a las 6.00 p.m.
Para mí, publicar no es un requisito para desarrollarte como escritor, pero ponerle el punto final a una propuesta estética es como darle fin a un periodo interno que se cierra cuando uno logra tener un texto limpio. Publicar es un hecho anecdótico. Por supuesto que este poemario es un homenaje para Oswaldo, mis padres y mi familia. Es gracias a ellos que pude descubrir la alegría y el goce que significa consumir versos, hacer de la vida una narración incluso para uno mismo.
Efectivamente, al principio mi vida estaba vinculada a la bohemia poética, y es lógico, puesto que mi generación, como muchos poetastros, no sabemos distinguir las fronteras de nuestras propias limitaciones físicas e intelectuales. Debido a un problema médico dejé de asistir a muchas noches culturales, presentaciones y un largo etc. Mi vida cambió, tenía que seguir una vida más estructurada y saludable. Como en estos temas las soluciones son transversales e implican un cambio que se da en todo el entorno familiar y cercano, Oswaldo modificó su estilo de vida, Ley seca en la casa. Digamos que lo salvé. Ambos nos salvamos.
Él fue un escritor de pulsión, podía estar redactando un nuevo capítulo en cuatro horas, pero su corrección podría demorar dos meses, un año, todo el tiempo que necesitara el texto.
Días antes del evento, nos encontrábamos en un restaurante. Últimamente íbamos a huariques. Oswaldo pidió unos chicharrones y le comentaba que mejor pida otra cosa, que el Buda había fallecido por comer cerdo. Esto conllevó a comentar las innumerables versiones de la muerte de Buda. Al decaer la conversación nos pusimos a hacer una lectura de un cuadro chino que estaba frente a nosotros. En nuestra interpretación era la representación de la entrada al nirvana.