Tras una ausencia de dos años, Santiago Roncagliolo (46) volvió al Perú a presentar de forma presencial su última novela, Y líbranos del mal (Seix Barral), una historia sobre oscuros secretos familiares inspirada en los abusos sexuales cometidos por el Sodalicio. Y se encontró con un país muy diferente y una familia que no es la misma, porque su padre, el excanciller Rafael Roncagliolo, falleció en mayo pasado. Por ahora, entre las actividades de promoción de la novela y las gestiones para poner en orden los asuntos de su progenitor, todo pasa muy rápido, dice. Son para él días “extraños y conmovedores”.
¿Cómo fue que decidiste escribir una novela sobre los abusos sexuales cometidos en la Iglesia católica?
Resultó ser que el caso del Sodalicio había estado muy cerca de mi vida todo el tiempo. Tengo familiares relacionados con esa congregación, amigos periodistas que han investigado el caso. Entonces, cuando salieron las denuncias, me impresionó que todo hubiera estado pasando tan cerca y que nadie hubiese hablado de ello.
El tema de la novela es los abusos sexuales contra menores, pero has contado también que al investigarlo descubriste un tema poco conocido: el de las relaciones homosexuales consentidas entre adultos.
Y heterosexuales también. Había una sexualidad mucho más compleja que la que constituye delito penal y esa sexualidad estaba reprimida, estaba prohibida y obligada a llamarse de otras maneras. Mucha gente se enteró de que había sufrido abusos muchos años después, porque no le llamaban así a lo que les estaba ocurriendo.
Te refieres al caso del chico que descubrió, de adulto, que esos “ejercicios espirituales” que le hacían hacer eran actos sexuales.
Sí y eso ocurrió en muchas circunstancias en muchas partes del mundo. Incluso a mí. En mi colegio había un cura al que, digamos, se le pasaba la mano y nunca fui consciente de eso, incluso contaba chistes al respecto. Y muchos años después, cuando empezaron a salir las denuncias del Sodalicio, recuerdo haber visto la tele y pensar “claro, esto no estaba bien. Esto es grave”.
¿Cómo se mantuvieron ocultos estos crímenes durante tanto tiempo, a pesar de que sus víctimas pertenecían a las clases acomodadas de Lima?
Porque siempre es más difícil denunciar a un rico que a un pobre y mucho más a todo un sistema de la clase más poderosa. Alguien que denuncia este tipo de abusos denuncia no solo al abusador, denuncia a la congregación que lo acogió, al colegio que lo condujo hacia esa congregación, a la familia que lo puso en ese colegio y a los compañeros que estudiaron con él. Suele ocurrir que las víctimas sufren una gran presión, incluso violencia, de gente que no puede creer que eso haya ocurrido en su sociedad y prefiere creer que está mintiendo. A veces es más fácil guardar silencio para no enfrentar las consecuencias de toda la gente que se va a sentir acusada.
Pasemos a otro tema. Tú fuiste uno de los escritores que renunció a la delegación oficial a la FIL Guadalajara en protesta por los cambios de última hora que hizo el exministro de Cultura Ciro Gálvez. Ahora que él ya se fue, ¿qué piensas de la nueva ministra, Gisela Ortiz?
No la conozco. Imagino que por su perfil tendrá especial interés en la cultura asociada a la memoria histórica. Espero que sea así, me parece importante, hay mucho trabajo que hacer, la cultura debería ser un espacio para escuchar las distintas versiones de la violencia y no para perpetuar esa violencia o cancelar a los que dicen cosas que no nos gustan. Creo que eso contribuiría a reducir la polarización política.
¿Crees que el gobierno de Pedro Castillo le dará importancia a la cultura?
Creo que tiene problemas más grandes (risas). Como ocurrió en [Relaciones] Exteriores, hay ciertos sectores en los que la principal preocupación va a ser que no le hagan demasiada bulla. Porque tiene bastantes líos que atender en cuestiones urgentes.
En una columna que publicaste en 2018, después del Hay Festival, dijiste que cuando eres un escritor peruano en el extranjero los editores se mueren por presentarte como “el nuevo Vargas Llosa”. ¿Te ha pasado?
Sí, sí, se siguen muriendo, lo siguen intentando (risas). Es que es el único referente de la literatura peruana. Pero una cosa es la que ellos quieren y otra cosa es lo que tú eres. Yo soy yo. Y, además, Vargas Llosa solo hay uno.
Has dicho que Vargas Llosa ha sido una figura literaria importante para ti. ¿Por él te hiciste escritor?
No diría eso, pero sí diría que ser escritor parecía imposible, parecía un plan completamente absurdo y delirante que no tenía ninguna posibilidad de salir adelante, especialmente si eras peruano, y, sin embargo, había uno, que era él, que sí había podido. Bueno, eran dos, él y [Alfredo] Bryce Echenique. Ellos abrían la posibilidad de que esto fuese una carrera y eso fue muy importante.
Lo has entrevistado varias veces, entre ellas la famosa primera entrevista con Isabel Preysler...
(Risas) Sííí...
¿Dirías que son amigos?
Yo diría que él siempre me ha mostrado mucho aprecio y yo siempre le he mostrado mucho respeto. Creo que tenemos una buena relación.
¿Cuando se encuentran hablan de política?
A veces, aunque en realidad últimamente yo estoy bastante más en desacuerdo con él (risas), así que no es que yo haya sido muy enfático con el tema (risas). Pero también estoy en desacuerdo con mucha gente que conozco del otro extremo y me parece que justamente es interesante hablar con la gente que no piensa como uno. He estado en desacuerdo con Vargas Llosa diez mil veces en mi vida, pero me parece interesante que alguien escriba a contracorriente y que obligue a sus lectores a considerar otra mirada de las cosas.
¿Te sorprendió que llamara a votar por Keiko?
Bueno, no me sorprendió que llamara a votar por Keiko, me sorprendió su entusiasmo (risas), eso sí. Yo esperaba menos ganas (risas).
¿Y te sorprendió que sostuviera, sin ninguna prueba, que se había cometido fraude en las elecciones?
Bueno, en una columna él explicó que si hay que escoger entre dos autoritarios, el de derecha, como Donald Trump, finalmente se va, mientras que el de izquierda, como Hugo Chávez, ya no se va nunca. Esa es un poco su lógica. Pero yo creo que no hay que tener que escoger entre dos autoritarismos, hay que exigir a los dos que respeten las normas de la democracia.
¿Crees que algún día podrías llegar a decepcionarte de Vargas Llosa?
No lo sé... ¿Por política, quieres decir?
Sin duda.
(Piensa). Yo he aprendido a no juzgar a la gente solo por sus posiciones políticas. Me parece que hay que ser muy limitado para que tu opinión de alguien dependa solo de estar de acuerdo o no con sus ideas políticas y de hecho creo que eso es lo que contribuye a la polarización histérica que vivimos, tanto en Perú como en otros sitios. Cada vez nos resulta más difícil entender que alguien piense diferente. Y yo puedo discrepar abiertamente de él y de mucha otra gente, pero no creo que porque alguien tenga malas ideas sea una persona despreciable o decepcionante.
Poco después de la muerte de tu padre publicaste una columna en La República en la que contaste que tu relación con él a la distancia se basaba en que él te informaba de la política peruana para tus textos y que tú le dabas consejos sobre cómo redactar los suyos, y que de alguna manera eso se había convertido en el centro de su relación, que era su forma de besarse y abrazarse. ¿Por qué crees que la relación entre ustedes se basaba en eso?
Bueno, él siempre fue cariñoso a su manera, eh, pero a los hombres de su generación les cuesta mucho hablar de sus emociones, no fueron criados para eso. Y para la mía tampoco te creas que es muy fácil. Así que yo creo que desplazábamos nuestros afectos hacia un terreno más seguro. Los dos sabíamos que así nos estábamos expresando cariño, los dos lo teníamos muy claro. Era, bueno, una estrategia patriarcal, una estrategia de vieja masculinidad. Cómo expresar tu afecto sin tener que ser vulnerable (risas). Dos viejos machos.
No era fácil para ustedes hablar de temas personales.
-No, además… sabíamos que eran sus últimos años. No siempre habíamos tenido una relación fácil y creo que no siempre los hijos tienen relaciones fáciles con sus padres y hay peleas que duran décadas y nosotros pensamos que había cosas que ya no íbamos a cambiar, que no tenía mucho sentido discutir por ellas, que si a él le iban a quedar pocos años, lo más sabio era disfrutarnos esos años, saber que todo estaba superado y que nos queríamos. No sé si es lo mas recomendable, mis amigos psicólogos dicen que eso es un terrible error y todo eso, pero funcionaba. Justamente como no siempre tuvimos una relación fácil, era una manera de tratar de tenerla y recuperarla en los últimos años. Tratar de saber que el pasado ya no se iba a cambiar y que la única manera de darle sentido era tener el mejor presente posible juntos.
¿Es verdad que en estos días estás vistiendo la ropa de tu padre?
Sí (risas). Al día siguiente de llegar, escogí la ropa que me quedase, que tampoco es mucha, por darle uso y por recordarlo. Y es extraño, es como si algo de él siguiese vivo y como si una parte de él se hubiese convertido en mi. Sí, es parte de la experiencia. Es raro. Pero está bien.