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Sin ellos no hay futuro.

Son los héroes anónimos de la pandemia. Trabajaron a contrarreloj cuando la primera ola se llevaba cientos de vidas. Desde sus canteras, los científicos plantearon soluciones para la emergencia sanitaria. En medio del caos se fabricó el primer ventilador mecánico hecho en Perú, hoy son más de 300 y están salvando vidas.

En el momento pico de la fabricación, el equipo llegó a ser numeroso, entre ingenieros, médicos y técnicos. Aquí están en el coliseo deportivo de la PUCP.
En el momento pico de la fabricación, el equipo llegó a ser numeroso, entre ingenieros, médicos y técnicos. Aquí están en el coliseo deportivo de la PUCP.

Cuando el mundo ingresaba a la espiral de la muerte por el Sars-CoV-2, los científicos del mundo actuaron de inmediato. Los investigadores chinos se pusieron manos a la obra para descifrar la secuencia genética del bicho, los estadounidenses se afanaron por hacer pruebas moleculares más rápidas, los grandes laboratorios comenzaron sus primeras pesquisas de la vacuna.

Los científicos peruanos también reaccionaron ante la avalancha de necesidades que acarrearía la pandemia. A las pocas semanas de reportarse el primer contagio, Concytec organizó el concurso Proyecto especiales en respuesta a la COVID-19 y se presentaron 1,100 ideas.

Los equipos trabajaron a contrarreloj en soluciones para producir, por ejemplo, kits de diagnóstico molecular rápido, concentradores de oxígeno, equipos de esterilización, hasta se pensó en una posible vacuna peruana. Fueron 50 los ganadores que recibieron financiamiento estatal para desarrollar sus invenciones. Entre ellos resaltó un proyecto que, a más de un año y medio de pandemia, hoy salva vidas en las salas UCI de los hospitales peruanos.

Se trata del ventilador mecánico de bajo costo MASI, que fue pensado por ingenieros de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) como una respuesta rápida a la escasez de máquinas que ayudan a respirar a los pacientes y que en el Perú apenas pasaban las dos centenas cuando comenzó la pesadilla.

El ingeniero biomédico Benjamín Castañeda recuerda muy bien aquel viernes 13 de marzo del 2020. Recibió una llamada de su exalumno, el ingeniero electrónico Jaime Reátegui, que lo alertó sobre lo que se vivía en España e Italia donde la gente se estaba muriendo por la falta de ventiladores. “¿Podríamos fabricarlos aquí?”, preguntó. La respuesta quedó en suspenso.

Castañeda, que tiene experiencia en el desarrollo de dispositivos médicos, fue escéptico. Sabe que el Estado pone trabas burocráticas para validar una fabricación. “Tenemos un ecógrafo peruano que nunca vio la luz comercialmente por esta razón”, dice. Además estaba la variable del dinero. Reátegui calculaba que el proyecto requeriría millones de dólares. Era una quimera.

Sin embargo, la realidad se impuso, la primera ola estaba matando peruanos a diestra y siniestra y los médicos intensivistas necesitaban más ventiladores para salvar vidas. El equipo semilla tuvo que actuar, convocaron más colegas, buscaron financiamiento de la empresa privada y de fundaciones filantrópicas, pisaron el acelerador para hacer a MASI, que en quechua significa “compañero”. En el camino tuvieron que sortear el toque de queda, la falta de movilidad, la escasez de piezas para hacer su primer prototipo.

“La idea base la tomamos de un paper que se publicó en 2010 en el MIT [Instituto Tecnológico de Massachusetts] sobre el diseño de un ventilador mecánico portátil y de bajo costo”, dice Reátegui.

El objetivo del equipo no era desarrollar un único ejemplar, sino fabricar cientos en pocos meses, lo que en condiciones normales tomaría años.

El principio de MASI es una bolsa autoinflable automatizada por un cerebro electrónico. Es simple y cumple todos los parámetros médicos. Tras pasar por minuciosas evaluaciones y ser probado en animales con favorables resultados, Digemid autorizó su fabricación en junio pasado. Inmediatamente, el coliseo deportivo de la PUCP se convirtió en un centro de ensamblaje de ventiladores mecánicos en cuyas tarjetas electrónicas diría Made in Perú.

A la fecha se han hecho 340 y fueron donados a hospitales y clínicas a nivel nacional. El MIT ha reconocido a MASI como uno de los mejores dispositivos del mundo hechos durante la emergencia sanitaria y que ha tenido impacto real a nivel clínico.

Los científicos no son esos seres de laboratorio alejados de la realidad, la pandemia nos eseñó que, en los momentos más hostiles, fueron ellos los que nos dieron respuestas.

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