Hace exactamente 300 años, Cusco fue epicentro de una epidemia que afectó a gran parte de la población y que se llevó a la tumba a casi todos los integrantes del cabildo de los 24 electores del alférez real inca, una entidad que reunía a la crema y nata de los descendientes de las panacas reales. Cien años después, cuando en Lima don José de San Martín proclamaba la independencia desde un balcón de la plaza Mayor, en Cusco la élite de familias nobles indias ya daba muestra de cierta decadencia: si bien participaron en las instancia libertarias y democráticas, previas a la campaña emancipadora, no pudieron reponerse de la represión contra las rebeliones indígenas durante el virreinato.
“La independencia es una reacción de los criollos frente a España, pero también frente a lo que representa el movimiento organizado por Túpac Amaru II, que había sido recién vencido”, afirma el antropólogo Luis Guillermo Lumbreras. Esta burguesía cusqueña que conservó privilegios propios de la nobleza y que estuvo integrada por indígenas cultos y prósperos pudo cambiar la historia de la República peruana, pero terminó avasallada por los hacendados costeños.
“Los nobles indígenas empezaron un proyecto de nación junto con los otros grupos nacionales. De hecho, el estado recién creado dependía, en sus primeras décadas, de los con tribuyentes indígenas, lo que le otorgaba a esta población un cierto poder de negociación y la posibilidad de retener sus tierras comunales a pesar de las nuevas leyes que beneficiaron la propiedad privada”, sostiene Ronald Elward Haagsma, autor del revelador libro Los incas republicanos, publicado por el Fondo Editorial del Congreso de la República.
“Cuando el guano aparece, a mediados del siglo XIX, y se convierte en la principal fuente de ingresos, monopolizado por un pequeño grupo de limeños, el naciente proceso democratizador llegó a su fin. El Estado dejó de negociar con la población indígena y lo hizo solo con las oligarquías locales, resultando en un aumento de la desigualdad basada en la raza y la exclusión total de los grupos indígenas, hasta 1980. Y quizás este intento original de construir una nación, donde criollos, mestizos e indígenas participaban juntos, es algo para tomar en cuenta doscientos años después”, añade Elward, peruanista nacido en Holanda y que investigó durante diez años a los descendientes de las panacas reales del Cusco.
Lo cierto es que esta descendencia se creía extinta pero estaba vivita y gobernando, como alcaldes y autoridades del barrio de San Sebastián y otros distritos periféricos de la capital cusqueña. Sin embargo, habían perdido influencia económica y política, tanto así que cuando se publicó el libro Las élites cusqueñas (2008) –correspondiente al siglo XX– no figuraban familias de ancestros incas. Los incas republicanos se suma a la corta lista de publicaciones que están reconstruyendo la historia de estas familias, cuyo pasado se proyecta hasta las panacas reales de incas míticos como Manco Cápac o del gran emperador Pachacútec.
Más allá de su lectura obligada para entender el virreinato del Perú, el proceso emancipador, la instauración de la república y el renacer del imaginario inca como epicentro de la identidad nacional y del turismo, el libro Los incas republicanos contiene una minuciosa lista de apellidos y familias que hoy en día radican en dentro y fuera del Perú, pero que mantuvieron viva la tradición familiar y el orgullo de ser descendientes de los reyes del Tawantinsuyo. Y todo gracias al trabajo y dedicación de Ronald Edward Haagsma.