Escribe: Renzo Gómez
Una Iglesia con rostro amazónico, preocupada por la ecología integral, que pretende una convivencia más próxima con los pueblos indígenas.
En eso se resume el Instrumentum Laboris, el documento que recoge el sentir de los nueve países de la Panamazonía (Brasil, Venezuela, Guyana Francesa, Guyana Inglesa, Surinam, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia), publicado apenas el lunes, y que servirá como base de discusión en octubre próximo, en el ansiado Sínodo amazónico.
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Desde el anuncio del Papa Francisco en el 2017, se han llevado a cabo diversos encuentros entre los representantes de ambos mundos. Y si algo puede concluirse es la predisposición de la Iglesia, después de tantos siglos, a conducirse en la amazonía de nuevas maneras.
Una Iglesia que en el pasado fue cómplice de los colonizadores, y que en los últimos tiempos ha visto mellada su imagen por sonados casos de abusos sexuales y pedofilia.
Y es, precisamente, desde estas regiones amenazadas, explotadas y depredadas, donde el Estado ha estado de espaldas, y donde el protestantismo evangélico se ha expandido con firmeza, que la Iglesia católica se ha propuesto recuperar terreno y transitar nuevos caminos en comunidad.
He aquí un breve listado de las propuestas más audaces del Instrumentum Laboris: celebrar la liturgia con música y danza, con vestimentas autóctonas, en comunión con la naturaleza; traducir la Biblia a las lenguas originales de la amazonía; exigir a los gobiernos una protección efectiva a las comunidades aisladas que han decidido vivir al margen de la sociedad; identificar el tipo de ministerio oficial que pueda ser conferido a la mujer, tomando en cuenta el papel central que hoy desempeña en la Iglesia panamazónica, es decir deja abierta una ventanita para el diaconado femenino; estudiar la posibilidad de ordenación sacerdotal para personas ancianas, preferentemente indígenas, aunque ya tengan una familia constituida y estable.
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No es necesario ser periodista para intuir que ha sido esta última proposición la que más cejas ha levantado.
¿Se está flexibilizando el celibato? ¿Son los principios de su fin? ¿Si se ordena a hombres casados qué seguirá después? ¿Aprobar que los religiosos se casen?
José Álvarez, un ambientalista español, que pasó 13 años de su vida como misionero agustino en la selva peruana, primero en Iquitos, donde estuvo a cargo de una parroquia, y luego en las cuencas de los ríos Tigres y Corrientes, considera que esta segunda opción es menos viable. Por lo menos en estos momentos.
Respecto al celibato su posición es bastante clara. “No es un dogma. En los primeros años de la Iglesia nadie lo tomaba como una obligación. Es una práctica relativamente reciente que se introdujo con la filosofía neoplatónica de considerar pecaminosas las partes del cuerpo, y que se fortaleció en la Edad Media, creando un aura sobre los curas”.
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Es esa aura, según las corrientes más conservadoras de la Iglesia, la que los acerca más a Dios. Renunciar al deseo sexual para servirlo única y exclusivamente.
Una exigencia que no todos están en la condición de asumir. El propio Álvarez, quien labora en el Ministerio del Ambiente, cambió su visión de la vida, y hoy es un hombre felizmente casado, con un hijo de 18 años.
Su vinculación religiosa continúa, sin embargo. Su expertise en los pueblos amazónicos lo ha convertido, en cierto modo, en un puente entre los obispos y los dirigentes indígenas. De hecho ha tenido participación en los eventos presinodales.
El biólogo y teólogo ensaya respuestas en cuanto a las escasas vocaciones amazónicas y las deserciones.
“No encaja muy bien el perfil de un sacerdote con la mentalidad y la cosmovisión amazónica. Ha habido un choque cultural, porque el cristianismo tal y como lo promueve la Iglesia está vinculado a la Iglesia europea. Los amazónicos son muy vitalistas. Disfrutan tal y como viene la vida. Y el sacerdocio exige una serie de compromisos”.
Una de las organizaciones que ha velado en el país por el Sínodo es el Centro Amazónico de Antropología y Aplicación Práctica (CAAAP), que ha participado en las tres asambleas territoriales, realizadas en Lima, Yurimaguas e Iquitos, donde han coincidido los ocho vicariatos apostólicos (San José del Amazonas, Pucallpa, Jaén, Requena, Yurimaguas, Iquitos, San Ramón y Puerto Maldonado) y pueblos indígenas como los Awajún, Wampis, Achuar, Shawi, Asháninka, entre otros.
Ismael Vega, director del CAAAP, recuerda a indígenas Achuar, en Yurimaguas, reclamando en su idioma a los obispos la necesidad de que ellos puedan ejercer los ministerios.
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“La amazonía ha sido vista siempre como un espacio lejano, exótico, distante. En las últimas décadas, la Iglesia se ha dado el tiempo de repensar su formar de acompañar y comprender los saberes ancestrales. En ese sentido, esta posibilidad de ordenar a hombres casados no es una medida desesperada por captar a más fieles sino más bien es el reconocimiento de una necesidad”.
A inicios de mayo, el Papa Francisco hizo oficial el nombramiento de los dos secretarios especiales del Sínodo amazónico. Entre ellos se encuentra monseñor David Martínez de Aguirre Guinea, obispo del Vicariato Apostólico de Puerto Maldonado, un dominico español que ha convivido durante casi 20 años con las precariedades y las urgencias de los Machiguenga, en la cuenca del río Urubamba entre Cusco y Madre de Dios.
“Sorprendido y asustado, pero también confiado en que Dios estará con nosotros”, declaró por su nombramiento.
La inculturación es un proceso que la Iglesia se ha tomado en serio. Es decir, la adaptación de los documentos pastorales a la cosmovisión latinoamericana. Pero no es tan sencillo como suena. El lenguaje sigue siendo una traba.
Lo sabe bien el padre Carlos Quintana, quien está a cargo de la Iglesia Santa María Nieva, en la capital de Condorcanqui, una de las siete provincias del Amazonas.
“Aprender el idioma local es un gran desafío. La primera vez que oficié una misa en Semana Santa, hablé siete minutos y mi traductor media hora. Me quedé con la sensación de no saber qué había dicho”.
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En Nieva cuenta con la ayuda de una red de catequistas itinerantes. Ellos no consagran la eucaristía ni dan la hostia pero le dan una mano con la enseñanza del Evangelio. Sea como fuere, y quizá por su condición de jesuita, posee mayor apertura respecto a este proceso.
“No se trata de que sean católicos sino cristianos. Acercarlos a Jesús, la figura central. No es fácil porque tienen otras formas de vivir su espiritualidad, pero hay que ir a la esencia”.
Volviendo al polémico tema del celibato, no han sido pocas las voces que han procurado apagar las llamas. El reverendo argentino Humberto Yáñez, director del departamento de Teología Moral de la Pontificia Universidad Gregoriana ha dicho que solo son sugerencias.
“Hay lugares donde los sacerdotes llegan cada dos o tres años. ¿Qué comunidad cristiana puede subsistir con una presencia sacramental tan pobre? Pero les aclaro que solo son propuestas”.
El desenlace lo sabremos del 6 al 27 de octubre, en Roma. Todo sea por el buen vivir y la defensa de la casa común.
“Podría ser una solución. Además el celibato no es un dogma sino una práctica relativamente reciente”.No se trata de que sean católicos sino cristianos. Ir a la esencia, aunque tengan otras maneras de vivir su espiritualidad”.