Hay exactamente un año de diferencia entre los dos únicos comunicados en los que Fuerza Popular se refirió al indulto a Alberto Fujimori, padre de su lideresa: el primero, justo después de que Pedro Pablo Kuczynsky le concediera la gracia presidencial -negociada con Kenji Fujimori a cambio de votos contra su vacancia- y el segundo, esta semana, cuando el ex dictador tuvo que volver a prisión por órdenes del Poder Judicial. En el colmo de la esquizofrenia, el primer comunicado cuestiona el indulto y discrepa “con la forma en que se logró”. Es decir, deja clarísimo que, para Fuerza Popular, se trata de un indulto irregular, ilegítimo, amañado. En cambio el segundo, rechaza y lamenta “la decisión judicial que deja sin efecto el indulto legítimamente otorgado”. ¿Perdón? ¿Leímos bien? Pues sí. Y recordamos bien. Un año es muy poco tiempo para que hayamos olvidado que Fuerza Popular combatió el indulto de todas las formas posibles. Tampoco que su lideresa, posteriormente, maltrató, hostilizó, emboscó y, finalmente, defenestró a su hermano por haber conseguido la libertad del padre. Pues ahora resulta que el indulto con cuya forma discrepaban -ergo, era ilegítimo-, ahora es un indulto "legítimamente otorgado". Y no sólo eso. El viernes, Keiko Fujimori, que resulta ser la presa incomunicada más comunicada del país (otra habilidad heredada de papi) lanzó un conmovedor hilo de tuits en los que lamentaba que su padre regresara a prisión, algo de lo que, dice, se enteró “en la soledad” de su celda en Santa Mónica. Sin duda, el párrafo más touching es aquel que a la letra reza: “A quienes tienen hoy su vida en sus manos, solo quiero pedirles un poco de compasión. Él ya estuvo preso más de 12 años. Tengo fe de que la humanidad pueda imponerse finalmente al odio y la confrontación”. Al leerlo, uno se queda boquiabierto, porque todos saben que quienes han tenido la vida de Alberto Fujimori en sus manos no son los jueces, ni los enemigos del fujimorismo, ni el ejecutivo, sino la propia Keiko que, llevada por el cálculo político y el odio a su hermano (que empezaba a hacerle sombra y lanzaba su propio proyecto político) decidió jugar con ella y lanzó el Operativo Mamani, sin el cual el indulto difícilmente se hubiera revertido. Enviar a uno de sus congresistas a tender una emboscada a su hermano Kenji para evidenciar que éste había negociado con PPK fue fundamental para que la justicia se pronunciara a favor de que el padre vuelva a la Diroes y esa es una verdad del tamaño de su celda. Como fresa en el pastel de la incoherencia, el inefable Carlos Tubino, el ex militar que entendió que el honor castrense pasaba por firmar el acta de sujeción a Vladimiro Montesinos -poder en la sombra de la dictadura fujimorista y viejo sospechoso de traición a la patria- no tuvo mejor idea que comparar a Alberto Fujimori con Nelson Mandela, asegurando que, durante su gobierno en Sudáfrica, se nombró una Comisión de la Verdad que perdonó a medio mundo. No vamos a aclarar las inexactitudes de la comparación (lo ha hecho genialmente, en Twitter, el sociólogo y especialista en derechos humanos Eduardo González), pero, al leerla, uno no sabe si indignarse o reírse. Basta recordar que Mandela se comió sus veintisiete años de cana sin chistar, sin pretender dar pena y sin intentar manipular a la gente, algo que, como hemos visto, no está ni lejanamente reflejado en las actitudes de Fujimori, quien hasta ha posado “moribundo” con tal de dar lástima y no volver a prisión. Los argumentos contradictorios, erráticos y bipolares del fujimorismo ante la revocatoria del indulto a su fundador sirven para dar una idea del estado en el que se encuentra esa, ejem, fuerza política, que ya es incapaz de distinguir la verdad de la mentira, al punto que uno no sabe si se creen sus propios cuentos o si desprecian tanto a la gente que piensan que pueden engañarla con dos falsedades mal enunciadas. Pero, obligándonos a empatizar con el declarado sufrimiento de Keiko (aunque el hecho de que no haya un pedido de disculpa a su padre por haberlo mandado a prisión y defenestrado a su hermano, nos hace dudar de su sinceridad), tal vez la cárcel le esté enseñando a ver las cosas con un poco de lucidez y nobleza, y entender por fin que el peor de sus enemigos nunca fueron los caviares, ni el Poder Judicial, ni Martín Vizcarra, ni el pobrecito Pipikey. El peor de sus enemigos, y es bueno que ahora lo sepa, siempre fue ella misma.