InternacionalLatina, mujer, de izquierda. Defensora de las minorías y los inmigrantes. Bestia negra para la extrema derecha norteamericana. Esta semana se convirtió en la congresista más joven de la historia de los EE.UU.,Se supone que ella no debería haber ganado. “Se supone que las mujeres como yo no deberíamos presentarnos a cargos políticos”, dijo en un video que difundió a fines de mayo, poco antes de disputar las primarias demócratas del Distrito 14 con el veterano Joe Crowley. “No nací en una familia rica o poderosa. Mi mamá es de Puerto Rico, mi papá es del sur del Bronx. Nací en un lugar en el que tu código postal determina tu destino”. Alexandria Ocasio-Cortez podría estar sirviendo tragos o atendiendo mesas ahora mismo, como lo hacía hasta el año pasado. Participando en acciones del movimiento Black Lives Matters o en eventos de solidaridad con víctimas de desastres. Preocupada en pagar sus préstamos universitarios. Desde el último martes es la congresista electa más joven de la historia de los Estados Unidos. Triunfo en las primarias Nació en 1989 en el Bronx, en Parkchester, un viejo barrio de irlandeses e italianos, en el que hoy la mayoría son afroamericanos, hispanos y asiáticos. Sus padres, conscientes de las limitaciones de las escuelas locales, la enviaron a estudiar a un vecindario blanco, donde su condición la hizo esforzarse el doble que sus compañeros. Gracias a ahorros, becas y préstamos estudiantiles, estudió Economía y Relaciones Internacionales en la Boston University y trabajó como asistente en la oficina del senador demócrata Ted Kennedy. En 2008 su padre murió de cáncer. “Lo último que me dijo mi padre fue ‘Enorgulléceme’. Lo tomé literalmente”, contaría después. Fue un momento difícil: su madre hacía trabajos de limpieza en casas y conducía un autobús escolar. La familia estaba llena de deudas. Alexandria debió replantear sus objetivos: tomó empleos como camarera y tuvo que trabajar turnos de hasta 18 horas. Su madre y su abuela tuvieron que mudarse a Florida para ahorrar dinero. Ella se quedó en el Bronx. A fines del 2016, después de la fallida pero impactante campaña de Bernie Sanders en las primarias demócratas, un grupo de seguidores del senador de Vermont comenzó a buscar nuevas figuras con ese perfil, progresista, anticorporativo, para postularlas en las elecciones parlamentarias de noviembre de 2018. Al enterarse de que el grupo Brand New Congress estaba aceptando aplicaciones, el hermano menor de Alexandria decidió postularla. Se lo preguntó y ella, casi sin prestarle atención porque estaba ocupada, dijo que claro. La llamaron, vieron su historial, videos suyos hablando en eventos en la universidad, escucharon sus ideas y apostaron por ella. Ella no se lo terminaba de creer. “Quiero decir, ¿voy a decirle a la gente que yo, que soy camarera, debería ser su próxima congresista?”. Lo que siguió fue un año lleno de trabajo. Sin aceptar dinero de empresarios, casa por casa, teléfono por teléfono, Alexandria y su equipo de campaña trataron de llegar a la mayor cantidad de votantes de su distrito congresal, el 14 (entre Queens y el Bronx). Hicieron 170 mil llamadas, tocaron 120 mil puertas y enviaron 120 mil mensajes de texto. Un gran punto a su favor fue su desempeño en tres de los debates organizados ante su contendor en las primarias demócratas y vigente congresista, Joe Crowley. Al primero, Crowley –que entonces le llevaba más de 30 puntos de ventaja– no fue por cuestiones de agenda. En el segundo, el veterano político la trató con condescendencia. Y en el tercero envió a una exconcejala latina, “con un ligero parecido a mí”, según comentó, sugiriendo una jugarreta electoral con trasfondo racista. La noche del 26 de junio de este año, la televisión mostró la imagen de Alexandria tapándose la boca con la mano, sin poder creer los resultados que veía en las pantallas: le había ganado la candidatura demócrata a un hombre blanco, adinerado y poderoso que llevaba catorce años sin perder una elección y a quien todos conocían como el Rey de Queens. Elecciones intermedias Durante esta campaña por las elecciones legislativas, un elector le preguntó en Twitter por qué debía votar por ella. Alexandria le respondió: “1. Soy la única candidata que no acepta dinero de empresas. 2. Creo en Medicare (sanidad pública) para todos, la vivienda como un derecho, la reforma de la justicia y las universidades públicas gratuitas. 3. Soy lo suficientemente valiente como para denunciar la corrupción en Nueva York. 4. Vivo aquí de verdad”. Las inmobiliarias están desplazando a la gente de los barrios del Bronx y Queens, un problema que ha decidido encarar. También hará suyo el problema de la criminalización de los inmigrantes: reclama el cierre del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, que mantiene separadas a cientos de familias migrantes. Alexandria es socialista, como Bernie Sanders, pero el socialismo en los Estados Unidos es muy distinto al de Cuba o Venezuela. Está más cercano a las ideas de Franklin Delano Roosevelt y su New Deal. El último martes, su discurso en contra de las desigualdades la hizo vencer a su rival republicano, Anthony Pappas, con el 78% de los votos, y convertirse, con 29 años de edad, en la congresista más joven de toda la historia de su país. Su llegada a la Cámara de Representantes, y la de otras mujeres demócratas provenientes de minorías, como Rashida Tlaib, exrefugiada de origen somalí; y Deborah Haaland y Sharice Davids, las dos primeras indígenas que obtienen un escaño, representa un nuevo tiempo para los demócratas y la política norteamericana. Mujeres que se supone no deberían estar allí. Pero que han llegado y que ahora empezarán a hacer cambios.