TestimonioRumi Cevallos, editor de este diario, alcanzó el último fin de semana uno de sus sueños de niño: ser parte de los cientos de bailarines que participan en la tradicional Fiesta del Sol.,Sin ojotas en el Inti Raymi,Estaba muy ilusionado desde mucho tiempo atrás. Y 24 días antes contaba cada día que faltaba para el inicio del mundial Rusia 2018 y para el Inti Raymi en mi cuenta de Facebook. Subía un post diario. El 22 de junio, en el avión, durante todo el trayecto al Cusco, pensaba en la mayor manifestación cultural del mundo andino: la gran Fiesta del Sol. De niño asistí solo una vez, trepado en la loma colindante al “rodadero”, esa gran falla geológica que servía de entrenamiento para los jóvenes iniciados en el ejército imperial y que ahora los turistas usan como tobogán. Desde esa platea natural, quedé asombrado con el paso del inca, la coya, su séquito, las acllas, ñustas, chaskis y soldados. Esa vez, los coloridos trajes se quedaron fijados en mis retinas. Y, en casa, de niño, jugaba a ser el inca Pachacútec, ese del que tanto hablaba Tula Oroz, mi profesora de primer grado. Luego de aterrizar en el Cusco, mi primer deseo era saber dónde se desarrollaban los ensayos. Jazmín Lezama, fotodocumentalista cusqueña, con muchos años trabajando en el Inti Raymi, tenía toda la información de primera mano. –Al Qorikancha, en la avenida El Sol. Allí tienes que ir. Ensayaremos con el “profe Leo” (Leonardo Arana Yampe), los músicos y todos los chicos. Estoy segura que te encantará. Y el sábado el ensayo será desde temprano en Saqsaywaman. ¡Alucinarás!, me dijo por el celular. –Sale, y espero que no me miren como bicho raro, respondí. –Nada que ver. Pero no te olvides de gestionar tu credencial en Emufec (Empresa Municipal de los Festejos del Cusco), con Karina Carrillo, dijo la fotógrafa. Luego de disfrutar una deliciosa sopa de morón en casa de la maestra Áurea Rivas, me dirigí al Qorikancha. Allí estaba Jazmín, con su infinita alegría, armando la chacota y, junto a ella, el sonido de los clics de su Olympus E5. El “profe Leo”, director de la Asociación cultural de canto, teatro, danza y música Filigranas Peruanas (FIPE), que puso este año en escena el Inti Raymi por decimotercera vez, me recibió como hijo pródigo. Ese día y al siguiente, Leonardo Arana estaba ansioso, enfundado en una chalina de alpaca y sombrero oscuro. Los 700 participantes ensayaban su parte, cada grupo con su profesor. Hacía frío, mientras el sol castigaba nuestros rostros. Mi emoción se elevó con el paso de las horas. Ya tenía la credencial, pero quería ir más allá. Alucinaba el Inti Raymi, estar dentro de la misma fiesta, y bailar, como en mis recuerdos de niño. Sin ojotas por "chakisapa" Luego de los ensayos, el local de FIPE, en la Avenida Alta 453, interior 4, era un hormiguero. Unos le daban los toques finales a los trajes, otros pegaban las plumas de suri a los “chukus” para los músicos (prenda para la cabeza), otros ensacaban los trajes para los participantes de los cuatro suyos, otros ensayaban sus parlamentos. En el patio colgaban las ojotas. En los cordeles había mantas multicolores. En varios lugares de ese templo de la cultura cusqueña aguardaban cajas con accesorios para el séquito del inca y los actores. Y en la generosa cocina nunca faltaba café, infusiones, pan con queso y cena para todos. –¿“Profe Leo”, puedo estar junto a los actores con poncho y sombrero?, pregunté. –Te pondrás un “unku”. No debes desentonar, dijo el “Profe”. David Salom, uno de los directores de FIPE, buscó vestimenta para mi talla. Me dio una “kushma”, un traje del antisuyo. Para la cabeza, un hermoso “chuku” y unas “chakchas” que cubrían parte de mis botines. No usé ojotas porque soy “chakisapa” (de pie grande) y no había para mi talla. Ese 24 de junio fui muy feliz. Camuflado con un traje que lucí con mucho respeto y con permiso especial para reportar el Inti Raymi desde dentro y lograr las mejores imágenes para los seguidores de las redes de La República. Fue un pequeño premio para el jovencito que pensaba ser Pachacútec. Yaritna García, coya por varios años, me acompañó con sus acertados comentarios en la transmisión. No pude bailar, precisamente por atender las redes del diario. Pero sentí todo aquello, durante tres horas, en Saqsaywaman, el Qorikancha y la Plaza de Armas. Por esos momentos fui parte del séquito del inca. Seguro que volveré.