Sé que todos me ven como una arpía sin sentimientos, como la mujer que vendería a su propia madre si conviniera a sus intereses, como la que dejaría a su propio padre en la cárcel si con eso pudiera mantener su poder, como la… Bueno, tal vez un poquito, pero todo tiene una explicación en esta vida. Sin embargo, ninguno de los que me odian, desde esos rojetes caviares proterrucos hasta el insolente de mi hermano menor, son capaces de ponerse en mi pellejo. Mi vida no ha sido fácil. No, señor. Ni siquiera cuando de niña tuve que aguantar que mi padre llenara de apapachos al mocoso ese que era capaz de pasearse con su boa en los Consejos de Ministros y hasta de burlarse de la calva del tío Vladimiro sin que nadie le dijese nada. Y fue en una de esas que papi y mami se pelearon. Bueno, pelearon es poco decir, porque mami tuvo la mala idea de denunciar públicamente que mis queridos tíos del lado paterno se levantaban la ropa que Japón donaba para los pobres del Perú y les entregaban sólo el “estropajo”, y mi papi se enojó tanto que la encerró en Palacio y la expectoró del cargo de primera dama. Luego, ella dijo que la habían electrocutado, pero, como bien señaló mi hermana Sachie en Chile, cuando la llamaron a declarar, mami siempre tuvo problemas emocionales, sobre todo cuando le faltaba el litio. Yo tenía diecinueve años cuando tuve que agarrar el cargo de primera dama. Esos fueron los días más felices con papi, hasta que, un buen día, después de que salieran los videos de la colección del tío Vladi, se mandó mudar diciendo que iba a una cumbre en Brunei y lo próximo que supe es que había renunciado desde Japón. Entonces, me quedé sola en Palacio y no sé qué habría sido de mí si no aparecía mi querida Ana Vega, que vino a ser algo así como mi madre sustituta. Ella me guió con sus consejos y me acompañó en todo momento, incluso cuando recompuse el partido que papá dejó hecho puré por salvar su pellejo. Fue ella la que, en mi segunda candidatura, me recomendó deshacerme de todos los carcamales que rodeaban a mi padre, que no eran sino una sarta de inservibles que, en la primera candidatura, sólo me hicieron perder votos con sus metidas de pata. ¿Cómo perdí la segunda vez? No, señores, no perdí. ¡A mí me robaron el triunfo! Es por eso que hasta el día de hoy no he saludado al miserable ese de Kuchiski y me he dedicado a hacerle la vida a cuadritos. Para eso estaba mi bankada llena de becerriles, miquitorres y galarretas, que ladraban cuando yo chasqueaba los dedos. Y digo ladraban porque ya no confío en nadie desde que el chinchoso de mi hermanito me metió la puñalada más artera que ha recibido una lideresa política de mi talla. Debí sospecharlo cuando comenzó a viajar por el Perú poniéndose todos los chullos habidos y por haber, o cuando salía aparradito con PPK o con su esposa, o cuando empezó a criticar a la bankada por hacer comentarios sobre mi padre, como si decirle a alguien que se vaya a cuidar a sus nietos o que se tome su agüita de azahar fuera una gran ofensa. Y luego se puso tan igualado que tuve que mandarlo a suspender para ponerlo en vereda, pero era tarde. Resulta que el muy zamarro ya tenía todo amarrado para dejar que nuestro padre salga de la cárcel, donde, paterísimo él, iba a verlo casi todos los días para confabular en contra mía. Cuando, desesperada, intenté vacar a Pipikey para frustrar el indulto (con mi padre fuera yo quedaba como un monigote sin poder), ocurrió lo que nunca esperé: que diez pezuñentos de mi bankada, cuyos nombres ni conozco, decidieron rebelarse en contra de la vacancia y me dejaron con los crespos hechos y, horror de horrores, con mi padre libre, vivito, coleando y más sano que nunca. ¿Qué podía hacer? Tuve que poner la mejor de las caras y aguantarme la pataleta. Envalentonado, mi hermanito me desafió a deshacerme de mi queridísima Ana Vega y, ¿qué creen?, hice la finta de desembarcarla para no hacer mucho roche y para que mi viejo se crea el cuento de que, nuevamente, como en otros tiempos, ha logrado someterme a sus órdenes. Ahora, mi futuro es incierto. Papi ha vuelto por sus fueros y será él quien decida la candidatura del 2021. Por ahora, se ha dedicado a recibir visitas en la mansión de La Molina que le pagan sus ayayeros. Dice que su sueño es reunirnos al mocoso de marras y a mí, y hacer que limemos asperezas. Yo le seguiré la cuerda, porque perdería más si no lo hago. Haré todas las concesiones que deba hacer y sonreiré las veces que tenga que sonreír para tranquilizarlo. Sin embargo, estoy segura de que sigue prefiriendo al galifardo de mi hermano y que, si no hago algo pronto, lo elegirá candidato en mis narices. Esa es mi triste historia doctor. ¿Me comprende ahora? Para eso estaba mi bankada llena de becerriles, miquitorres y galarretas, que ladraban cuando yo chasqueaba los dedos”