Teresina Muñoz-NájarTeresina Muñoz-Nájar. Periodista.,El salvaje asesinato de Simona, la mujer que trabajaba en la casa de la hermana de Teresina, desencadena la escritura, el reportaje, la denuncia. A Simona, de 45 años, la mató Juan Sucasaire, su novio joven de 25 años, celoso, posesivo. La golpeó con un martillo y la acuchilló diecisiete veces hasta que su corazón no soportó más el dolor. Era San Valentín, sin ninguna ironía, el día del amor. Pero Sucasaire era el asesino del amor, así que abandonó su cuerpo debajo de la cama del hotel donde acababan de tener sexo. Muñoz Nájar llevaba años escribiendo sobre género, mujer y violencia, cuando ocurrió lo de Simona. Fue su primera historia, quiso ir hasta el fondo, le siguieron los feminicidios de Karol, Lisbeth y Tiffany. Con estos testimonios desgarradores y las voces de expertos la periodista construye el libro Morir de amor (Aguilar), una aproximación cruda a los móviles de un drama estructural, el del crimen de mujeres en manos de sus parejas. Tu libro se llama Morir de amor, pero en realidad, ¿no estamos hablando precisamente de lo contrario al amor? Creo que el título del libro invita a leerlo. Y esa es la idea: llamar la atención sobre un problema social que nos rebasa. Además, toda esta trágica realidad –sobre todo cuando hay o ha habido un vínculo entre el feminicida y su víctima– comienza con el enamoramiento. PUEDES VER Alex Ayala: “El realismo latinoamericano es mucho más trágico que mágico” Los cuatro casos que investigas para el libro pertenecen a crímenes ocurridos contra mujeres de sectores populares. De hecho el libro se escribe a partir de la experiencia cercana del asesinato de Simona, la trabajadora del hogar en casa de tu hermana. ¿Te planteaste en algún momento abordar algún caso de violencia de género en las clases medias y altas? Hay violencia contra las mujeres de todas las clases sociales, eso es innegable. Hay más violencia en las zonas urbanas que en las rurales, inclusive. Hubo un feminicidio en setiembre del 2015, en Casuarinas, la noticia salió en los diarios pero me fue imposible seguirle la pista. El proceso, al parecer, se llevó a cabo en estricto privado. ¿Supiste de otros casos? ¿Ocurre menos o es que se ocultan más? En la tesis “Si me dejas te mato”, de Jimena Sánchez Barrenechea, que menciono en el libro, la autora registra un caso de violencia contra una mujer de clase alta. Ella, que afortunadamente tenía los recursos necesarios, tuvo que irse a vivir a otro país. Huyó del marido. Durante la investigación también tuve la oportunidad de conversar con una alumna de la facultad de sociología de la PUCP, que hacía su tesis sobre el mismo tema, y contaba ya con cuatro o cinco historias de mujeres de clase alta maltratadas por sus esposos. Pero yo quería casos de feminicidio y, excepto el de Casuarinas, no pude detectar otro. No obstante, los cuatro que reuní, me parece, logran reflejar la trascendencia de este fenómeno. Además, vivas o muertas, todas las mujeres somos iguales. ¿Se pueden prevenir los feminicidios? Cada vez hay más mujeres que denuncian a sus maltratadores, que están más empoderadas y que se sienten acompañadas por un buen sector de la sociedad. Pero tenemos que pensar que cada persona es un mundo. A las mujeres que no tienen recursos para escapar de sus agresores, que tienen hijos pequeños y que no pueden trabajar, que están solas, alejadas de sus familias, etc., les cuesta mucho más salir del espiral de la violencia. Por eso es tan importante la participación del Estado en esta lucha, a través de campañas, del fortalecimiento de sus centros de emergencia (CEM) y de programas creativos para prevenir los feminicidios, como los pequeños pilotos que desarrolla el Observatorio de la Criminalidad del Ministerio Público, que identifica mujeres en alto riesgo y las visita en sus hogares. ¿Y qué se está haciendo con los hombres violentos? Casi nada. El Estado tiene que intervenir con más fuerza y más recursos. Y, de hecho, tiene que poner en marcha el nuevo currículo escolar. Niñas y niños tienen que recibir una educación basada en la igualdad. Solo así nos libraremos del machismo y por tanto de la violencia contra la mujer. La infidelidad de una mujer, decía Rocío Silva Santisteban el otro día en una columna, es un atenuante en la violencia de género. Sin embargo, en el Perú se es muy tolerante con la infidelidad masculina. ¿No son la mentira y la infidelidad sistemáticas de los hombres otras formas de machismo y maltrato psicológico? También es un atenuante cuando el hombre que maltrata está borracho, lo que es increíble. Sé, no obstante, que se están reformando este tipo de cosas en la Ley para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres y los integrantes del grupo familiar. Ojalá que esta reforma no duerma el sueño de los justos. Y también tiene pena atenuante el homicidio por emoción violenta, que es el delito al que apelan muchos de los abogados de los feminicidas. ¿Cómo lidiamos con ello? ¿Cómo lidiamos con la infidelidad?, pues nada más que divorciándonos. ¿Qué opinas del caso de Magaly Solier? Es complejo. El marido ha volteado la tortilla y la acusa a ella de golpearlo. Ya se le ha linchado en redes y los trolls han aprovechado para denostar una vez más el feminismo y negar la violencia sistémica usando el caso de una mujer supuestamente violenta. A mí me parece un acto de valentía el solo hecho de denunciar aunque el marido haya volteado la tortilla. Por lo tanto, estoy segura de que Magaly Solier sabrá resolver su problema. Como periodista especializada en casos de violencia de género. ¿Cómo enfocarías lo que le ha ocurrido a Magaly, por dónde empezarías a investigar, cuál sería la tesis a desentrañar? Como ella lo ha hecho público, le pediría una entrevista, no para que me dé detalles de quién dijo qué o quién tuvo la culpa de qué, sino para que su testimonio sea una oportunidad para reflexionar sobre los temas de fondo relacionados con la violencia de género. Finalmente, enfocaría todo este tema en la reacción de las redes sociales cada vez que una mujer, conocida o no, abre su corazón y denuncia una violación sexual o una paliza. Sería una manera de medir el machismo virtual y la cobardía de todos esos seres anónimos y primitivos que odian a las mujeres.