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Cultural

Un clásico de Julian Barnes: “El loro de Flaubert”

Hace 40 años, Julian Barnes publicó “El loro de Flaubert”, novela rica en referencias literarias y contada con humor e ironía. Influye en muchas voces narrativas del siglo XXI.

larepublica.pe
Julian Barnes. Foto: AFP.

Una novela que en su momento nos descubrió a uno de los narradores más importantes de la narrativa inglesa de la segunda mitad del siglo anterior. Nos referimos, pues, a El loro de Flaubert de Julian Barnes. Sus páginas, en conjunto, son vendidas como novela, cuando en realidad es un híbrido entre ficción y realidad (no ficción), propósito pensado por Barnes para este artefacto literario que le supuso la consagración al quedar finalista del Booker Prize de 1984.

Pero esta novela no fue un éxito por haber quedado finalista de este prestigioso premio británico. Son muchas las novelas finalistas/ganadoras de importantes premios en el mundo entero, pero poquísimas son capaces de suscitar una epifanía que las independice del aura del galardón. A la fecha, resulta difícil que un autor logre lo siguiente: no solo alzarse con un premio narrativo de importancia, sino que su título ganador consiga críticas positivas y el rotundo favor de los lectores, como también que el libro premiado o finalista se convierta en un vitamínico de poéticas no necesariamente en ciernes. Al respecto, no hay que quemar mucho cerebro: con El loro de Flaubert, Barnes cubrió cada uno de estos niveles de radiación, además, su libro nos ayuda a entender el sendero formal que ha pautado a la narrativa de finales del XX e inicios del XXI. Y un dato más, con el éxito de la traducción de El loro de Flaubert al castellano, se abrió el camino para otros autores británicos que, al igual que Barnes, la rompieron al ser también traducidos al castellano. Pensemos en Hanif Kureishi, Kazuo Ishiguro, Martin Amis, Ian McEwan y Salman Rushdie.

La novela tiene en el médico Geoffrey Braithwaite (personaje para recordar) a un rendido apasionado de la obra y vida de este narrador decimonónico francés. Braithwaite lo conoce todo de su escritor fetiche, pero conocer todo de él no le es suficiente, anhela saber más. Bajo la idea de que en los detalles puede encontrar la luz que le permita entender la razón de por qué admira tanto a Flaubert yace el nervio narrativo. La constante relectura del autor francés lo termina convirtiendo en un especialista de referencias flaubertianas y gracias a ese radar se entera de la existencia de otro Loulou, el loro que adquiere protagonismo en el conocido relato “Un corazón sencillo”.

Este descubrimiento enciende aún más la ya indicada curiosidad de Braithwaite, siendo este hecho su fin y a la vez su nuevo comienzo, un punto de salida a los avatares que viene sufriendo, arrastrando, desde hace muchos años. Braithwaite es un hombre destrozado, descolocado en la vida, casi traumado, por ello, la investigación sobre este nuevo loro del conocido relato es el acicate que le permite a Barnes ramificar su curiosidad y en esta ramificación somos partícipes de un cóctel de registros y géneros, cóctel que nos ayuda a entender la esencia humana de Braithwaite.

Podría pensarse que, bajo este mestizaje de registros, habría alguna dificultad durante su lectura. Pero no es así. Quien mejor sabía de este peligro era el propio Barnes, que no por nada es hijo de una tradición literaria rica en humor e ironía. Ajá, por así se sostiene la novela, con humor e ironía, ese respiro que en comunión con la tersura narrativa acaba beneficiando al lector que, de proponérselo, corre con la novela, quizá como una pasiva esponja consagrada a una asesina experiencia literaria. El loro de Flaubert genera incontables sensaciones, menos indiferencia.

La lectura/relectura de esta obra de Barnes resulta necesaria en un contexto editorial en el que más de un cantamañanas vende el registro del híbrido, y también la experimentación maquillada como “rareza”, como si fuera algo nuevo, el modelo a seguir, el sendero ideal para el vitalismo literario del Siglo XXI (a ese punto llega la osadía de la ignorancia). Esta mentira monumental la deberíamos destruir por medio de la lectura. Lógico, Barnes no fue el primero, este juego de espejos literarios lo vemos desde El Quijote de Cervantes, el Tristram Shandy de Sterne, por ejemplo, pero estos cantamañanas no necesitan retroceder tanto en la tradición de la novela, sin mucho esfuerzo basta y sobra con este libro publicado hace 40 años.

Querido lector. No te quemes pensando: El loro de Flaubert es una obra maestra. Búscala.

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