Hace unos días conversaba con un pata que no veía en más de dos lustros. Gran lector y fanático de sus autores favoritos, de quienes quiere saberlo absolutamente todo. Paul Auster, fallecido el pasado 30 de abril, es uno de ellos. Justo hablábamos de sus novelas más emblemáticas, como El Palacio de la Luna, Brooklyn Follies, La trilogía de Nueva York y La noche del oráculo, del mismo modo de las que consideramos menores, tipo Viajes por el Scriptorium y Diario de invierno, cuando me preguntó por una película de Wayne Wang que tuvo a Auster como guionista. Es decir: por Smoke (1995).
Vale indicar que los siguientes trabajos de Wang, aunque cumplían en estética formal, no lograron alcanzar las cimas que mostró en Smoke. En el caso de Auster, en su faceta como director de cine, su suerte no fue la misma que experimentó con sus libros, aunque habría que subrayar que sus películas eran una extensión, con mayor dosis de poesía en el guion, de la temática de su ficción. Como artista que se reta a sí mismo, Auster sabía de los peligros de “pensar” el cine en función de las palabras y no de las imágenes, tal y como lo vimos en la bella pero fallida La vida interior de Martin Frost (2007).
Smoke es esa clase de películas en las que no pasa nada, pero en la que ocurren muchas cosas. Las actuaciones de Harvey Keitel (Auggie Wren), William Hurt (Paul Benjamin) y Forest Whitaker (Cyrus Cole), resultan de antología. Como en casi todos los libros de Auster, Smoke no es ajeno al influjo del azar, pero con la diferencia de que en esta ocasión hay más cuotas de ternura. La mayoría de las escenas se desarrollan en la tienda de Auggie, el estanco (tienda de venta de tabaco) adonde asisten personajes de alma cromática con los que ha forjado una relación cercana.
Paul Benjamin es un escritor que, pese a ostentar un ritmo de escritura constante, se encuentra bloqueado. Es de aquellos que piensan que la inspiración y el tema vienen escribiendo y no en la fatuidad de la contemplación. Pero un factor lo tiene quebrado: ha perdido a su esposa en un accidente de tránsito, o sea, es un hombre solo, vacío. Paul disipa sus carencias emocionales en la tienda de Auggie.
Pero cierto día, Paul es salvado de ser atropellado. Thomas “Rashid” Cole (Harold Perrineau), es el héroe. En agradecimiento, el escritor, al ver que era un joven a la deriva, lo invita a su casa para que descanse por unos días. A partir de entonces, se teje una interacción pautada por la verdad descubierta por puchos, a la par Auggie le ofrece a “Rashid” trabajar en su tienda. El objetivo de “Rashid” no es otro que encontrar a su padre, Cyrus, un mecánico sin brazo izquierdo. Por su parte, Auggie descubre que tiene una hija (Felicity, a cargo de Ashley Judd) a la vez que por culpa de “Rashid” pierde una gran inversión que había hecho en un lote de tabacos importados.
La vida de Auggie no solo está abocada a su negocio. Tiene una pasión: la fotografía. Todos los días hace fotografías desde la esquina donde se ubica su tienda. Consultado por Paul Benjamin sobre un cuento de Navidad que conozca, porque el New York Times le ha pedido uno, Auggie le dice que le relatará cómo fue que obtuvo su primera cámara de fotos.
Si Harvey Keitel es el gran actor que es, lo es por escenas como esta: en pleno almuerzo, Auggie le cuenta a Paul una anécdota que le ocurrió con una anciana ciega a la que llegó a conocer luego de que ella lo confundiera con su nieto, nieto ladrón que le robó una revista pornográfica de su tienda y a quien persigue sin éxito, aunque en la huida, al ladrón se le cae su billetera. Por los documentos que hay en ella, Auggie conoce a la anciana ciega, a la que le ofrece la que sería su última cena de Navidad y a quien le termina “robando” la que terminó siendo su primera cámara fotográfica, con la que años después hizo la última fotografía de la esposa de Paul, mientras ella caminaba por la calle, en la tarde que fue atropellada.
Vale la pena buscar esta película de culto, capaz de reconfigurar tu visión de la vida.