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Cultural

Diego Trelles Paz: "El mundo ha visto a una presidenta que ostenta en medio de la miseria de los peruanos"

Diego Trelles Paz cierra su trilogía sobre la violencia política con su última novela, La lealtad de los caníbales.

Con la publicación de La lealtad de los caníbales se cierra la trilogía de Trelles Paz sobre la violencia política. Foto: Johanna Marghella / La República

Tras leer y comentar La lealtad de los caníbales de Diego Trelles Paz, me encuentro con él para conversar en Lima. Ha llegado para promover su nueva novela con la que cierra su triología sobre la violencia política. Book Vivant ha impreso una edición peruana y acoge nuestra conversación con un par de cafés. Un americano para mí y un capuccino para Diego.

¿Vivimos en una ciudad de caníbales?

Bueno, no diría que vivimos en una ciudad de caníbales. Sí diría que el tiempo político actual en el Perú no es el mejor. Es un tiempo casi de monstruos, un tiempo de caníbales. Con las decisiones que se están dando, sobre todo, en el Congreso se está minando totalmente estabilidad, tanto la económica como la política. Tenemos una división de poderes que comienza a ser muy débil, ya que el Congreso tiene mucho poder. Eso ha generado cierto estragos en la sociedad que llevan a que nos estemos comiendo unos a otros. Entonces, pareciese que es el mejor momento para lanzar esta novela, ¿no?

Estoy de acuerdo. Uno de los fenómenos que mejor describes en el libro es la crisis del sentimiento de comunidad que se ha visto ensombrecido totalmente por el individuo. Un poco lo que describes que sucede en la política también tiene que ver con eso. La sociedad parece estar un poco alejada la política, pues los políticos son una serie de rufianes que se dedican a beneficiarse ellos mismos sin ningún tipo de preocupación por el país. ¿Cómo te sientes tú como escritor, como artista frente a ello? ¿Cómo ves el panorama de los escritores, de los intelectuales que quizás antes estaban mucho más metidos en la política y ahora se han vuelto parte, digamos, de esa corriente un poco individual que ya no se involucra tanto en la política?

Pensemos un poco que las consecuencias generales, no solamente de los artistas y de los intelectuales… Las condiciones para manifestarse democráticas han sido realmente severamente privadas al dar estas advertencias mortales del gobierno. Apenas se dio el cambio de mandato, las personas que se manifestaron, sobre todo fuera de Lima, tuvieron un saldo espeluznante de muertos por protestar. El mensaje fue muy claro, ¿no? ‘Ten cuidado porque se viene un gobierno autoritario’. Creo que es el momento en que específicamente los intelectuales, los artistas, los politólogos, y todo el mundo debería expresar su descontento. La única manera de cambiar las cosas es expresándonos como ciudadanos. No hay que tener ningún miedo a decir las cosas como son. Finalmente —o por lo menos en el papel—, seguimos en una democracia y en una democracia las opiniones cuentan. Sobre todo, si vienen de gente que puede reflexionar sobre el país en este momento tan difícil. Estaba haciendo una entrevista en España y me hablaban del rolexgate… La presidencia se está viendo severamente cuestionada con mucha razón. El mundo entera ha visto como una presidenta que ostenta en medio de la miseria de los peruanos.

Ahora, es terrible que se levante tanto la voz cuando se trata de relojes y no de muertes…

Es triste que suceda así, tomando en cuenta que las muertes siempre son fuera de Lima. Aquí asesinaron a una persona, pero los que han cargado la resistencia pacífica son principalmente las personas que vienen del interior. Mientras sigamos teniendo esa concepción de ciudadanía de segunda clase que fue instaurada por el expresidente Alan García y los que pongan los muertos en esta democracia sean siempre los campesinos y los indígenas, las cosas no van a cambiar. Pase o no este congreso, pase o no este gobierno, las cosas en el Perú no van a mejorar. El libro invita un poco a reflexionar sobre eso. No hay ningún mensaje, pero sí hay un Perú en constante derrumbe. Es una cosa que sí pensaba al escribir la novela. Los peruanos vivimos en una crisis profunda actualmente y el Congreso pareciese no desear nuevas elecciones, no desear una democracia. Creo que debemos buscar recuperar la institucionalidad.

En el siglo XX, Sartre reclamaba a los escritor involucrarse políticamente, bajo la idea de que la literatura y el arte tenían cierta posibilidad de accionar en el devenir político-social de un país. ¿Tú te sientes cercano a esa línea de escritor comprometido o del que cree que la literatura tiene una posibilidad de cambiar las cosas?

No. De hecho, cuando me han descrito como escritor comprometido por mis opiniones como persona pública o como ciudadano, lo primero que yo siempre he dicho es que la literatura no tiene que ver con el accionamiento político. Para mí la literatura es todo lo contrario. En ese caso estoy un poco de acuerdo con Vargas Llosa cuando señala que es un error creer que la literatura debe decirle a la gente cómo pensar. Ahora, eso no se opone al hecho del silenciamiento. Pero no solamente en los escritores. Estoy de acuerdo con la idea del intelectual que ve el mundo, que habla, que comunica, que escribe, porque como persona pública tiene un papel que le permite mostrar un poco las cosas a la ciudadanía. Pero como persona pública, como alguien que opina. Como alguien que escribe, utilizar la literatura como un vehículo político o de proselitismo, nunca me ha gustado. Creo que se tiende a confundir que a veces mis opiniones como persona pública en las redes —porque yo intervengo en las redes— significan que yo me siento una suerte de precisamente escritor comprometido. No es así. Quien ha leído mis libros creo que podría decir absolutamente lo contrario, ¿no?

Concuerdo y comparto la idea de que la literatura no debe ser panfletaria ni discursiva, sino mostrarle una realidad al lector para que este la juzgue libremente… Me interesa mucho en La lealtad de los caníbales, la profundidad con la que describes ciertos universos. Pienso en La Parada, La Victoria, el mundo de los policías corruptos… ¿Cuál ha sido tu acercamiento a estos mundos? ¿Los has vivido en carne propia, los has leído?

Son temas que he venido trabajando no solamente en La lealtad de los caníbales, sino en Bioy y la La procesión infinita, que forman esta trilogía de la violencia política. Son tema que me interesan porque de alguna manera pertenecen a la cultura popular y al día a día en el Perú. Antes de ser escritor fui periodista y, de alguna manera, siempre tuve buen oído para el lenguaje de la calle. Me interesan los malentendidos en el lenguaje o las palabras que cambian de significado  al cambiar de país.

Te cuento una historia sobre los policías criminales. A la semana de la publicación de la novela, un amigo mío librero en Suiza me mandó un reportaje que de Cuarto Poder sobre un grupo de policías que básicamente se comportaban como marcas. Tenían una banda, levantaban a la gente y usaban todo lo que les daba la fuerza —desde la patrulla y los chalecos, hasta chaplineaban, como dicen acá las personas— para cometer delitos. Yo me interesaba por eso desde hace mucho. Durante un tiempo, en el Perú hubo un problema de denuncia a mandos policiales con roles de limpieza social. Tuvieron serios problemas para responder por asesinatos a delincuentes que no podían probarse como tales. Creo que desde ahí, la población entendió que la policía es una entidad con almenos algunos elementos corruptos.

Volviendo a tu pregunta, me interesaban estos mundos porque son espacios donde aflora el habla popular. No soy un escritor que sea correcto en términos del habla literaria. Todo lo contrario. Me interesa el mestizaje y la música. Me interesan registros populares como la música, el cine, el cómic. La idea de que el escritor debe ser un refinado me da flojera o me aburre. Creo que la literatura está viva y que la labor de un escritor es encontrar todo aquello que pueda permitirle contar una historia en los recovecos de la ciudad y de sus fenómenos sociales. Esta novela habla de Lima, se enfoca en la ciudad, y en los personajes de esta. Son limeños que van entrecruzándose y cuyas vidas siempre tienen una tragedia que deben sobrellevar. Básicamente es eso: soy un escritor interesado por el sonido de la calle.

Creo que tu novela trata sobre Lima hoy. No obstante, la clase alta y media alta brillan por su ausencia, ¿fue adrede esa ausencia? ¿Por qué no representar a esa clase dominante y pequeña, que juega un rol tan importante y poderoso dentro nuestra sociedad?

No sé si fue adrede. Ya en Bioy, que es una novela que apareció en el año 2012, había partes en que —para llamarlo de alguna manera— la pituquería limeña estaba presente. Al mismo tiempo, creo que muchas de las capas del poder en el Perú son personas que pertenecen a la clase alta, pero para estar metidos realmente en el juego político y social, en el juego de los poderosos, también tienen que trabajar su lenguaje. Es decir, no necesariamente van a hablar como clase alta.

No está quizás la presencia del poder enquistado en la clase alta, en la clase que decide muchas veces quién termina gobernando creo que porque me interesaba más bien ver los efectos que causan estas decisiones políticas —tomada en las esferas más poderosas— en la gente con la que me siento más cercana. Todos mis personajes —los repruebe moralmente o sienta empatía por ellos— están unidos dentro de un tejido social de Lima. La novela está enfocada en barrios populosos, en el centro de Lima. El bar del Chino Tito — que aparece desde mi primera novela, Hudson el Redentor, del 2001— es una representación del Queirolo de Lima. Si tú vas al Queirolo de Lima realmente no vas a encontrar a gente de los estratos sociales más altos. Como ese era el punto neurálgico de la novela, me guié un poco de eso. Pero no es que no haya hecho ficción desde las clases altas. Aunque ahora que lo preguntas, sí me parece que a veces puede ser técnicamente un poco más demandante. No me interesa precisamente, pero sí creo que son estas fuerzas las que están un poco detrás de la puesta en escena de la novela.

Con este libro cierras esta trilogía de la violencia política, ¿ahora qué?

He publicado esta novela siete años después de La procesión infinita. Cambió mucho tiempo entre una cosa y otra. Yo no necesariamente voy trazando los pasos de mi carrera literaria con tanta antelación ni pensando en que apenas termino una novela puedo pasar a otra. Me lo puedo permitir porque no necesariamente dependo de la publicación de los libros para vivir. Sí te puedo decir que estoy intentando —no he empezado todavía a escribirla— crear una novela que transcurra en París. La etapa de la violencia política dentro de mi literatura seguramente siempre estará presente, pero no como el tema principal. Creo que esta trilogía me tardó muchísimo tiempo y representan muy bien eso con lo que me siento identificado.  

Interesante lo que me dices sobre París. Creo que eres uno de los pocos escritores que ya ha escrito sobre peruanos que migran a Europa u otros países. Es algo que no está mucho en literatura peruana contemporánea. A pesar de estar la argentina, mexicana, chilena, etc…

Creo que hay algunas novelas y cuento recientes que sí lo hacen. Los cuentos de Félix Terrones que hablan de París, la novela de Jeremías Gamboa que habla de Estados Unidos y la de Luis Hernán Castañeda también, o la reciente de Claudia Ulloa en Rumania. Lo que sucede es que no sé si es la novela que el lector peruano normalmente busca. Fíjate que acá, curiosamente, —y creo que en una parte de la novela lo dicen— pese a toda la corrupción, pese a ser el país con más muertos del mundo en el COVID, pese a todo, está la idea de que aquí se vive bien. Es como un cliché. Yo hablé de París en La procesión infinita, un París del miedo, un París de los atentados. Estuve cuando eso ocurrió. Esta vez quisiera adentrarme un poco en los espacios que más me interesan, los más difíciles, los menos turísticos, de la que es mi ciudad. O sea, yo soy limeño, pero hace diez años que vivo en París, y, como dice Bolaño en un poema, y ahí me voy a quedar.