La escritora Jazmina Barrera, invitada de la reciente FIL de Lima, no ha escrito sino tejido un libro: la novela Punto de cruz (Almadía). Cuenta la historia de tres amigas adolescentes, Mila, Dalia y Citlali que, muchos años después, ha muerto en un naufragio. Mila contará la historia de esa amistad, de tres muchachas que transitaban hacia la adultez en una sociedad violentada por el machismo, racismo, clasismo. En su dorada época aprendieron a tejer, como que Jazmina lo aprendió, dice, también de su abuela. La autora remonta sus tiempos y entreteje, a través de la memoria, en clave de ficción y reflexión, la historia de esa amistad.
― Mila, que debe ser tu alter ego, en un momento dice que no hay mejor manual para escribir que un manual de bordado.
― Sí, es una posibilidad. Claro, se puede decir lo mismo de un manual de jardinería o de tantas otras cosas, pero es cierto, que el lenguaje metaliterario que utilizamos muchas veces está lleno de metáforas del bordado, de la costura. Hablamos del hilo, de la trama, del nudo, de una historia y, pues, están ahí, funcionando de manera semejante.
― Esta novela es la historia de tres chicas, es una novela de aprendizaje…
― Sí, es una novela centrada en la adolescencia, que es la época en la que se está forjando nuestra identidad y en donde todo lo que aprendemos y lo que elegimos para identificarnos va construyendo quienes vamos a ser de personas adultas. Yo creo que, a pesar de que nunca dejamos de cambiar, los cambios y las transformaciones en la adolescencia nos marcan de manera muy particular.
― Nunca dejan de ser ellas, en esencia, por eso mismo, nunca dejan de ser las tres amigas, incluso después de la muerte, como cuando van por las pertenencias de Citlali.
― Sí, incluso después de la amistad. Hay una sensación o una idea que a mí me gustaría plantear en el libro: es que la amistad es algo que puede vivir también en la memoria y que los recuerdos y la creación, a partir del bordado, pueden rescatarnos hasta cierto punto de la muerte y también de la muerte de la amistad.
― La misma novela es un entretejido, como construcción. Por un lado, está la historia de las amigas y, por otro lado, una reflexión sobre el tejido en su significación vital, social, histórica.
― Sí, es una novela que tuvo dos orígenes. El primero fue un ensayo pequeño, fragmentario, que yo escribí para un congreso de escritores sobre costura, bordado, tejidos. El segundo, esta novela, que yo empecé a escribir sobre la historia de tres amigas y que, como estaba muy centrada en las historias de mis amigas en la adolescencia, luego se fue cambiando y los personajes cobraron vida propia. Pero al principio éramos nosotras. Yo estuve investigando mucho en mis diarios, cartas y todo lo que tenía de esa época y ahí me acordé de la importancia que había tenido el bordado para mi comunidad de amigas y retomé el ensayo y lo empecé a reescribir. Las dos cosas crecían en paralelo. En un momento decidí bordar los fragmentos, los retazos del ensayo con los fragmentos de las historias de mis amigas y entretejerlos y hacer este libro que para mí es como una colcha.
― También enfocas mucho la discriminación. Está Dalia, que es lesbiana y tiene que enfrentarse a las taras de la sociedad.
― Sin duda, lo que yo trataba de plantear era cómo, para los cuerpos en transformación, durante la adolescencia, que es un momento tan sensible, estas violencias que las atraviesan, que son las violencias de género, clasistas, racistas, medioambientales, las marcan, a veces irremediablemente.
― Margo Glantz dice que la modernidad empieza con la aguja…
― Sí, también hay un libro que me gusta mucho que se llama El tejido de la civilización, de Virginia Postrel. Es un libro acerca de la historia de la humanidad a partir de los textiles y donde se plantea el tejido como una tecnología que revolucionó la historia de la humanidad. Sin el hilado que las mujeres hacían por horas y horas, sentadas con un huso, no hubiera podido haber barcos porque no hubiera habido velas; no se hubiera podido guardar el grano en costales y no nos pudiéramos vestir para cubrirnos del frío. Son cosas que a veces damos por sentado, pero las máquinas que lograron hilar de manera mecánica fueron una enorme revolución para la humanidad porque el tiempo que invertían las mujeres en hilar, por ejemplo, era absurdo. Eran horas y horas cuando la demanda era muy superior a lo que ellas podían hacer. Para entender eso, decidí poner en el libro la historia verdadera de la maestra de computación que enseña a bordar. Y es que el bordado parece lo opuesto a la tecnología, pero no. El tejido es una tecnología tan perfecta que ha cambiado poco.
― El costo de la modernidad pesa mucho en las mujeres.
― Muchísimo. La industria textil es una de las industrias más problemáticas de nuestros tiempos, por supuesto, por esta explotación tan brutal que hay en los países tercermundistas. En México, por ejemplo, los feminicidios en la ciudad Juárez están directamente relacionados con las obreras de las fábricas textiles. Y en el resto del mundo, la explotación de niños, de mujeres en todas partes, son trabajos tan mal pagados por ropas que acaban en los tiraderos.
― Antes a las mujeres se les enseñaba a cocinar, bordar, pero no a leer ni a escribir…
― Sí, por supuesto, ahí hay una forma de discriminación. Sin embargo, algo que se plantea en el libro es que muchas mujeres hicieron de la costura su propio lenguaje o inventaron, a través del bordado y la costura, lenguajes propios para comunicarse entre ellas. Ahí están, por ejemplo, las arpilleras chilenas que denunciaban en sus telas desapariciones, torturas de Pinochet.
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― Haces un recuento del tejido en la historia. Obviaste el caso de Penélope, que tejía y destejía.
― No sé por qué lo hice, fíjate.
― En Occidente, es el más simbólico…
― Sí, están ahí Ariadna, que le dio el hilo a Teseo en el laberinto del Minotauro; está Filomela, que fue violada por Tereo y lo denunció a través de un tejido. La historia de Penélope, por más que me encanta, simplemente no encontré dónde encajaba, aunque hay mitos de todas partes. El mito de Penélope me parecía uno de los más reproducidos y, además, creo que dialogaba menos con los otros que seleccioné.
― Pensé que lo obviaste por la sujeción de la mujer al hombre. Ella teje y desteje por un hombre.
― Aunque es ambivalente porque al mismo tiempo que ella teje y desteje por un hombre, está teniendo una agencia muy impresionante. Está siendo asediada por un montón de seductores y encuentra esta estrategia muy ingeniosa para mantenerse en lo que ella quiere, que es seguirle siendo fiel a Ulises. Quizás fue un error no incluirlo.
― En la novela se dice que bordar es estar en silencio o es una forma de silencio.
― Sí, bordar es algo que se puede hacer en silencio, pero también es plática, complicidad. Hay una cita de Colette, que ve a su hija bordar y le da miedo pensar en lo que pueda estar pensando su hija.
― Hablando de hijas, citas a Virginia Woolf y a Simone de Beauvoir, que no fueron madres, pero están sus “hijas” feministas. Dalia pensaba que ser madre era un error, una trampa.
― No, yo no creo que sea una trampa. Yo creo que la maternidad está allí junto con el bordado, con las labores domésticas, junto con la cocina, con tantas otras cosas de las que las mujeres tuvimos en determinado momento histórico que separarnos, porque se planteaban como algo inherente a nuestra identidad, porque ser mujer significaba ser madre, significaba bordar, significaba hacer trabajos domésticos y porque eran actividades muy infravaloradas, muy menospreciadas que se planteaban como algo opuesto al trabajo intelectual. Yo creo que fue muy necesario que el feminismo se desmarcara de todas estas actividades y que es ahora, solo ahora, desde la libertad que nos ha dado el feminismo, que podemos volver a ellas y podemos revalorarlas y podemos replantearlas y podemos encontrar la libertad y la creatividad que ofrecen. Y es lo mismo con el bordado y con la maternidad.