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Ariana Harwicz: “Una novela tiene que sonar como una banda de rock”

La reconocida escritora argentina, autora de libros desafiantes, controversiales, fue invitada a la Feria del Libro de Lima. Aquí detalla aspectos de su escritura.

La reconocida escritora argentina es autora de libros desafiantes. Foto: John Reyes/La República
La reconocida escritora argentina es autora de libros desafiantes. Foto: John Reyes/La República

Ariana Harwicz es una de las nuevas voces de la narrativa latinoamericana. Es argentina y reside en Francia desde hace dieciocho años. Es autora de cinco libros, entre ellos Mátate, amor (2012), La débil mental (2014), Precoz (2015), reeditadas en Perú bajo al sello de Animal de Invierno. Estos libros forman la denominada Trilogía de la pasión, tríptico literario introspectivo y desafiante donde aborda temas controversiales como la maternidad, el incesto, la violencia y que abren paso para narrar un paisaje de seres marginados y vencidos. El cineasta Martin Scorsese le ha comprado los derechos de la trilogía para llevarla al cine.

― En tu obra hay un desfile de personajes que a mí me recordó por momentos a la obra de El Bosco. La trilogía que has escrito es una especie de “Jardín de las delicias”. Existe muchas imágenes pictóricas en tu manera de escribir.
Sí, es perfecta la analogía o la comparación, porque la pintura está siempre. Es un elemento más, no es solo la literatura, yo me sirvo de la pintura y voy a ver pinturas. Escribo con la pintura los personajes, las atmósferas o la manera de retratar o recrear la maldad, la perversión o la soledad o la tristeza. Esos estados de ánimo que solo da la pintura, como también los que solo da la música. Pintura y música, mucho más que literatura y cine, pintura y música, y después teatro, como que son las tres grandes inspiraciones para escribir. Nunca escribí una novela sin mirar pintura. Siempre estoy buscando visiones, y la pintura es una visión.

― ¿Eliges los puntos de vista de tu obra? En el caso de la trilogía, son mujeres las que nos narran las historias.
Bueno, yo no elegí nada. O sea, es ambiguo, no porque a veces parece un poco pretencioso decir el autor no elige los personajes, ya existen, uno escribe y hacen ver como si escribir fuese un acto de magia donde uno no tiene voluntad. Pero a la vez, la verdad es que no elegí, simplemente en la historia aparecen esos personajes. Tampoco yo no pienso, ay, es hombre; ay, es mujer, es madre, es extranjero. Son nomenclaturas de afuera, de la literatura, de afuera del libro. Yo escucho una voz y la escribo.

― ¿Cómo percibes esa violencia que va atravesando y creando un poco la atmósfera bélica de tu escritura?
Sí, es verdad que son novelas que se podrían llamar bélicas o que son novelas de guerra o de preguerra o posguerra, que siempre es la guerra también, antesala o la posguerra. Y Precoz, de las tres, particularmente, como decís, se escuchan helicópteros en el aire. Hay una especie de como si hubiese armas que no están ahí, como la presencia de tanques de guerra, como si hubiese habido un olorcillo, un tufillo a guerra nuclear, a guerra mundial. No sé construir las novelas desde otro lugar, siempre que digo, bueno, voy a empezar a escribir, aparece la guerra como un personaje más. No sé escribir vínculos filiales sino es en situación de guerra, como que el amor se da en medio de los balazos y de las detonaciones.

― También encontramos una relación en tus personajes como de víctimas y verdugos, de forma ambivalente. ¿Buscas intercalar estas posiciones?
Totalmente. Hay un libro que escribí y que va a salir aquí, también, seguro en Animal de Invierno y se titula El ruido de una época. Desarticulando, trata de pensar como qué ruido hay ahora. ¿Qué ruido, qué música produce esta época? ¿Cómo se piensa a los verdugos, a las víctimas, a los victimarios? ¿Cómo esta época los separa hasta en el arte? Y no, yo hago todo el procedimiento, la operación contraria. Mis personajes transitan y van navegando y, por momentos, son grandes falsificadores y, por momentos, dicen la verdad. Podrían matar a alguien, pero, por momentos, son víctimas y eso es algo que cambia como la luz. Nunca son una sola cosa, es imposible. Si no no habría dinámica en el amor. El amor es una dinámica, la maternidad es una dinámica y en esas escenas somos un poco todo.

― En tu obra está presente el claroscuro, la necesidad de no delimitar los personajes, no darles nombres, no definir territorios. ¿Buscas esos espacios para recrear los acontecimientos en donde se desarrollarán las tensiones?
Sí, es buscado. Tampoco me saldría de otro modo. Pero tampoco teorizo al respecto; no porque si no se notaría mucho que hay una tesis detrás. Es simplemente que son lugares que no tienen carteles. Es un poco como desiertos, como en la película París, Texas, son como desiertos, con grandes dunas. Yo lo veo también como películas, películas de Tarkovsky, donde nunca se sabe ese campo, esa frontera donde queda. Lo mismo con los nombres, pues me cuesta muchísimo encerrar un personaje en un nombre, porque es como encerrarlo en una música, en una nacionalidad, en un presente. Tampoco se sabe qué época es. Se deduce que es el siglo XX, XXI. Esa ambivalencia me parece necesaria para escribir.

― Muestras personajes fracasados, que viven en la periferia, como si fueran muertos vivientes, gente pobre, migrantes, con existencia precaria…
Los personajes que pululan, que navegan mis novelas, son zombis; son como vos decís, muertos vivos; son parias, son sombras. Esa es la visión de los seres humanos están en mis novelas, pero sobre todo en Precoz. Hay migrantes ilegales, de Europa del este, trabajadores clandestinos, todo tipo de desechos humanos. Como todos los que se caen el sistema, están por ahí, porque ninguno está en el sistema. Están todos caídos. Son como zombies.

― Y también hay una presencia de lenguaje híbrido, que no termina siendo, digamos, un español porteño. Por ejemplo, por momentos se siente como si fuera una traducción. ¿Cómo percibes ese lenguaje y esa necesidad de que sea así, dentro de tus novelas?
Claro, una novela tiene que producir como un sonido, como una música, como un cantante, como una banda de rock. Tiene que conseguir y conquistar un sonido único, una prosa única, una lengua única. Es una conquista, es a lo que tenés que llegar. Para mí, si una novela no conquista eso, no llega a un diccionario propio, a una manera propia de una lengua única. Bueno, es una novela que puede interesar, puede entretener, puede estar correcta, pero no es trascendente. Así que lo que traté de hacer es esa lengua híbrida, de inventarla. Es la lengua de Precoz, ninguna otra; no es la lengua que hablamos.

― ¿Cómo tomas el compromiso de los escritores? ¿Un escritor debe tener un compromiso con algo, con alguien?
Sí, con la literatura, con la escritura, con el arte, con la causa, con la épica, con la ética, con la estética, con la moral del arte, la moral de la vida, con la composición. Con todo eso debería tener una relación de responsabilidad, porque es responsable de su obra. No con ninguna otra cosa más, y si no los festivales son desfiladeros de causas nobles que de todos modos solo sirven para vender o para hacer más visible el propio autor, no la causa.

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