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Cultural

Joseph Zárate: “Tener la lucidez de que vamos a morir nos enseña a vivir”

El periodista y escritor Joseph Zárate participa del Hay Festival, evento cultural internacional que se desarrolla en Arequipa. Junto a Gabriela Cabezón y Velia Vidal presentarán un libro colectivo: “Volver a contar: escritores de América Latina en los archivos del Museo Británico”.

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Periodista y escritor, Joseph Zárate. Foto: Facebook/Joseph Zárate

Joseph Zárate cuenta con varias publicaciones colectivas y dos libros suyos “Guerras del interior” y “Algo nuestro sobre la tierra”. Ambos títulos están compuestos por crónicas que te logran envolver completamente y que revelan la calidad de periodismo de investigación que realiza. De hecho, fueron galardonadas con premios como el Ortega y Gasset 2016, Gabriel García Márquez 2018 y el Premio Nacional de Periodismo 2020, además de ser nominado, en su momento, al True Story Award 2020/21, que reconoce al mejor periodismo narrativo alrededor del mundo.

“Guerras del interior” es un libro que publicó en noviembre del 2018. A lo largo de las páginas, expone una serie de conflictos sociales en el Perú, las mismas que están escritas con rigor periodístico y notable pulso literario. “Yo quería escribir un libro que discutiera cuál es la idea que tenemos sobre el progreso, sentía que estas tres historias que estaban en el libro podían discutir esa pregunta, qué somos capaces de hacer, de sacrificar en nombre de lo que consideramos progreso, vivir mejor. Entonces, la madera, el oro y el petróleo eran recursos naturales que eran como metáforas sobre el progreso, sobre la necesidad del ser humano, de superar sus límites, de construir un mundo mejor o no. Me parecía interesante como esos objetos cristalizaban esas preguntas, por un lado, y por el otro lado, me parecía también interesante cómo puedes hablar de la deforestación, de la contaminación minera, de los derrames de petróleo; no de una manera abstracta sino a través de una historia personal, particular y obviamente verificable porque finalmente es periodismo literario. La historia de Edwin Chota, de Máxima Acuña, de Osman Cuñachi, eran historias locales, personales, pero que en su corazón discutían asuntos humanos, que le pertenecen a todas las personas”, expone el autor para La República.

Asimismo, señala que todos tenemos un hogar, ideas de qué cosa es vivir mejor, de qué es el progreso, y qué el libro intenta discutir esto. ¿Realmente el progreso es de una sola manera, significa tener una casa, un trabajo, una familia o el progreso puede ser algo distinto a eso?, ¿el progreso de un país solamente es tener obras de infraestructura y el PBI en azul o también tiene que ver con la calidad de vida de los ciudadanos, con salud, educación y demás? Indica que ese es un poco el objetivo del libro, discutir esas ideas a través de esas historias particulares.

Sobre tu último libro “Algo nuestro sobre la tierra”, ¿te parece que el coronavirus ha sido democrático en nuestro país?

—Sin duda que no, en lo absoluto. A pesar de que el virus afecta a todos por igual, pero en verdad no es así porque vivimos en una sociedad desigual con un acceso a oportunidades también desigual. Los nombres de las listas de muertos eran de la gente más pobre, los que no tenían seguro médico, los que no tenían para comprar oxígeno, los que no tenían la oportunidad de acceder a una cama UCI. Esa gente es la que fallecía más. En la vacunación, por ejemplo, la gente con dinero, con recursos, podía ir a otro lugar a vacunarse, mientras que la gente sin plata no podía hacer eso mismo. Entonces, me parece que esa idea del virus democrático es más bien para ocultar ciertas grietas de la estructura social, económica y política.

¿Por qué decidiste escribir un libro sobre las personas que se encargaban de la última línea?

—Fue en parte a la circunstancia laboral que tenía en ese momento. Yo estaba trabajando en IDL Reporteros. Entonces una tarea era investigar el subregistro de muertos. Mientras que el Estado decía una cantidad, en los hospitales, las funerarias y demás había una cifra tres o cuatro veces mayor de fallecidos. Entonces, eso a mí me llevó a tratar de indagar más, como probar eso que estábamos viendo más allá de las cifras que no coincidían. Yo sentí que la mejor forma era ir a trabajar con los obreros funerarios, que era mi trabajo, que era algo que se tenía que hacer, vi la oportunidad y dije aquí hay algo que se tiene que contar para que la gente pueda saber de primera mano qué estaba pasando, respecto a nuestros muertos y a como el gobierno estaba administrando la pandemia.

¿Y el temor dónde quedó?

—No sé. Un día que estaba reporteando mi mamá me llama y me dice: ‘Tu tío que vive en Pucallpa se ha muerto por coronavirus’, mientras yo estaba cargando a los muertos. Pero me parece que valió la pena. El libro es muy doloroso de leer, pero intenté que sea una especia de liturgia hecha con palabras, con datos, con información para que la gente, de alguna manera, se sienta acompañada. Porque había mucha ignorancia sobre lo que paso realmente fuera de nuestras casas. Dentro de toda esa podredumbre, hubo gente que tuvo gestos de humanidad hasta el final, los trabajadores funerarios o las propias familias que hacían lo posible por despedirse de sus seres queridos, intenté que sea doloroso, pero al mismo tiempo entrañable, que te acompañe, que busque de alguna manera cierto consuelo; ese es un poco el objetivo del libro.

En el texto también mencionas a un grupo de venezolanos que realizaban este trabajo de última línea. ¿Cuál de estos testimonios que te dieron te impresionó más?

—Uno de ellos me cuenta que tiene una hija de tres años en Venezuela y él no le dice a la pequeña que trabaja en un crematorio para no asustarla. Entonces, cada vez que ella le pregunta “¿papá, donde trabajas?”, él le dice que en un parque. Luego le pide que le muestre su trabajo, entonces él toma una foto del jardín del crematorio, y se la envía. La pequeña le consulta si hay toboganes, y le miente, le dice que sí, que sí hay.

Eso me conmovió muchísimo, porque en medio de todo ese infierno que fue la pandemia el ser humano de alguna manera intenta hacer prevalecer esos gestos de amor, de preocupación, de cuidado; hay mezquindad, egoísmo también, pero no es solamente eso. Hay gestos que conservan nuestra humanidad. Para mí, al menos como escritor, es algo que es más difícil de ver. Es mucho más fácil escribir que nos vamos a morir, que los políticos son corruptos y demás. Creo que es más difícil salir de ese cinismo y encontrar esos pequeños gestos humanos que nos permiten de alguna manera seguir existiendo. Eso me parecía algo que debía tener el libro.

¿Te afectó emocionalmente todo lo que viviste?

—Yo pensé que no me iba a afectar, pero sí me hizo daño, todo lo que vi, los cuerpos, la gente llorando, recogiendo sus fallecidos, era una carga emocional muy fuerte. Me contagié un año después, en enero de 2021, pero no trabajando, estaba en casa. Nunca estuve tan enfermo como es vez. Ahí fue cuando dije: ‘Voy a escribir esto, voy a tratar de contar qué cosa vi, qué pasó y todo eso’.

¿Viste alguna costumbre que se mantuviera en las familias a pesar de la pandemia?

—Frente a la imposibilidad de enterrar a sus muertos, antes de que los junta cadáveres se los lleven, su vasito con agua mientras esperan. Es un gesto de cariño, de amor. A mí me parece interesante cómo el ser humano, para poder asimilar eso que no entiende que es la muerte, crea narrativas alrededor, historias, rituales, mitos.

¿Qué piensas de la muerte?

—La verdad es que no sé qué decir. Yo creo que tener la lucidez, la conciencia clara de que el ser humano se termina, de que vamos a morir, nos enseña a vivir, a aprovechar la vida. Al menos eso es lo que siento que me ha terminado pasando, que frente a eso tan sórdido que vi, eso hizo redefinir mis vínculos con la vida. Tratar de disfrutar la mía y eso me parece superimportante, porque a veces en este trabajo estamos siempre tan obsesionados, tan metidos trabajando para otros y no disfrutamos el presente, nuestra vida. Desde que empecé a hacer ese trabajo, entonces, dije: ‘Tengo que empezar a tratarme mejor, a disfrutar lo que tengo’.

Datos sobre Joseph Zárate y su última participación en el Hay Festival

A Joseph Zárate, el interés por escribir crónicas le nació cuando descubrió “Etiqueta negra”, tenía 17 años y quería dedicarse a eso. Comenzó a contactar a los editores de la revista. Trabajando con ellos aprendió los diferentes recursos que emplea ahora. Si surgiera la oportunidad de tener un medio, se inspiraría mucho en ese modelo, dice.

El último día del Hay Festival, el domingo 6 de noviembre, presentará un libro colectivo junto a otras autoras sobre algunas colecciones desconocidas de Latinoamérica que están en el Museo Británico (uno de los museos más importantes y visitados del mundo). “Yo elegí escribir sobre una colección de objetos de la época del caucho en la Amazonía”, dice Joseph, y agrega que escribió una historia sobre esa época, sobre cómo fueron saqueados esos objetos de esa zona durante el genocidio del caucho y llevados hasta este museo, además de mezclar ese relato con la historia de su familia materna que proviene de la selva. Un texto de no ficción.