Una leyenda cashinahua de la Amazonía peruana, el relato coreano del rey rana de oro, “Las mil y una noches”, los clásicos embrollos borgeanos... ¿Qué tienen en común estas historias aparentemente dispares? Afinando su puntería, el escritor peruano Ricardo Sumalavia ha lanzado su red literaria para unificarlas en una micronovela fantástica llamada “Croac y el nuevo fin del mundo”, publicada por Editorial Planeta y su sello Seix Barral.
Este libro episódico se construye segmento a segmento por los monólogos de una rana, un irreverente animal que no se cansa de contar sus viajes en el tiempo y aventuras alocadas. Él le guarda encono a la abuela de ‘Cabezón’, escritor frustrado cuya inspiración para la creación resulta estéril, además de fungir como el único intérprete de los ‘croacs’ de su diminuto compañero verde. Detrás de esas capas de ficción, que se pueden asumir como inocentes o superficiales en voz de nuestro batracio protagonista, se incuban mensajes críticos hacia las convenciones literarias del Perú:
Transcripción de la página 87, capítulo 36: “¿Realmente creíste que se iban a interesar en lo que escribes? ¿No sabes que aquí la mayoría de gente no lee una reverenda m*****? ¿Y, si leen, la mayoría quiere su mensaje-compromiso-te-hablo-desde-mi-verdad-profunda-y-potente? No te hagas el ingenuo, Cabezón (...). Y eso es lo que vas a producir si juegas al juego de esa gente”.
PUEDES VER: Carlos de la Torre: “La corrupción se extendió tanto que la llevé a los extremos y resultó verosímil”
La República te ofrece la entrevista con el autor de este libro de literatura weird. Aquí les dejamos la conversación:
—Con “Croac y el nuevo fin del mundo” continúas la línea fantástica de “Historia de un brazo”. Sin embargo, esta vez, la historia es más arriesgada y atrevida. ¿Cómo empezó el viaje de escribir esta micronovela, como la han catalogado algunos críticos?
—Empecé a escribir este libro poco antes de la pandemia y lo terminé cuando gran parte de la población ya había sido vacunada y salvaron vidas. Pero a la mitad fue doloroso. Perdí familiares y amigos muy queridos. Sentías que el cerco se iba acortando. Estas circunstancias te llevan a plantearte muchas preguntas. En mi caso, estos planteamientos los hago a través de historias. Me enfoqué en una escalada de situaciones disparatadas vividas por una rana, una abuela y un joven que anhela ser escritor. Tal como vamos, me dije, parece que el mundo se va a acabar. Me animé a seguir adelante, a decir las cosas a mi manera y con la mayor libertad posible. Eché mano a lo que creo hacer mejor: las historias breves. Me permití concatenar unas con otras en una serie episódica y al mismo tiempo dislocada, en la que el absurdo sea una religión.
—El personaje del enano con los tres brazos ya había aparecido en “Historia de un brazo”. Estás diseñando un universo narrativo. ¿Tus libros al final serán galaxias que colisionarán y formarán un todo?
—Acabo de recordar que, en mi primera novela, “Que la tierra te sea leve”, también hay una pileta (hábitat de la rana) y que, en ella, el enano Sebastián, que aparece igualmente en “Historia de un brazo”, se zambulle en busca de otro personaje. No lo tuve en cuenta mientras escribía “Croac y el nuevo fin del mundo”. Eso quiere decir que yo no he diseñado nada de manera consciente. Sin embargo, está claro que hay constantes en mi universo narrativo y que tienden a entrecruzarse y replantearse en nuevas situaciones e historias. A vistas del lector, podría pensarse que lo tengo todo muy bien articulado. Me halaga que tengan tan buen concepto de mí. Pero no, a mí me rige un delicioso caos. Un caos que, como planteas, puede propiciar nuevas galaxias.
Una de las portadas de la novela "Historia de un brazo". Foto: Lector.cl
—Hay innumerables referencias a libros, culturas y mitos de esta y otras partes del mundo. ¿Cómo tomaste esa decisión de incluir distintas visiones del planeta?
—En mis libros de microrrelatos, todo está organizado por secciones. Cada sección aborda cada uno de mis intereses y preocupaciones (estéticas, morales, religiosas, etc.). Luego describí que estas preocupaciones no tienen por qué excluirse unas de otras. Por el contrario, se complementan y brindan nuevas posibilidades de aproximación a estas cuestiones. De manera natural, tomé la decisión de obviar estas secciones y articularlas todas al mismo tiempo. De allí que se dé esta convivencia de saberes, anhelos, proyecciones, deseos perversos, todo, a través de una rana que no tiene ninguna presión para expresar lo que siente y piensa. Ensamblado así el libro, permite que convivan diversas posibilidades del ser, distintos y del mismo mundo.
Por ejemplo, me inspiré en una leyenda cashinahua de la Amazonía peruana para describir cómo las lágrimas pueden formar lagos. Respecto a los sueños de la rana, me sirvió conocer una leyenda coreana que habla del rey rana de oro.
—También hay sátira hacia los escritores conservadores y lo que consideran ‘buena literatura’. ¿Cómo asumiste el papel del bufón para criticarlos mediante las palabras de la rana? Para muchos, sería traicionar su ego en ese registro de lenguaje.
Es bien sabido que el bufón en las culturas medievales estaba muy cerca del poder. Divertía, pero, al mismo tiempo, era crítico del manejo de ese poder. El bufón divertía, aunque era subversivo. En esa línea encaja la rana de mi novela. Por supuesto, esta rana no es dueña de la verdad. No cree en nada y cree en todo. Lo que legitima como cierto es efímero. Alterna las verdades que se construye y luego las derrumba.
—Juegas con la probabilidad de mundos paralelos, viajes en el tiempo y animales que reencarnan en diversas épocas. ¿De dónde proviene tu interés en estos temas que aún no son considerados ‘serios’?
—Ya es un lugar común decir que la narrativa peruana se rige por moldes realistas y que, ante todo, debe tener un carácter de denuncia social (a pesar de que estos objetivos sociales hayan cambiado). El problema no es la denuncia en sí, sino cómo la afrentas desde un discurso creativo. Tal como lo veo, no existen libros pacíficos. De algún modo, conscientes o no, todos buscan alguna subversión. El problema, digo, es cuando solo crees que la denuncia es válida desde códigos racionales y llamados ‘serios’. Eso me aburre. Por eso ahora prefiero ‘croar’.
Claro, para ‘croar’ como yo quiero, he echado mano como lector a la literatura fantástica, a la ciencia ficción, al surrealismo, a la literatura medieval. Como ves, uno no viaja solo en el tiempo.
—El dios-rana encarna a las religiones. En las páginas finales, le pide a la rana protagonista que sacrifique a su hijo como se lo habían dicho a Abraham en la Biblia. Para ti, ¿Dios es el mismo, pero con distintos nombres? ¿Se repite la historia siempre y estamos condenados a no ser libres?
—Si a una persona de carne y hueso le cambiamos el nombre según su edad, oficio, lugar donde se encuentre, lo más seguro es que no actúe de la misma manera. No es exactamente el mismo. Por lo tanto, si le cambiamos el nombre al que asumimos como el mismo Dios, lo más probable es que también actúe de distinta manera. En unos casos será magnánimo, en otros nos condenará al instante. Hay que saber elegir su nombre al momento de invocarlo. El dios-rana de mi libro no se escapa de esta regla. Además, le gusta jugar con la fe de los otros, jugar con nuestras vidas, como cualquier dios.
Ahora bien, sí creo que las historias se repiten siempre, pero las historias son acciones, hechos, y lo que cambia es cómo leemos esos hechos. Depende de esa lectura para saber, momentáneamente, si somos libres o estamos condenados.
En los capítulos finales, Sumalavia apostó por incluir una historieta en la que aparece el dios-rana. Foto: captura/Instagram/@ricardosumalavia
—El personaje de la abuela, dueña de la rana, es entrañable. No se sabe a ciencia cierta si es perversa o no. Solo la conocemos por lo que la rana le cuenta a ‘Cabezón’, el que traduce los ‘croacs’. ¿Qué tan importante es que el lector, en ese sentido, participe activamente en la novela, llenando estos orificios intencionales en la historia?
—Me gusta propiciar complicidades entre el lector y los personajes. La abuela me parece perversa, como también muy humana. Me genera distintos sentimientos y eso me gusta. Si eso me pasa como lector de mi propio libro, podría pasarle a alguien más. No se trata de encontrar claves, soluciones a misterios o respuestas a la vida (de los personajes y del lector): se trata de zambullirse en la vida antes del fin de mundo.
El libro “Croac y el nuevo fin del mundo”, de Ricardo Sumalavia, ya se puede adquirir en todas las librerías del Perú.