Por Ybrahim Luna
En la década de 1920, en Estados Unidos, las obras narrativas cuya preocupación central eran los dilemas sobre el futuro tomaron vuelo gracias al interés de la gente por los avances científicos y tecnológicos de la época. Si bien algunas obras literarias emblemáticas se escribieron mucho antes, se considera a esta década como el punto de partida del género “ciencia ficción” por su consumo masivo, gracias a la publicación de revistas especializadas en esta especie narrativa, como Amazing Stories, que lograron gran tiraje, y cuya temática emigraría exitosamente al cine y más tarde a la TV.
Luego del fin de la Primera Guerra Mundial, en 1918, y retomado el ritmo de la Segunda Revolución Industrial, el mundo se preparaba para soñar con las ventajas de un futuro mecanizado y eléctrico. Pero también había temor ante la posibilidad del desplazamiento laboral (gracias a la ingeniería autónoma) o a una nueva guerra con armas nunca antes vistas en manos de las grandes potencias. Temor que se hizo realidad con la Segunda Guerra Mundial.
La ciencia ficción tuvo un nuevo impulso en los años 50 y a finales de los 60, luego de la llegada del hombre a la Luna.
La ciencia ficción es una categoría (con subgéneros) de temática muy amplia y variada, pero que tiene puntos de encuentro y características comunes, como su filosofía especulativa: la capacidad de meditar o suponer sobre lo que no existe o aún no ocurre, y estar abierto a la experimentación conceptual. Todo esto teniendo una pretensión de verdad. En primera instancia puede sonar paradójico asociar “ciencia” + “ficción”, pero el género ha logrado muchas veces predecir avances humanos impensables en su época solo a través del cálculo y la imaginación.
Los temas recurrentes son los viajes espaciales, los viajes en el tiempo, la tecnología impensable, los conflictos por el colapso de la sociedad en un futuro cercano, los límites de la robótica, una rebelión de androides, utopías o distopías posapocalípticas, la manipulación genética, visiones proféticas, realidades interdimensionales, descripción de otros mundos, etc.; pero todo desde los contextos más creíbles posibles. Las mejores obras del género son las que abordan los conflictos humanos en escenarios futuros bajo las reglas de una realidad que no ha solucionado del todo las grandes cuestiones del ser.
Por citar solo a un puñado de autores y obras clásicas que antecedieron y consolidaron el género, tenemos a la escritora británica Mary Shelley (1797-1851) con una de las obras más conocidas de la literatura moderna, Frankenstein o el moderno Prometeo (1818), donde se aborda el tema del trasplante de órganos a inicios del siglo XIX; al escritor francés Julio Verne (1828-1905) con su visionaria De la Tierra a la Luna (1865); al novelista británico H. G. Wells (1866-1946) con su temeraria La guerra de los mundos (1898); a Aldous Huxley (1894-1963) con su distópica Un mundo feliz (1932); al prolífico autor de origen ruso Issac Asimov (1920-1992) con su clásica y brillante colección de relatos Yo, Robot (1950); al carismático estadounidense Ray Bradbury (1920-2012) y sus conmovedoras Crónicas marcianas (1950); al místico y enigmático Philip K. Dick (1928-1982) y su ciberpunk ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968) -inspiradora de la película Blade Runner-; al astrofísico y divulgador científico Carl Sagan (1934-1996) con su novela Contacto (1985) sobre la interacción científica entre humanos y extraterrestres. Y un fructífero e inabarcable etcétera.