Por Eduardo Jorge Benavides
Jorge Eduardo Benavides, instalado en la vivienda donde nació Vargas Llosa, hoy convertida en casa museo; el nobel, desde Madrid, responde a través de la pantalla de una laptop. El diálogo y los recuerdos fluyen, como el tránsito temprano desde su natal Arequipa hacia Cochabamba, Bolivia: “Los recuerdos más vivos –cuenta el escritor-, tenían que ver con la ciudad. Me fui contaminando y me hicieron sentir muy arequipeño desde el principio”.
Queda constancia de esa filiación arequipeña. En Conversación en La Catedral Zavalita habla del chupe de camarones...
Hay un episodio que ocurre en Arequipa. Tuvo que ver con mis recuerdos políticos de esa época, fueron las primeras manifestaciones en la dictadura de Odría a la que yo detestaba porque esa dictadura había sacado de la presidencia a José Luis Bustamante y Rivero, que era pariente de mi abuelo y al que teníamos una gran admiración.
Muchos de tus personajes son rescatados de tu trayectoria vital. Escenas que has vivido aparecen en tus novelas.
Muchos de mis personajes están inspirados de la realidad, aunque no necesariamente desde el punto de vista físico. Algunos tienen un físico determinado y características psicológicas de otros. Utilicé las experiencias vividas por mí en el caso de Zavalita, pero no recuerdo si está inspirado en algún personaje que yo conocí o fue enteramente inventado.
Ese personaje sale de cuando trabajas como periodista.
Así es. Entré a trabajar en La Crónica como periodista en las vacaciones entre el cuarto y quinto de media. Había toda clase de personajes, periodistas avezados con una larga carrera, también muchos jóvenes.
Muchos personajes que salen en el libro fueron parte de tu vida.
Aparece uno con su nombre (Carlitos) y además con todas sus características. Era un redactor relativamente joven que se dedicaba a la crónica policial, y a mí me hizo leer mucho la literatura peruana. Me hizo leer a Eguren, a Vallejo, a quien yo desconocía. Me llevó al bar Cordano para ver a Martín Adán. Lo espiamos desde la puerta, porque Adán, que vivía en un manicomio, salía de vez en cuando e iba directamente al Cordano a tomarse unas cervezas.
¿Ese personaje se llama Carlitos?
Era Carlos Ney Barrionuevo, es el nombre de este amigo que yo tuve en La Crónica (…). Me acuerdo que también me hizo leer a los franceses con quienes quedé enganchado. Por ejemplo, Sartre, que tuvo una influencia enorme, Camus también, Simone de Beauvoir. Los existencialistas estaban muy de moda, tanto que aprendí francés en la Alianza Francesa. Cuando me afilié en San Marcos al Partido Comunista, que era muy sectario, muy estalinista, creo que las lecturas de Sartre, de Camus, me inmunizaron un poco.
Te diste cuenta de que, al no ser un escritor francés, ocupas el asiento 18 de la Academia Francesa. ¿Qué significa eso para ti?
Aunque nunca fui un escritor francés, la influencia que ejerció su cultura, más específicamente su literatura, fue muy grande. Recuerdo que el mismo día que llegué a París compré un ejemplar de Madame Bovary (de Gustave Flaubert) (…). Todas sus novelas me impresionaron muchísimo, pero la que más influencia tuvo en mí fue su correspondencia, sobre todo las cartas que cada día escribía a su amante, luego de trabajar 10 a 12 horas al día en Madame Bovary. Su correspondencia es absolutamente un documento excepcional sobre la intimidad intelectual del propio Flaubert. Ese libro lo seguí, lo imité; creo que fue la gran influencia que tuve, sobre todo en esos años que viví en Francia.
Donde además tuviste mucha relación con otros grandes escritores del boom.
Había muchos escritores latinoamericanos que pasaban por París. Me acuerdo de Carlos Fuentes, Julio Cortázar, que vivía en Francia varios años con su mujer. Eran traductores de la Unesco. Se hablaba con escándalo de que a Cortázar y a su mujer habían rechazado un trabajo permanente de la Unesco. La razón que dieron es que querían ir a museos para poder ver espectáculos. Creo que Cortázar fue el primer amigo que tuve entre los escritores que pasaban por París. Él y Aurora llevaban una vida absolutamente discreta y se preocupaban mucho por la pintura, iban mucho a las galerías. Cortázar era un personaje que escribía cuentos y era muy generoso con los jóvenes, siempre daba consejos.
Cuando terminaste el borrador de Conversación en La Catedral habías dicho que empezó como la historia de un exguardaespaldas.
Yo quería escribir una novela política sobre el problema peruano. Y pensaba siempre que un guardaespaldas sería la figura central, pero cuando empecé fue Zavalita mucho más importante. El guardaespaldas al final es el chofer de un empresario con buenas relaciones con el gobierno de Odría. Zavalita tiene presente una frase que es la expresión más profunda de lo que cree del Perú. Lo dice con cierta vulgaridad: “En el Perú el que no se jode, jode a los demás”. Creo que era mi idea del Perú, que había peruanos con privilegios y que esos privilegios les servían para aplastar, para hundir a otros. Es una novela bastante pesimista, aunque trabajé mucho en ella. Solamente La guerra del fin del mundo me tomó tanto tiempo como escribir Conversación en La Catedral.
Justamente en La guerra del fin del mundo aparecen una serie de personajes que corresponden a ciertos arquetipos, el militar, el comunista romántico, el propio Antonio Conselheiro; que son diferentes formas de fanatismo.
Yo escribí el libro tras leer a Euclides de Cunha sobre la guerra de Canudos. Me hizo entender que las ideas que vienen de Europa en América Latina se transforman en una cosa muy distinta (…). Los republicanos se enteran que en el interior de Bahía hay un santón llamado “Conselheiro” y unos campesinos que lo seguían fanáticamente. Habían asaltado iglesias, se habían negado a pagar impuestos. Los curas que eran raros representantes de la civilización habían enseñado a los campesinos que cuando la república tomara el poder, en realidad, era el diablo que había tomado el poder. Entonces el Conselheiro y los campesinos en realidad luchaban contra el diablo personificado en la república. Brasil mandó una compañía, luego un regimiento y después todo su ejército a enfrentar a los campesinos de una manera terrible. Se calculaba 30.000 muertos.
Siempre he disfrutado de las novelas de Benito Pérez Galdós y este libro nuevo tuyo (La mirada quieta) es un placer leerlo.
El famoso coronavirus nos tuvo casi 16 meses, 18 meses prácticamente confinados. De tal manera que yo me dediqué a leer a Pérez Galdós y nunca había leído a un escritor durante tanto tiempo. Creo que fue un escritor muy desigual, porque él creía en la inspiración y no trabajaba siempre todas las novelas del mismo modo. Es autor de grandísimas novelas, como Misericordia, sobre la diferencia entre pobres y ricos, un libro ciertamente apocalíptico. También escribió sobre los prestamistas. El banco que no llegaba a los humildes y los prestamistas cumplían la función entre los humildes y él crea todo un personaje que se convierte en un noble y que mira sobre el hombro a los prestamistas que lo han sucedido a él mismo.
Escritor. Benito Pérez Galdós, el nuevo ensayo de MVLL. Foto: difusión