El grupo de teatro Yuyachkani cumplió 50 años el último 19 de julio y organizó una presentación en la que varios de sus personajes más famosos se reencontraron con el público después de casi un año y medio debido al coronavirus. “La gripe que solo afectó a los pobres”, resumió durante su número musical el actor Julián Vargas.
Una diva (Rebeca Ralli en ‘El último ensayo’) que podría recordar a Yma Súmac es uno de esos personajes. Sube al escenario con alfombra roja y se dirige en inglés a su público en medio de una calle de Magdalena. La obra original presentaba una reflexión sobre la historia peruana del siglo XX y el propio recorrido del grupo teatral. El general don José de San Martín, hoy con protocolar mascarilla quirúrgica, traduce el discurso a quechua y sobre el final sentencia en castellano: “cuando pensamos que todo acabó, es que todo vuelve a empezar”.
La diva (Rebeca Ralli en 'El último ensayo') ingresa con alfombra roja. Foto: Marco Cotrina/La República
“Todos estamos rotos, pero enteros; un poco más gastados y más sabios; más viejos y sinceros”, explicó el director, Miguel Rubio, en este retorno parcial con las salas del grupo aún sin poder recibir espectadores.
Teresa Ralli, actriz fundadora, prefiere hablar de “conmemoración” antes que de “celebración” por el medio siglo de vida. Conversamos con ella sobre la perspectiva del grupo a 50 años de iniciado su camino, las luchas por la memoria, los “desvergonzados” actores políticos de hoy, el bicentenario y la independencia.
Veía una entrevista suya hace un par de años y comentaba que estaban pensando hacer una celebración especial por los 50 años. ¿Imaginaban algo así?
Definitivamente no (risas). O sea, nuestra celebración... más que celebración, siempre le hemos llamado conmemoración, que de alguna manera está conectado a la palabra memoria, que es una idea y premisa que está muy metida en nuestro trabajo. Sí habíamos planeado invitar amigas y amigos del oficio de todo el mundo. Íbamos a hacer un encuentro pedagógico latinoamericano. Teníamos planeado un laboratorio internacional también. Pero me da risa estar haciendo la enumeración de todo porque realmente teníamos bastantes cosas interesantes. Aparte del espectáculo nuevo y de una temporada de repertorio… Yo creo que la pandemia ha sido mala para todo el planeta, para todos nosotros, pero me parece interesante cómo respondemos: no perdiendo el vínculo, aprendiendo a trabajar virtual.
Un quechuahablante don José de San Martín adaptado a los tiempos de pandemia. Foto: Marco Cotrina/La República
¿Ha sido difícil este casi año y medio de pandemia separados del público? Recién se están reencontrando. ¿Cómo se siente?
Esta es la primera (presentación). Ha sido muy emocionante. La energía que se crea, más allá de las ideas y de las cosas que se hablan, se crea una energía de convivencia. Es como crear una comunidad efímera. Nos volvemos comunidad con el público. No es que nosotros estamos en un extremo y solo nos dedicamos a dar algo y que nos miren, sino que siempre hemos cultivado esa sensación de crear una comunidad efímera. Y ahora ha sido hermoso, ¿te gustó?
Conmovedor desde el inicio. Y es algo que rescato mucho de Yuyachkani: no proponen contemplación, sino que interpelan al público constantemente.
Sí. Eso lo aprendimos desde los primeros años del grupo y lo afianzamos con los maestros del movimiento colombiano: Santiago García, Enrique Buenaventura... nuestros hermanos mayores. Ellos siempre hablaban de cultivar una relación polémica con el espectador. No conciliadora, no entreguista, no complaciente, sino una relación polémica. Lo creemos aquí: el arte que cala más es el arte que te plantea preguntas. Nosotros al hacer lo que hacemos también partimos de una pregunta: nos preguntamos cosas sobre nosotros, sobre el país.
Cuando nace Yuyachkani, el Perú conmemoraba 150 años de independencia y ahora nuevamente están ante una fecha determinante en la vida del país. ¿El bicentenario se celebra? ¿Qué significa mirándolo desde el teatro?
Para nosotros, primero ha significado que no podemos ser tributarios de la cultura impuesta por la colonia, y que se fue reproduciendo en este país cerrando los ojos a la riqueza de la cultura ancestral. A través del teatro pudimos afianzarnos en esa posición y nos constituimos en un grupo alternativo que entendía que era nuestra cultura la que debíamos estudiar y la pertenencia a ella. (El bicentenario) yo no creo que sea una fiesta. Es algo complejo de enunciar, porque por un lado podemos ver a estas culturas nuestras que se emocionan porque hay el bicentenario, pero que a la vez dicen muy descarnadamente qué van a celebrar, si siguen siendo un sector marginado del país y no les ha llegado las aparentes conquistas de una República, si siempre estuvieron a la cola de cualquier entrega de derechos. Si siempre hemos tenido que luchar... Desde que nacimos en 1971, hasta el día de hoy, yo siento que siempre hemos estado luchando, y ese es el sentimiento que tiene toda peruana y todo peruano porque todavía no hemos encontrado justicia en este Estado hecho medio a parches y retazos.
Pero sí conmemorar, porque es importante reconocer cuánta gente de este país luchó por la independencia, y que no estaba puesta en los libros. Recién ahora se reconoce que la independencia no fue producto de San Martín, Bolívar y su ejército, sino que hubo miles de hombres y mujeres del campo, líderes regionales, mujeres que fueron maltratadas desde antes que se hiciera la República por ser familiares de Túpac Amaru. Es una larga historia. Por eso yo creo que el aniversario del país no se celebra, sino se conmemora. Es la oportunidad de liberar todas las zonas oscuras de la memoria, y de poner en el justo lugar a todos aquellos que han permitido que existamos como existimos.
¿En esta situación de sectores marginados a lo largo del tiempo se puede hablar realmente de independencia? En el tiempo en que nacía Yuyachkani, Velasco anunciaba una segunda independencia. ¿Ahora en el Perú 2021 podemos hablar de un país independiente?
No. Yo pienso que no, pero digamos que hace 50 años la lucha era por independizarnos en primer lugar del imperialismo que tenía un gran dominio explícito sobre el horizonte del Perú. Ahora probablemente tiene un dominio secreto e implícito, pero yo creo que todos los peruanos y peruanas debemos independizarnos de esa clase política dominante que nos tiene sin respirar, sin vivir, sin ser felices. Tenemos derecho a ser felices. Y creo que todo el que lucha porque este país cambie es porque queremos ser felices. Así sea un rato cada día. Pero vivir en este estado de zozobra, de sentir que estamos en manos de todo este cártel de la corrupción estructurado y organizado.
¿Este cártel sigue siendo teatral, sigue siendo una puesta en escena?
Una puesta en escena sería si no tuvieran realmente tentáculos. Hace como 5, 10, 8 años hablábamos de cómo el teatro se había desplazado hacia los sectores políticos. Nosotros teníamos que ser muy sobrios haciendo teatro, porque los personajes ridículos, histriónicos, con discursos falsos, salidos de obras de Brecht, estaban en la política peruana. Ellos eran los que tenían el teatro, levantaban el telón. Ahora, yo creo que ya ni siquiera aparentan. Son desvergonzados como clase política corrupta y dominante. Es una desvergüenza que provoca asombro infinito porque es un sector social que miente sobre la evidencia. Es decir, repiten cosas de una manera... como decía mi abuela: miente, miente que algo queda.
Y en esto vemos mucho de historia cíclica. Hay personajes que están saliendo nuevamente de sus criptas y vuelven a tener relevancia en este momento del Bicentenario. No hace falta mencionar a Montesinos, retratado en las obras de Yuyachkani...
De sus criptas, sí (risas). La mejor manera de afrontarlo es apoyarnos en esta parte del país que ve, que se da cuenta. Somos más de la mitad del país que ya no nos vamos a dejar engañar por ningún Montesinos, o ningún Fujimori. Eso está muy claro. La otra mitad —que no es exactamente la mitad, son menos—, el tiempo irá decantando esas actitudes. Pero vivimos en un tiempo de conflictos intensos que no solamente vemos aquí en el Perú. Todos los sectores sociales de cada país, en América Latina, en el mundo, es como que estamos llegando al fondo de las confrontaciones. Y tenemos fe y esperanza, como dice un personaje que yo quiero mucho, ‘El Chusco’ (interpretado por Teresa en ’Los músicos ambulantes’): “la esperanza es lo penúltimo que se pierde”. Entonces, nosotros trabajamos con esperanza. Nos dirigimos a todos aquellos que sabemos tienen los ojos ya abiertos y no se dejan engañar. Somos más, pero todavía no está claro el horizonte.
Débora Correa, Ana Correa, Rebeca Ralli, Teresa Ralli y Miguel rubio en la presentación por los 50 años del grupo. Foto: Marco Cotrina/La República
El conflicto armado terminó, pero han continuado otras batallas por las memorias. Últimamente, se ha visto muy atizado el terruqueo. ¿También ha sido víctima de esto Yuyachkani?
Sí, en algunas épocas. Por un lado, es terrible ver cómo estos sectores que enarbolan esos términos para atacar a quienes somos democráticos, lo que están haciendo es empujar cada vez más el conflicto dentro del país. Y están sembrando la noción de que buscar los derechos, buscar la justicia, ser democráticos y debatir es sinónimo de terruqueo. Lo único que podemos hacer nosotros es hablar donde tengamos que hablar, decir lo que tengamos que decir e ir a las marchas, donde siempre se rebela el pensamiento de toda la gente.
Y ahora están participando sectores distintos en las marchas, extremistas de derecha. Lo que no pasa solamente en Perú, sino que es mundial...
Sí, lo hemos visto crecer en Europa, después en Brasil de una manera escandalosa y lo que está pasando ahora acá en el Perú es inédito. En mi vida, que es corta en relación a la historia del Perú, en lo que sabemos de antes, nunca se había mostrado esa manera tan virulenta. Esta postura que está apoyada en la ignorancia. Yo los llamo brutalistas, porque están en contra de toda inteligencia. Y es gente que tiene dinero, que ha estudiado —qué habrán estudiado—. Ahí uno ve al desnudo el poder de influencia que tiene una ideología oscura, que está en contra del pensamiento. Es un neofascismo. Hasta tienen su avanzada de choque y tienen el saludo nazi. Eso me parece increíble. Yo confío en que la democracia tire abajo ese sector tan reaccionario. Y efectivamente, como tú dices: han aprendido a marchar. Con sus carros, con sus cosas compradas, pero están ahí metiéndose en las calles. Y eso es lo más peligroso también porque ellos van a generar conflicto. Van de frente, no saben lo que es respetar posturas diversas. Son la antítesis de la democracia.
Cuáles son los planes próximos del grupo. Están en proceso de creación de una nueva obra. ¿Qué nos puede contar al respecto?
Nada (risas). Nunca contamos, solo empezamos a hacerlo cuando ya está casi lista. Pero no digo si para bien o para mal, no sé. Hemos empezado a hacerla virtual, pero esa virtualidad se va a convertir en presencial. O sea, estamos caminando en las dos rutas y de alguna manera es una mirada a nosotros como creadores, todo lo que hemos traído hasta acá incluyendo nuestras preguntas, pero por supuesto interpelándonos e interpelando a toda la realidad que nos rodea.
Va a ser una obra virtual...
Sí, estamos filmándola.
¿Se imaginaron hacer algo así?
Jamás. Jamás, jamás. Nos costó al principio comunicarnos, hacer las reuniones por Zoom y todo eso, pero uno aprende bien rápido. Y se da cuenta de que si ese es el espacio que hay para comunicarse, entramos a ese espacio. Y está bien: ahora es lo que toca.
El público se va a extrañar un poco, ¿no?
¡¿Un poco?! (risas). Ese es nuestro elemento. Sentíamos que la pandemia nos había tirado una estocada en el corazón. ¡Cómo vas a hacer teatro, performance sin estar sintiendo las energías! Pero ya vendrá. Mira, esto que hemos hecho ahora ha sido tan hermoso, nos hemos sentido tan felices... Como decía Miguel (Rubio): hemos abierto las puertas para salir, pero dentro de poco todos van a entrar. Estamos seguros. Se tendrá que usar protocolos... Quizá las cosas por un tiempo no regresen hacia atrás. “No se regresa hacia atrás”, soy una política, creo, para nuestra desgracia (risas).
Al final de su presentación, los actores Julián Vargas, Rebeca Ralli, Ana Correa, Débora Correa, Augusto Casafranca y Teresa Ralli interpretaron el vals “Corazón”, que hiciera famoso Jesús Vásquez a mediados del siglo pasado. Rodeado de aplausos y miradas conmovidas, el elenco se despidió con dos versos que parecen haber sido escritos hace poco. “Confío que un buen día no habrá más fatalidad. Y ese día gozaremos, corazón”.