El creador-melena
Sergio Luján Sandoval, egresado de Literatura-UNMSM.
Hablar de Reynoso es referirnos a un hito de nuestra literatura que ha aquilatado lo que muchos escritores quisieron y pocas veces lograron: la fidelidad de sus lectores. Pero no solo se trata de él, sino también de sus obras, pues ingresar en el mundo que construyó es empaparnos con el goce de la palabra fresca y pura; con la secuencia de sensaciones e imágenes que se extienden más allá de la lectura. Sumado a ello, habría que subrayar la ternura destilada en personajes entrañables. De una sensibilidad potente, Oswaldo Reynoso ha creado, sin duda, una de las obras más bellas.
Antes de todo
Luis Paucar, amigo de Oswaldo Reynoso.
El helado de manjar blanco le recordaba su niñez, de modo que no lo pedía. “Es un secreto -decía en su departamento -, pero solo lo diré cuando me muera”. Detrás de la puerta había pegado un papel que le recordaba: HAY QUE LLEVAR LA LLAVE. “Es que uno mismo entiende su desorden”. Reynoso “está metido entre Vargas Llosa, Puig, Caicedo y La ley de la calle”, dijo Fuguet, pero él corregía: “Estoy entre lo prohibido, al borde del abismo”. Una semana antes de morir, por teléfono, me releyó un cuento. “Cierra los ojos”, dijo, y el monaguillo que fue eyaculaba en un cáliz impecable