Nombrado como uno de los “Cuatro Ases de la Marina de Guerra del Perú”, Aurelio García y García es conocido por luchar a bordo de la corbeta Unión en la Guerra del Pacífico a la par de los otros ases Miguel Grau, Lizardo Montero y Manuel Ferreyros. Y aunque algunos cuestionan que lleve ese título en vista de su forzado abandono al Huáscar durante el Combate de Angamos, su carrera se vio empañada por su respaldo político a los cuestionados gobiernos de Nicolás de Piérola y Mariano Ignacio Prado.
Como parte de los trabajos de ampliación de su flota, el gobierno peruano envió en 1865 al entonces capitán de corbeta Aurelio García a inspeccionar y traer piloteando la recientemente adquirida fragata blindada “Independencia” desde Inglaterra. A su lado, el capitán de navío José María Salcedo fue enviado para traer el promisorio monitor Huáscar, fabricado en el astillero Laird & Brothers, en Birkenhead, Reino Unido.
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Sin embargo, el gobierno desconocía la antigua rivalidad que ambos mantenían por diferencias más personales que militares. Fue tal el encono entre ambos bandos de almirantes y marineros a bordo que las naves llegaron a embestirse en altamar, en un insólito episodio para la Marina peruana que derivaría en la destitución de Salcedo, chileno nacionalizado peruano, una vez que arribaron a modo de escala a Valparaíso en 1866.
En 1867, el presidente Mariano Ignacio Prado firmó la compra por dos millones de dólares de los ‘monitores’ estadounidenses Oneoto y Catawba para reforzar la flota peruana durante la guerra con España. Sin embargo, la sobrevalorada compra de ambos tenía un enorme detalle, ¡eran naves de río, no de mar! Habían sido diseñadas para patrullar el río Mississipi, resultaban inútiles para la defensa nacional del Perú.
Para maquillar la compra, el presidente Prado nombró de canciller a José Antonio García y García, hermano mayor de Aurelio, quien a su vez nombró a éste como comisionado para traer las naves desde Estados Unidos y ‘limpiar’ a los nuevos elefantes blancos mediante un expediente que de técnico no tenía nada. Con todo, pasaron a llamarse ‘Manco Cápac’ y ‘Atahualpa’ una vez anclados en puertos peruanos.
El final de ambas embarcaciones sería tan previsible como lamentable. En vista de su poca operatividad en el mar, tuvieron que ser remolcadas (si, ni siquiera podían navegar) para defender los puertos de Arica y Lima como baterías flotantes durante la Guerra del Salitre. Es decir, disparaban sin moverse desde el mar con la misma contundencia que barcos de papel.
Como era de esperarse, ambos ‘monitores de río’ terminaron hundidos por sus propios tripulantes para evitar que cayeran en manos chilenas, mientras los Prado y los García y García se embolsicaban el dinero del pueblo y escribían uno de los capítulos de corrupción más funestos en la historia del Perú. Al parecer, encontraron la ruta más rápida para que la plata ‘les llegue sola’ a través del mar. Así es cuando la historia está condenada a repetirse.