La muerte de César Lévano representa un extraordinario desafío para las generaciones de periodistas que se formaron bajo su influjo. Replicar su escritura apasionada y erudita, su hondo y sensible conocimiento enciclopédico, y su tenacidad por exponer la injusticia, el abuso y la mediocridad, no serán tareas fáciles. Un periodista de sus cualidades, reconocidas tanto o más por sus enemigos que por sus amigos; con un talento y corazón poco comunes, se merece que las repitan los que asistieron a sus clases, los que trabajaron con él, los que tuvieron la suerte de tener su amistad. La muerte jamás se llevará a ese Lévano que caló con sus entrevistas, crónicas y reportajes. Necesitamos más Lévanos. Periodistas que se apasionen y se indignen, que no traicionen a su profesión vendiéndose al oprobio. Más Lévanos que no bajen la cabeza y en voz alta parafraseen el verso de Miguel Hernández: “Son cada vez más grandes las serpientes, pero más grande el corazón, más grande el mío”.