El modus operandi ya viene establecido de antes. Es el prófugo que se comunica con el país a través de su abogado, o los medios, o ambos. Antes fugarse era reconocer y desaparecer. Hoy es utilizar la impunidad, mientras ella dure, para disfrutar de una libertad transitoria. Todo esto tiene visos de estar a punto de volverse una nueva industria.
Es el caso de Miguel Rodríguez, sindicado como el asesino de los 13 guardianes de Pataz, quien ahora inicia una trayectoria como prófugo: lo niega todo, cuenta con un abogado, recurre a la TV que acoge este tipo de voces, intenta elevar su perfil de delincuente prontuariado con una carta a la Presidenta de la República.
¿Por qué corre? En el contexto del caso, las posibilidades de ser, culpable o inocente, asesinado él mismo son grandes, sobre todo por parte de quienes lo soltaron en primer lugar. Aun en una circunstancia menos fúnebre, defenderse preso no es sencillo. Pero demostrar inocencia desde lejos y en medio de una burla a la justicia tampoco es sencillo.
Rodríguez en su carta afirma que tiene cómo demostrar su inocencia, un clásico en este tipo de arte de la fuga. Pero no tiene el menor apuro en comenzar a demostrar inocencia desde ahora. Demora que parece el consejo de un abogado. Igual sucede con la versión sobre su paradero: afirma no estar en Colombia, aunque Bogotá afirma que sí ha ingresado a ese país.
No aporta pruebas de inocencia, pero sí afirma que es un hampón arrepentido, con siete años de prisión encima, y ninguna gana de repetir la experiencia. Es evidente que va a necesitar argumentos más concretos. Quizás incluso tendrá que identificar a otros posibles culpables. De otro modo, rápido pasará a ser un prófugo de los que son capturados.
Un simple cálculo debería llevarnos a pensar que una parte importante de los autores de los crímenes contra la minería legal ya han escapado, de la zona o del país, en diversos momentos. Todo indica que resulta más fácil no capturar que luego tener que excarcelar. Aunque ha comenzado una moda de fugas desde la cárcel.
Quizás Rodríguez ha enviado su carta a Palacio porque cree que Dina Boluarte lo puede ayudar, por lo menos a mantenerse prófugo como está. ¿De dónde habrá sacado esa extraña idea?
Un poemario cada tantos años. Falso politólogo. Periodismo todos los días. Natación, casi a diario. Doctor por la UNMSM. Caballero de la Orden de las Artes y las Letras, Francia. Beca Guggenheim. Muy poco twitter. Cero Facebook. Poemario más reciente, Las arqueólogas (Lima, AUB, 2021). Próximo poemario, Un chifa de Lambayeque. Acaba de reeditar la novela policial Pólvora para gallinazos (Lima, Vulgata, 2023).