(*) Por Leon Lucar Oba, politólogo especialista en temas eclesiales
Bastaron unas cuantas palabras en español con acento peruano y dirigidas con entrañable cariño a su diócesis de Chiclayo para meterse al bolsillo a todo el Perú. Visiblemente conmovido, con los ojos transparentados por las lágrimas, quien hasta hacía unas horas era el cardenal estadounidense-peruano Robert Francis Prevost salía al balcón central de la basílica de san Pedro para dar su primera bendición como el 267° papa de la Iglesia católica con el nombre recio de León XIV.
El mensaje urbi et orbi que el nuevo pontífice pronunció fue un llamamiento, una memoria, un programa. En medio de un mundo que se debate ante la insania de las guerras y los atizados conflictos, irrumpió el saludo de la paz de Cristo resucitado, “una paz desarmada, desarmante y también perseverante, que proviene de Dios, que nos ama a todos incondicionalmente”. Una paz que es hija de la justicia, una paz que fructifique desde lo más hondo del corazón de una humanidad herida y se refleje en una nueva disposición de obrar frente a los demás. Un llamamiento de paz “a todas las personas, donde sea que se encuentren, a todos los pueblos, a toda la tierra”.
Una memoria agradecida brotó de los labios del papa: a su predecesor Francisco, a sus hermanos cardenales, a su orden agustiniana y, de manera especial, a su “querida diócesis de Chiclayo, en el Perú, donde un pueblo fiel ha acompañado a su obispo, ha compartido su fe y ha dado tanto, tanto, para seguir siendo Iglesia fiel de Jesucristo”. Palabras que expresan la memoria viva que tiene el nuevo papa del camino recorrido junto a su pueblo en el norte peruano, que lo nutrió como pastor y le enseñó a ser un obispo misionero. Bellamente lo refleja con su cita a san Agustín: “Con ustedes soy cristiano y para ustedes, obispo”. Se trata de la vivencia de un ministerio eclesial en medio y al servicio de los demás.
Un programa que recupera con ahínco la etimología de la palabra “pontífice”, “el que construye puentes” entre Dios y la humanidad, entre todos los hombres y mujeres, pueblos y culturas. Asimismo, exhortó a que nos “ayudemos los unos a los otros a construir puentes con el diálogo, el encuentro, uniéndonos todos para ser un solo pueblo, siempre en paz”. El pontífice pide que seamos “pontífices” frente a los muros de la indiferencia, del miedo, de la división. Y une a este deseo el de “una Iglesia sinodal, que camine, que busque siempre la paz, que busque siempre la caridad, estar cerca de quienes sufren”. Así, León XIV se inserta en la estela del concilio Vaticano II (1962-1965) que abrió a la Iglesia al diálogo con el mundo moderno y cuyo valioso legado fue impulsado por Francisco mediante la sinodalidad, el estilo de ser y obrar de la Iglesia donde todos los fieles -desde el obispo de Roma hasta el último de los laicos- vivamos en comunión desde la participación para la misión.
En este discurso inaugural de su pontificado se reflejan las líneas fundamentales de lo que será el ministerio petrino del nuevo papa. Y en ese mensaje translucen las huellas indelebles de su experiencia como misionero enraizada en tierras peruanas, de su profunda espiritualidad y hondura teológica, así como de su pericia en el discernimiento para abordar con caridad pastoral y finura administrativa los retos de la Iglesia y el mundo contemporáneo. Se trata de un perfil complejo e integral que busca, cual alfarero, armonizar la diversidad de carismas y ministerios presentes en la Iglesia y disponerlos al servicio eficaz del anuncio de la Buena Noticia en realidades contemporáneas límite, periféricas, desafiantes.
En esa línea se comprende la elección de su nombre, haciendo referencia a León XIII, el papa que sentó las bases de la doctrina social de la Iglesia con su encíclica “Rerum novarum” (1891), en la cual abordó la cuestión social y la situación de los obreros tras la primera Revolución Industrial. La Iglesia, así, se pronuncia desde la teología moral para poner al centro el respeto y la promoción de la dignidad de la persona humana y, desde allí, reflexionar y brindar orientaciones sobre las cuestiones sociales, políticas y económicas que concurren en el devenir de la historia humana. Hoy, León XIV busca profundizar ese patrimonio de la enseñanza social cristiana para responder a la nueva revolución industrial y los desarrollos de la inteligencia artificial, así como los retos que implican para la dignidad humana, la justicia y el trabajo.
El papa deberá hilvanar finamente comunión y diversidad, Tradición y reforma, Iglesia y mundo. En particular, su experiencia como obispo de Chiclayo (2015-2023) es una muestra de sus capacidades para suscitar el espíritu de comunión a partir del reconocimiento de la diversidad de carismas que ofrecen los católicos para ser puestos al servicio de los demás, especialmente de los más pobres y excluidos. El entonces monseñor Prevost brindó mayor organicidad a la pastoral de su Iglesia local, fortaleciendo y dinamizando particularmente la pastoral social, la cual abarca la pastoral carcelaria, de salud, ambiental y de migrantes. En medio de coyunturas críticas como el desplazamiento masivo de migrantes venezolanos, la pandemia de Covid-19 o el ciclón Yaku, el obispo acompañó y estuvo en medio del pueblo que le fue confiado. Asimismo, desde su rol como segundo vicepresidente de la Conferencia Episcopal Peruana (2018-2023), impulsó comprometidamente la Comisión de Prevención de Abusos dentro de la Iglesia para abordar delitos que hieren profundamente a las víctimas y a la Iglesia discípula de Cristo.
Este acercamiento a realidades vitales límite en un país como el Perú hizo que el obispo agustino afinara su cariz pastoral y lo proyectara a la gestión de los asuntos administrativos. Dos cualidades que ahora deberá dimensionar a escala global como obispo de Roma y en una multiplicidad de frentes más allá de los que desempeñó en la Curia romana como prefecto del Dicasterio para los Obispos (2023-2025), encargado de nombrar y ratificar a los obispos del mundo entero. Un papa que, con su impronta personal, deberá dirigirse a una Iglesia tentada al acostumbramiento y la autorreferencialidad, así como a un mundo abatido por las guerras, la crisis climática, la crisis migratoria, el auge de los populismos nativistas y los autoritarismos con fachada democrática, la proliferación de los discursos de odio, los fundamentalismos y las mentiras disfrazadas de verdad.
“Verdad, justicia, paz y fraternidad” son las directrices que León XIV ha señalado para su pontificado. Simbólicamente, el león representa al Evangelio de Marcos, que inicia así: “Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos”. En el desierto de este mundo, deseo fervientemente que se escuche la voz de León.
Columnista invitado. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.