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Chile, una crisis a tres bandas

“El juego a tres bandas resulta provechoso para la crisis chilena, en un contexto en que las instituciones tienen como principal referente a la sociedad movilizada”.

DE LA PUENTE
DE LA PUENTE

Perú y Chile son los países de la Sub Región Andina que echaron mano con más eficacia a sus mecanismos institucionales para encarar la crisis y producir un salto adelante, aunque el proceso chileno ha sido más corto, fulminante y audaz, seguramente por el efecto de las masivas movilizaciones y la autonomía de los movimientos sociales.

El Perú elegirá un nuevo Congreso el 26 de enero y espera una sentencia del Tribunal Constitucional sobre la disolución del anterior Congreso, en tanto Chile acudirá a un referéndum el 26 de abril. La diferencia reside en que el nuevo Parlamento peruano iniciará una etapa incierta, mientras que en Chile las reglas asoman más claras. Es probable que la diferencia se explique, además de la fuerza de la demanda de cambio, en el hecho de que en el país vecino la deliberación es más intensa, en tanto que en el nuestro falta debate y grandes ideas/salidas.

Hay más; en Chile la crisis fue abrupta y violenta, dejando en posición retrasada a todos los actores oficiales, dibujando inicialmente un solo escenario dominado por la calles y el protagonismo del ciudadano anónimo. Desde ese escenario, la recuperación de las instituciones (incluyendo a los partidos políticos) ha sido destacable, con un rasgo nítido: los partidos un paso adelante del Gobierno.

Para el desenlace que se abre en Chile fue decisivo el acuerdo partidario del 15 de noviembre, que forzó y adelantó la salida vía la instalación de un poder constituyente. Desde ese momento se estableció un juego a tres bandas que interactúan y se influyen: la calle, que no ha dejado de expresarse, el factor más vigoroso; el Congreso, que se puso rápidamente en modo de reforma, intentando controlar el proceso constituyente; y el Gobierno, aislado de la sociedad, con el oficialismo que lo sostiene dividido, desplazándose a rastras y sin iniciativa política, con pronóstico reservado.

El juego a tres bandas resulta provechoso para la crisis chilena, en un contexto en que las instituciones tienen como principal referente a la sociedad movilizada. Gracias a esta dinámica se ha podido licuar y galvanizar en la conciencia nacional 30 años de frustración acumulada. Y aunque no es seguro que la reforma constitucional -soberana o con participación del Congreso- aborde y resuelva todas las demandas explicitadas, especialmente la relación entre el mercado y la sociedad, el momento constituyente chileno es un momento social. El sistema ya no podrá eludir las cuestión social de salario, jubilación, educación, género, pueblos indígenas, entre otros.

Esta dinámica difiere de la de otros países de la región; en ella, el sistema de partidos cumple una función conectora, con estructuras agrietadas pero vigentes y con capacidad de rectificación -el caso de la apuesta por la paridad de sectores de la derecha- y los medios de comunicación que han renovado vertiginosamente su agenda, y que luego de 70 días de protestas lucen irreconocibles. El mismo Congreso, desprestigiado como en otros países, ha puesto en marcha un consenso de cara a la sociedad, desoyendo el impulso tanático de una obstrucción ”a la peruana”.

Chile delibera sumergido en la disputa por su futuro y ha puesto en marcha un mecanismo de conservación y superación de la sociedad. Eso aún no sucede en el Perú.

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