Domingo

El legado de Héctor Walde

Investigó nuestras culturas prehispánicas y el pasado virreinal y republicano de Lima. El arqueólogo sanmarquino falleció hace unos días. Sus estudios hablan de su dedicación y cariño por nuestra historia.

Garagay. En la huaca del distrito de San Martín de Porres a la que dedicó mucho tiempo.
Garagay. En la huaca del distrito de San Martín de Porres a la que dedicó mucho tiempo.

Fue en 1997 cuando al entonces bachiller Héctor Augusto Walde Salazar le tocó dirigir por primera vez una investigación arqueológica. El sitio fue Punta Lobos, junto a la desembocadura del río Huarmey. En la zona afloraban restos humanos recientemente saqueados que debían ser estudiados ante la inminente construcción del mineroducto de Antamina. En eso estaba cuando descubrieron 108 cadáveres de los que, al principio y por el buen estado de conservación de algunos cuerpos, se creyó que se trataba de una fosa común de ejecutados durante el reciente conflicto interno. Esa idea se descartó conforme fueron desenterrando más cuerpos. Ya no tenían duda de que eran prehispánicos, pero no se trataba de un sacrificio masivo y ritual, sino de una tenebrosa ejecución en masa. Cuando el célebre antropólogo forense John Verano analizó los restos se comprobó que todos eran varones desde los 8 hasta los 50 y tantos años. Lucían taparrabos. Algunos fueron amordazados y atados. Muy pocos tenían contusiones propias de guerreros. Parecían civiles. Con precisión, pescadores yungas. Y todos fueron degollados al mismo tiempo. El hallazgo conmocionó a la comunidad científica, pero pasó casi desapercibido para el gran público. Con los fechados y otras pruebas científicas, ahora se cree que pudieron ser ejecutados por las tropas Chimú durante su expansión en el valle de Huarmey. Quizá en represalia por una rebelión o como advertencia a poblados vecinos que se mantenían belicosos. La brutalidad y la cantidad de ejecutados sigue siendo uno de los enigmas de la arqueología peruana. Años después, en enero del 2017, Héctor Walde reapareció dirigiendo un pequeño equipo en una huaca olvidada de Lima metropolitana, ubicada en la zona más urbanizada de San Martín de Porres, muy cerca del aeropuerto Jorge Chávez. La huaca Garagay es un templo en U, considerado entre las primeras manifestaciones arquitectónicas del continente (más de 3.500 años de antigüedad). A mediados del siglo XX hizo noticia por el hallazgo de bellísimos murales polícromos cuya antigüedad obligaba a reformular la historiografía oficial. Sin embargo, todo fue destruido por atentados de Sendero Luminoso y por invasores instigados por las propias autoridades en 1985. Desde entonces, lucía como un enorme terral rodeado de viviendas precarias tugurizadas. Walde sorprendió cuando reveló un imponente mural que mantenía sus colores originales pese a que fue pintado hace más de tres milenios y, sobre todo, porque representa una deidad chavín en el corazón de la actual capital peruana. En aquellos días dijo: “Por sus características de valor universal excepcional, el templo en U de Garagay se convertirá en un breve plazo en el sitio arqueológico más importante de Lima metropolitana”.

El primer hospital de Lima

No le faltó razón, pero sí le faltó vida para hacer realidad su pronóstico. Héctor Walde falleció el lunes pasado dejando un enorme legado y, al mismo tiempo, un profundo vacío en la arqueología peruana. Lo emotivo fue su velatorio en los ambientes de la bellísima Capilla de Nuestra Señora de la Soledad, vecina a la Iglesia de San Francisco el Grande, de Lima. Los asistentes comprobaron el fino trabajo de investigación y restauración dirigido por el propio Héctor Walde: en estos últimos años dirigió el equipo arqueológico de ProLima que, además, realizó reveladores descubrimientos en excavaciones en el paseo Chabuca Granda (el primer molino de la Ciudad de los Ryes) y en el primer hospital de la capital, ubicado muy cerca de la plaza Italia, en Barrios Altos. Walde, en sus 25 años de trabajo como arqueólogo, investigó nuestra historia desde las primeras manifestaciones culturales hasta los monumentos virreinales y republicanos. Por eso, Luis Martín Bogdanovich, gerente de ProLima, lo define así: “Héctor era de esos espíritus buenos y generosos. Siempre con una sonrisa en la cara y el ánimo de cooperar con todos. Era un enamorado dedicado a su oficio. Hoy esa enseñanza guía nuestros proyectos y es parte de nuestra doctrina. Gracias por todo, Héctor”.