Salvando al picaflor maravilloso de los Andes
Ave endémica de los bosques de nubes del valle del Utcubamba, en el departamento de Amazonas, el picaflor maravilloso cola de espátula, Loddigesia mirabilis, hace una milagrosa reaparición.
Por: Marco Zileri
Despunta el alba en el bosque de Huembo. A lo lejos se alza formidable la cordillera de Utcubamba. Dos cataratas se desprenden de las alturas. La ley de la gravedad en su máximo esplendor. Gotas de agua en las hojas de la foresta circundante magnifican los primeros rayos de Sol. Zumba la inquietud.
El bosque de Huembo, en la provincia de Bongará, departamento de Amazonas, es un paraje extraordinario para el avistamiento de aves. El máximo atractivo de aquel bosque de nubes es el picaflor maravilloso cola de espátula, Loddigesia mirabilis para la ciencia. Los ojos del viajero escrutan la foresta.
El bosque se descuelga por una ladera empinada. La vegetación es alta y cerrada, pero la pendiente ofrece al pajarero un ángulo privilegiado para detectar el desplazamiento de las aves por el territorio. ¡Rayos! Esas cataratas parecen de película.
El biólogo Constantino Aucca y el ave a la que ha protegido de la depredación de los bosques. Foto: Mongabay
Entre las hojas, un destello nervioso. La silueta de un picaflor se dibuja entre la hojarasca. Tiene el pecho verde fosforescente. Las alas rotan a velocidad de vértigo. El ave se desplaza entre las flores como un rotor aéreo. Desafía la ley de la gravedad.
“Un colibrí de frente brillante”, musita Constantino Aucca, los ojos sumergidos en los cuencos de los prismáticos. Una avecilla magnífica. Su nombre científico, Heliodoxa leadbeateri. El colibrí sumerge su largo pico en las flores con precisión odontológica. Detente.
“¡Ahí está!”, exhala Aucca.
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Dos plumas diminutas danzan en el aire y delatan al picaflor maravilloso. Mide el macho solo tres centímetros, pero tiene dos larguísimas “raquetas” que son cinco veces la extensión de su cuerpo. Con una pluma perfecta al final de ambas traza su vuelo. La avecilla tiene la cresta azul y la garganta verde iridiscente, el Ave endémica de los bosques de nubes del valle del Utcubamba, en el departamento de Amazonas, el picaflor maravilloso cola de espátula, Loddigesia mirabilis, hace una milagrosa reaparición. pecho azul con una línea negra hasta el vientre. La maravillosa cola baila con su propio pañuelo con plena autonomía.
Los ornitólogos Richard L. Susi y Frank B. Gill describieron la morfología del ave, con la que logra tan espectacular despliegue plumífero, en la revista The Auk de la Unión de Ornitología Americana, en 2009. El picaflor tiene un trino corto y agudo semejante al de castañuelas. Su succión es hipnótica. “El efecto aerodinámico al volar en retroceso durante el cortejo”, mereció un párrafo aparte en el informe.
El bosque de Huembo, en el nororiente del Perú, es parte del PER 84, una de las 474 áreas ecológicas críticas en los Andes Tropicales –desde Venezuela hasta Tierra del Fuego– identificadas por el Fondo de Alianzas para Ecosistemas Críticos (CEPF, por sus siglas en inglés). Solo en el Perú se registraron 116 áreas. En conjunto son 158 millones de hectáreas en la línea de fuego o tres veces el tamaño de España.
Paisaje del Bosque de Huembo. Foto: Marco Zileri
La identificación del medio millar de hotspots o “zonas calientes” de mayor biodiversidad en el continente es un trabajo conjunto de la Agencia Francesa de Desarrollo, Conservación Internacional, la Unión Europea, el Fondo para el Medio Ambiente Mundial, el gobierno de Japón y el Banco Mundial.
La mayoría de las PER aún no cuenta con protección alguna del Estado. EL CEPF intenta proteger los últimos reductos de biodiversidad en el planeta a través del empoderamiento dela población local.
Es el caso del bosquecillo de Huembo, apenas 37 hectáreas cedidas bajo el régimen de servidumbre ecológica por la comunidad de San Lucas de Pomacochas, administrado por la Asociación Ecosistemas Andinos (ECOAN) en alianza con American Bird Conservancy.
Los protectores
“El bosque había sido depredado para abrir campo a la agricultura y la ganadería”, describe Aucca. El propietario del predio era Santos Montenegro, que como su nombre sugiere, resultó providencial. Montenegro y Aucca restauraron el ecosistema sembrando árboles, matorrales y hasta orquídeas de especies nativas propias del bosque húmedo montano tropical de los Andes. Una fértil década más tarde los resultados estaban ante la vista de nuestros prismáticos.
“Si sabes de qué plantas se alimentan las aves, sabes qué sembrar”, susurra Aucca, biólogo cusqueño, fundador de la ONG Ecosistemas Andinos (ECOAN). “Creamos las condiciones, pusimos el teatro”, relata.
El picaflor maravilloso cola de espátula es un ave sibarita: se alimenta del néctar de medio centenar de flores. Es endémica de los bosques de nubes del valle del Utcubamba y está en peligro de extinción.
Nido del picaflor maravilloso cola de espátula. Foto: Marco Zileri
Emplazado sobre un mirador natural en Huembo, se ha instalado un estratégico parador turístico –ocho habitaciones, wifi y uncomedor de buena sazón– frecuentado por ornitólogos de todo el mundo interesados en romper sus récords de avistamiento de aves. Los aficionados a la ornitología son gente que suele ser apacible, seria y silenciosa.
A su vez, como parte del programa de sensibilización a la población local sobre la naturaleza, ECOAN organiza excursiones al bosque con alumnos de las escuelas de los caseríos circundantes.
Los guías enseñan a los niños a usar los prismáticos y los adiestran en el arte de caminar por la jungla en silencio. Una tarea imposible, naturalmente, pero se siembra la semilla.
Aucca ha contribuido a restaurar más de 300.000 hectáreas de bosques altoandinos ypreservado ecosistemas singulares y fauna única como en Huembo, en las últimas dos décadas, desde el Cusco hasta Colombia, Ecuador, Bolivia, Chile y Argentina, en alianza con GlobalForest Generation, Conservación Internacional, American Bird Conservancy y Wetlands International.
En su insólito peregrinaje, Aucca ha forjado alianzas con comunidades campesinas andinas, con quienes organiza anualmente jornadas masivas de reforestación y capacitaciones sobre manejo sostenible de los recursos naturales. En total, ha contribuido a sembrar 6 millones de árboles en los Andes. Y en ese afán, ha salvado de la extinción certera al diminuto picaflor maravilloso cola de espátula.