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Walther Lozada, la armonía de una vida

Partió cuando Armonía 10, la orquesta de cumbia que dirigía y una de las más queridas del país, cumplía 50 años. Walther Lozada fue el forjador del éxito de esa empresa. Este es un breve repaso por su vida.

Walther Lozada, la armonía de una vida. Foto: Facebook Walther Lozada.
Walther Lozada, la armonía de una vida. Foto: Facebook Walther Lozada.

El artífice de Armonía 10, Walther Arturo Lozada Floriano, murió un día después de su cumpleaños. Se fue escuchando “El cervecero” y “Siempre pierdo en el amor”, temas que forman parte del cancionero tropical de nuestro país. Se fue esperando un trasplante de hígado para derrotar a la cirrosis hepática que lo aquejaba. Cerró los ojos para siempre la tarde del 25 de julio, tranquilo, creyendo que su orquesta quedaba en buenas manos.

Lozada Floriano sabía lo que se le venía. En su lecho de muerte, pidió a su familia que sus restos fueran trasladados de Lima hasta Piura en el bus de la orquesta y enterrados en el cementerio Jardines Celestiales, pese a que sus hijos anhelaban llevarlo a un mejor camposanto. El piurano también se aseguró de dejar canciones para que Armonía 10 “siga vigente unos 100 años más” -según el cantante Carlos Carmona-, y se encargó de preparar a los herederos de la orquesta: su sobrino Leandro Lozada y su nieto Mathias Lozada.

Era más que un empresario. Decía que comprendía el cansancio que sentían los músicos cuando estaban parados sobre un escenario de cinco a seis horas, pues experimentó lo mismo en su etapa de tecladista, en la agrupación fundada hace cincuenta años por Juan de Dios Lozada Naquiche, su padre. También se jactaba de haber otorgado a la cumbia peruana grandes voces como Percy Chapoñay, César Saavedra, Carlos Soraluz, Tony Rosado y Makuko Gallardo, el cantante al que más admiró.

Según sus allegados, Walther Lozada fue un padre preocupado; un excelente líder que, con su sola presencia en el escenario, transmitía seguridad a los cantantes de la ‘Primerísima’; y un visionario que intuía qué canciones se convertirían en éxitos radiales. Pero la verdadera habilidad que Walther le agradeció a Dios, fue su capacidad para encontrar el timbre exacto para cada canción. “Sabía explotar el don de los cantantes”, recuerda Carmona.

Lozada, amante del mondonguito al estilo norteño, no fue un director de escritorio. Acompañaba a sus músicos a las giras nacionales e internacionales y observaba con atención la reacción del público ante los primeros acordes de un nuevo tema. Fue así que aprendió a identificar qué canciones se tenía que tocar en los diversos escenarios.

Dejarlo todo

Armonía 10 siempre fue un desafío. En un par de ocasiones, Lozada quiso abandonarla. La primera vez fue en la difícil década de los noventa, cuando fracasaron con su disco Pacto de amor. Aquella vez, el piurano les dio carta libre a sus músicos para que migraran a otra orquesta. Sin embargo, ellos lo convencieron de grabar una última producción y así nació A que volviste mujer (1992), disco que fue un éxito en el norte del país y en Lima. Ese mismo año, entró a la orquesta Luis ‘Gato’ Bazán. “Si él no hubiera sido el director de esa empresa familiar, Armonía 10 no hubiese alcanzado el nivel que hoy tiene”, afirma el presentador que acompañó diez años al conjunto de cumbia.

La última vez que amenazó con cerrar su orquesta fue hace un año, cuando exigió al gobierno la reactivación del rubro del entretenimiento. Esa especie de SOS fue de gran ayuda para todos los artistas y por eso se terminó de ganar el respeto de las otras agrupaciones y de los promotores musicales, quienes no dudaron en pedir que se declare en duelo nacional a la cumbia peruana tras su partida.

Después de la cuarentena por covid, Walther Lozada anhelaba que Armonía 10 volviera a los grandes escenarios para celebrar sus 50 años de existencia, pero el logro fue mayor. Gracias a futbolistas como Christian Cueva, su canción “El cervecero” se convirtió en un segundo himno nacional. Ese fue su mejor regalo. Así partió hacia la eternidad.

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