Alberto Vergara: “La paternidad ha sido doblemente removedora en estos años”
El conocido politólogo ha debutado como autor de cuentos para niños con un relato sobre la amistad entre una gaviota y un pelícano. Este es un repaso por los inicios de su carrera, sus maestros, sus reflexiones sobre la paternidad, la música y la inevitable actualidad política.

Alberto Vergara acaba de compartirme una foto por WhatsApp. En la imagen abraza a su hijo Octavio, mientras miran atentos el vuelo de una gaviota que pasa por el malecón de Ciudad de Panamá. Es algo que se repitió con frecuencia durante los meses de cuarentena obligada en 2020. Cuando dejaba de escribir los ensayos y artículos con los que interpreta nuestra actualidad política y genera debate en el Perú, el politólogo escapaba a la habitación de Octavio para perderse por unos instantes en el vuelo de esas aves que viajan de norte a sur.
Un día, en el piso 22 del edificio en el que viven, a padre e hijo se les ocurrió una pregunta: ¿qué pasaría si una de esas gaviotas tuviera miedo de volar tan alto? Así nació Otta, la protagonista del cuento ilustrado que Vergara acaba de publicar y que está adornado por los colores rojos, azules y amarillos de la artista Andrea Lértora. Es curioso, Vergara, un científico social que estudia la agobiante polarización que existe en el país y la urgencia de llegar a acuerdos, aunque sea dentro del disenso, ha escrito un cuento que habla de amistad y colaboración. Es una paradoja.
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Alberto Vergara: “La paternidad ha sido doblemente removedora en estos años”
La contratapa de tu último libro dice “Alberto Vergara se gana la vida como politólogo, pero se pasa la vida inventando historias para su hijo Octavio”. ¿El dato es correcto?
El dato es estrictamente correcto, sí. Todo el tiempo inventamos historias o nos apropiamos de personajes que aparecen en dibujos o en algún libro, y hacemos que se encuentren. Y eso a mi hijo le fascina. Y las historias, bueno, algunas son muy malas, y otras tienen algún atractivo que hace que mi hijo vuelva a pedirlas. Y, entonces, hay algunas que se van quedando. Y esta que he convertido en libro es una de las que a él le gustaba: esta historia de una gaviota y de un pelícano. La anoté primero y luego creció un poquito y luego tenía más forma y luego dije: “Bueno, la escribiré en serio”. Es un cuento que contábamos con él y que en algún momento poníamos en escena.
¿Ah, sí? ¿Tú actuabas de gaviota y él de pelícano?
Claro, yo de gaviota y el de pelícano. Porque hay un momento en que los personajes se chocan, cuando se encuentran por azar. Y eso lo poníamos en escena y con los diálogos que luego se convirtieron en parte del cuento.
Alberto, a ti te ha ocurrido una circunstancia especial, que, en poco tiempo, has publicado un libro que tiene que ver con tu hijo y, también has ayudado a lanzar el libro de tu papá.
Sí. Es como tener un momento en el cual tienes la experiencia de la paternidad por los dos lados. He tenido en los últimos tres años el descubrimiento de la paternidad, con Octavio. Pero también hubo una tragedia: mi papá tuvo un infarto cerebral que lo ha dejado con muchas dificultades para comunicarse. Y en un momento, en su casa, estábamos con Amelia, su esposa, él me trajo un anillado, que yo, cuando lo vi, intuí qué era. Y era el manuscrito del libro que él escribió en la segunda mitad de los 90. Y mi papá siempre tuvo la esperanza de encontrar un año sabático para chambear ese manuscrito y publicarlo. Es su reflexión sobre el Perú, sobre la descentralización, las ciudades, en fin. Y, entonces, fue muy fuerte que él me preguntara qué podíamos hacer, en esta nueva condición en la que él estaba, con ese manuscrito. Y nada, lo agarré, lo hice tipear, había que buscar y terminar la bibliografía. Fue emocionalmente fuerte, mucho amor y mucho dolor.
Fuiste el editor del libro de tu padre.
Exacto. Y hubo que cumplir con su deseo de verlo listo. Los amigos del IEP de manera generosa publicaron el libro, que se llama Cuando la voluntad general se equivoca. Así que, nada, es eso. Ha sido doblemente removedora la cuestión de la paternidad en estos últimos años.
En la dedicatoria de tu libro Ni amnésicos ni irracionales defines a tu padre de esta manera: “Marxista de derecha. Único”. ¿Cómo te definirías tú como padre?
No tengo idea la verdad. Supongo que le corresponderá a mi hijo, cuando sea más grande, pensar en eso. Por el momento, soy un padre abocado a procurar que sea feliz, en todo lo posible.
La idea que tenemos de la paternidad está asociada a los maestros que hemos tenido a lo largo de la vida. ¿Cuánto han influido tus maestros, en el colegio, en la universidad, en el rol de padre que tienes ahora?
Es que maestro es una palabra que tiene varias connotaciones. Tienes la idea del maestro como alguien, en el sentido tradicional, que es cercano, que conoces, que comparte mucho tiempo y que te va formando. Eso, me da la impresión, que no he tenido, en el sentido de ser discípulo de alguien. Entre otras cosas porque yo estudié derecho. Era alguien que estudiaba derecho sin entender bien por qué y para qué estaba ahí, estaba claramente perdido en la Facultad de Derecho. Y, aunque era un curioso que llevaba cursos en distintas facultades de la universidad, en ninguna llegaba a hacer una relación de cercanía porque no era estudiante de esos departamentos. Muchos de mis colegas han trabajado de manera cercana con Julio Cotler, con Romeo Grompone u otros, yo no tuve esa vía porque no formaba parte del mundo de las ciencias sociales para nada.
Hablas con desdén del derecho, ¿no te ha dejado nada?
Yo creo que me ha dejado la prueba de que con voluntad se pueden hacer las cosas que a uno no le gustan. Para mí, acabar derecho fue un ejercicio de disciplina, porque algo había que acabar. Ya había hueveado demasiado tiempo en la vida. Pero, volviendo a tu pregunta de los maestros, lo más cercano a eso fue mi relación con Constantino Carvallo, que fue mi profesor en el colegio (Los Reyes Rojos) y que sí influyó mucho en mi forma de ver un montón de cosas. Pero yo diría no de manera pedagógica y docente, sino más como una actitud. Una actitud de desdén por la cosa social, por la limeñidad …
Claro, tú dices que lo valioso de Constantino, y te estoy citando, era su capacidad de desahuevar a los chicos, de sacarlos de su ensimismamiento.
(Sonríe) Totalmente, de decirte: “Sí, tus papás la cagaron y no sé qué, pero tú eres un sujeto con voluntad y vamos a caminar”. Eso en el ambiente más pedagógico. Pero en el ambiente más como político, creo que Constantino no tenía nada que ver con el mundo de la derecha peruana y de la izquierda peruana. Era un personaje con un perfil mucho más helénico, bien ateniense, y con muchas cosas del cristianismo. Un hombre abocado a su propia reflexión, a su colegio, a sus hijos. Y también había ahí una humildad, ¿sabes? En el sentido de que hoy veo en la academia cómo estamos matándonos por publicar en los mejores journals y en las mejores revistas, y en las mejores editoriales, y hay esta competencia de rankings. Pero todos los ensayos que Constantino publicó, que son hermosos y profundos, están en revistas de colegios, de sindicatos, no era alguien que estaba en el negocio de la vanidad.
No quería aparecer en la encuesta del poder de Ipsos.
No, de ninguna manera, por supuesto.
¿Compartiste gustos musicales con Constantino?
Sí, muchos. Cuando yo llegué al colegio, me acuerdo perfectamente que nuestra primera conexión fue que él descubrió que a mí me gustaba Velvet Underground. Y a partir de ahí, claro, compartíamos mucha música. Yo debo tener aún decenas de casetes grabados que copié de discos de Constantino.
¿Con él descubriste a Bob Dylan?
No, ya lo conocía, pero es cierto que era raro, Constantino podía hablar de Dylan y podía explicar su importancia. Pero, en realidad, yo creo que mi descubrimiento de Dylan tiene más que ver con el momento en que fui aprendiendo inglés.
Ahora, tú has dicho que las letras de Bob Dylan te ayudan a pensar. ¿Cómo funciona eso?
Bueno, como funciona la poesía, ¿no? En el sentido de que no te da mensajes perfectamente cerrados. Te da como destellos, fragmentos, imágenes, que te hacen pensar en un montón de cosas, y que de ahí van surgiendo algunas ideas. O sea, creo que te ayuda a pensar en varios ámbitos, desde procesar cuestiones personales hasta encontrar imágenes que te permiten capturar algo sobre la política o la sociedad. Pero sobre todo creo que te conecta con una forma de razonar que no es la del razonamiento argumental.
Más allá de las ideas, cuando tú escribes, ¿te interesa la estética, la sonoridad?
Sí, completamente. Intento que el texto esté relativamente bien escrito.
Es un caso particular, no sé si muchos de tus colegas científicos sociales hacen lo mismo.
Tal vez, no lo sé. A mí me gusta que esté bien escrito, que tenga un buen título. A veces pienso que los artículos deben funcionar como una canción.
¿Ah, sí?
Claro, en el sentido de que haya un estribillo que se pueda tararear. Mira, siempre pienso en Miles Davis. En su autobiografía, habla de la música de Charlie Parker, con quien tocó y fue su amigo, aunque era menor que él. Pero Miles encontraba que Parker era un músico para músicos, un megavirtuoso. Y Miles decía: “Cuando yo empecé a hacer mis propios discos, quería mantener eso, el virtuosismo de Charlie, pero también quería que cuando la gente se fuera del bar se pudiera ir tarareando una tonada”. Y a mí me parece que el ensayo como género debe ser eso. Es mantener el virtuosismo de Charlie Parker, pero procurar que haya una tonada que el lector no profesional pueda comprender, repetir, disfrutar también.
Recuerdo una crónica tuya sobre un concierto de Bob Dylan en Bruselas en la que decías que, con el tiempo, para sus oyentes, sus temas se volvían referentes personales. Si esto es así, ¿qué tema de su discografía describe un poco lo que estás viviendo como padre?
Creo que más que alguna canción o alguna línea, a mí me ha encantado, el nuevo disco que sacó el año pasado. Es de los mejores de su carrera, y es curioso, porque es un disco de alguien que está de salida. Es como una…
…despedida.
En alguna canción, él dice: “Aquí estoy, al norte del purgatorio, y a un paso, one step from the great beyond, a un paso del más allá”. Entonces, yo diría que lo que me ha llamado la atención es este mundo en el cual un tótem mayor de mi propia vida se está retirando, y al mismo momento ves que está creciendo la vida. La de tu hijo, que va ahí, apareciendo. Son dos extremos.
Quiero volver a tus recuerdos de la Facultad de Derecho. Uno de tus maestros fue Valentín Paniagua. ¿Llegó a ser tu amigo?
No, no diría que fue mi amigo, me parecería un abuso. Pero sí nos conocimos, me acuerdo que lo ayudé a organizar el libro que estaba preparando sobre constituciones en el Perú. Recuerdo que me dio una caja llena de capítulos mecanografiados, que tenían muchas repeticiones, y que yo leí y ordené. Para ese mismo proyecto hice varios resúmenes de libros, como el de Paul Gootenberg: Imaginar el desarrollo; estamos hablando del año 98, 99. Y luego fue muy generoso conmigo cuando nos veíamos. Él quería que me meta a hacer política.
¿En su partido?
En Acción Popular, claro. Me acuerdo que me dijo: “Vergara, usted tiene que ayudar a reflotar Acción Popular”.
O sea que pudiste ser correligionario de la actual presidenta del Congreso.
(Se ríe) Imagínate. Y yo decía: “no pues, doctor Paniagua, yo quiero dedicarme a la academia”. Y luego me fui a estudiar al extranjero, y cuando volvía nos encontrábamos en su estudio y allí me decía: “Sí, pues, usted no asumió su responsabilidad, le gusta hablar de política, pero nada más. No asume hacer política”. Siempre se acordaba que le había rechazado entrar a Acción Popular.
Hablemos de fútbol. ¿Te enganchaste tarde con la selección de Ricardo Gareca que clasificó a Rusia o fuiste un fiel seguidor desde el inicio?
No, no, fui un vulgar oportunista. Como en eliminatorias pasadas, pensaba que no íbamos a ir al Mundial. Y no solo eso, sino que, en mi pesimismo, yo creía que lo realmente peruano iba a ser llegar un día al repechaje y perderlo. Lo acepto, llegué tarde a la emoción.
¿Cuándo fue que te enganchaste con la selección de Gareca?
Lo he escrito en algún momento. Fue en el partido con Uruguay en Lima. Mi amigo David Rivera me llamó y me dijo: “Oye, estoy acá en el Juanito, tengo una mesa frente a la tele, vente a ver el partido”. Y yo dije: “David, vamos a perder, qué importa”. Pero terminé yendo y, claro, el gol de Guerrero, en uno contra uno con Godín, es el gol que me reenganchó con la selección.
Tú has escrito que el Perú es como el fútbol peruano. ¿Realmente lo crees? Porque el mediocampo del cuadro de Gareca es pura colaboración. Hay coincidencias, hay generosidad. En nuestra política todo es polarización, todos se están lanzando cosas.
Lo que pasa es que ese texto es del 2009, creo.
Es verdad.
Ese texto es un artículo, un ensayito que aparece en el 2009, en el que yo trataba de argumentar algo en el momento del gran optimismo, del boom económico. Creo que Hugo Santa María había escrito en Poder una columna diciendo que el Perú era muy distinto del fútbol peruano. Él decía que en el Perú las cosas estaban saliendo muy bien y, en cambio, en el fútbol las cosas estaban muy mal. Y, entonces, yo respondí diciendo “lamento discrepar”, porque el Perú sí es como el fútbol peruano. Tenemos clubes que están todos llenos de corrupción, donde la plata del club pasa por los dirigentes, donde los jugadores son mantenidos en un sistema informal. Y que todo eso ocurría más allá de las estadísticas macroeconómicas que, ya sabes, en esa época eran el gran indicador del progreso.
En la época de García.
Sí, y creo que eso se mantiene hoy. El Perú es como el fútbol peruano, aunque la excelente selección de Gareca opaca esa realidad.
Hablemos de tu trabajo. Te llaman el politólogo más influyente del país. ¿Ese calificativo te molesta?
Es el tipo de frases que los periodistas producen.
Mea culpa.
Son frases que no sirven de mucho, la verdad. Pero es que los periodistas siempre tratan de venderte un evento ordinario como si fuera extraordinario. Así se venden los periódicos. Pero, más allá de eso, es incorrecto. Yo no soy el más nada del Perú. Entrar a pensar en rankings, y en quién es mejor y quién es peor, realmente no sirve para nada más que para crear recelos y mal humor. Y si algún científico político me parece admirable, son los de las nuevas generaciones. Hay muchas personas que ahora están haciendo sus doctorados en las mejores universidades del mundo y que se formaron en el Perú como politólogos. Por ejemplo, Madai Urteaga en Harvard, Viviana Baraybar en Oxford, Yamilé Guibert en Cornell. O sea, universidades Ivy League, a las que nadie de las generaciones previas de politólogos accedió. Es como que ellas sí juegan la Champions. Ellas son la politólogas más importantes del país, sin duda.
¿Eres antifujimorista?
Soy antifujimorista, en tanto me parece el destilado natural de un demócrata en el Perú. Es decir, si tú eres un demócrata en el Perú, alguien con consideraciones por las libertades, por el estado de derecho, sabes que el fujimorismo en los últimos 30 años ha sido un serial killer de instituciones. Y, por lo tanto, eso te convierte en alguien opuesto al fujimorismo. Pero no solo en antifujimorista. Y, al margen de lo que piense yo, sí me han acusado o elogiado por antifujimorista. La gente me percibe así. Pero es una etiqueta que nunca me gustó. De hecho, me acuerdo, que en un Hay Festival en Arequipa conversamos con Jerónimo Pimentel exactamente sobre eso. Yo le dije: “A mí no me gusta esa etiqueta. Mi rechazo al fujimorismo está fundado en los mismos valores que probablemente me harían en México ser oposición a AMLO, o en Brasil a Bolsonaro”. Y no puedo disminuirlos al convertirlos en algo que parece que fuera una simple ojeriza a un partido, a una familia, o a una persona. Lamentablemente, creo que lo que hemos visto en estos 9 meses del gobierno de Castillo es que muchos antifujimoristas no tenían esas convicciones democráticas.
¿Te refieres al antifujimorismo que está encarnado en la izquierda?
Sí, esencialmente. Es decir, yo creía que al menos los liderazgos políticos y sociales del antifujimorismo debían compartir esa preocupación y consideración democrática; que eran férreos antifujimoristas, pero también férreos demócratas. Y creo que eso se ha desvanecido. En estos 9 meses hemos encontrado 20 mil dólares en cash, en billetes, en Palacio de Gobierno, en la oficina de al lado del presidente Castillo y no pasó nada, entre tantas otras cosas graves. No hubo un intento de organizar nada, ni cacerolazo, ni manifestación, ni nada. De hecho, botaron de una patada a Avelino Guillén, que tal vez es el personaje más icónico del antifujimorismo, y tampoco lo defendieron, ¿no?
¿Se puede ser antifujimorista desde la derecha?
Yo creo que sí. Ha habido mucha gente de derecha que se ha opuesto al fujimorismo durante mucho tiempo. El antifujimorismo no es algo de izquierda, porque la prueba es que en el Perú no hay 50% de votos para las izquierdas. Y Keiko Fujimori pierde las últimas tres elecciones con más de la mitad del país en contra. Insisto: más de la mitad del país no es de izquierda.
En tu último llamado a la sensatez y en contra de la polarización pides que, tanto la izquierda que se ha vuelto oficialista, como la derecha que aupó a Keiko Fujimori en la segunda vuelta, y los medios, pidan disculpas. ¿En serio crees que eso es posible? ¿En este caso no le ganan los buenos deseos a la lectura política?
Lo más probable es que esté pidiéndole peras al olmo. Pero sí creo que ese proceso tendrá que llegar en algún momento, si queremos salir de este atolladero. O sea, cuando tú has salido a decir que Keiko Fujimori es la encarnación de la libertad, ¿qué te queda como legitimidad para hablarle al Perú? Y cuando has dicho que el gabinete de Castillo, con prontuariados, con solo dos mujeres, es un éxito porque por primera vez está la diversidad en Palacio de Gobierno, como hizo Verónika Mendoza, lo que has hecho es dinamitar tu credibilidad. Entonces, yo sí creo que para tratar de recomponer esto necesitas una situación en la que más explícitamente o menos explícitamente los actores reconozcan que esto lo hemos construido todos, de a pocos. Y tratar de, por lo tanto, hacer algunas reformas que podrían acabar con este momento insensato.
Una mesa sobre el desacuerdo.
Ojalá que esa mesa por la cordura pudiera generar pactos incluyentes y sustantivos. Pero yo creo que en este momento más urgente es frenar la acción demoledora del gobierno.
Pregunta final. En 2011, en una entrevista para Quehacer dijiste: “Los liberales somos gente de derecha a la que le gustaría ser gente de izquierda”. ¿Todavía piensas así?
Creo que es una respuesta que tenía que ver con otra época, que responde a un clima que desapareció. Ya ni sé por qué habré dicho eso, la verdad. Quisiera poder acordarme. Seguramente hubo un razonamiento detrás de esa frase y que hoy se me ha olvidado.












