La ruta de los desesperados
La peligrosa ruta que siguen los inmigrantes centroamericanos para llegar a los Estados Unidos forma parte de un ensayo fotográfico trabajado por el reportero Milko Torres.

Texto y fotos: Milko Torres
Ruth tenía miedo de ser violada. Mientras avanzaba en su camino de Honduras hasta los Estados Unidos, ese era el temor que más la asaltaba. Por eso se había inyectado una ampolla anticonceptiva antes de iniciar su recorrido. Es algo que había acordado con su pareja. Si alguien los atacaba, ninguno pondría resistencia. Ella para seguir, él para no ser asesinado por alguna de las pandillas que asalta a los inmigrantes centroamericanos que quieren cruzar México para llegar a los Estados Unidos.
Los conocí en Arriaga, un pueblo pequeño del estado mexicano de Chiapas. Arriaga es el lugar a donde llega la mayoría de migrantes guatemaltecos, salvadoreños y hondureños para subir de manera clandestina al tren de carga conocido como “La Bestia”, que cruza México y llega hasta la frontera con Estados Unidos.
Otro relato común entre los migrantes es el miedo de perder el número de algún familiar en su país. Ese dato puede ser su boleto de salida ante la posibilidad de que sean secuestrados por mafias de extorsionadores que toman contacto con sus parientes. Son grupos de maleantes que vienen de Centroamérica y abusan de los desesperados.
Las mafias de secuestradores y los pandilleros no son la única amenaza para estos viajeros ilegales, también está la heroína, que ha atrapado en la adicción a los que esperan cruzar la frontera y a los que fueron deportados. Son personas que han perdido interés en volver a sus países y gastan los pocos pesos que tienen en drogas.
En muchos casos, no solo hay adultos entre los inmigrantes, también hay niños que deciden escapar de sus casas. En Arriaga también conocí a unos jóvenes de Guatemala que bordeaban los doce y trece años de edad. Compartieron conmigo lo único que tenían para comer: unas frutas silvestres que recogieron en el camino.
Documento fotográfico
Mi primer viaje por Centroamérica empezó en Costa Rica.
Desde allí crucé a Nicaragua y empecé un recorrido por Honduras, El Salvador, Guatemala y Belice. Eso fue el 2014. Vi cómo los inmigrantes se preparaban para enfrentar el desafío de cruzar el enorme territorio mexicano. Fue la primera parte de un trabajo más amplio.
El 2019 completé el recorrido al viajar a Tijuana, México. De esa ciudad viajé hacia el sur, para ser testigo del camino que siguen los viajeros, hasta llegar a Chiapas.
Allí conocí a Enrique, un muchacho nicaragüense, que viajaba a Ciudad Juárez para alcanzar a su hermano menor, que había perdido parte de la pierna en un accidente sobre “La Bestia”. No estaba en sus planes, pero había aceptado ayudar a su hermano a cruzar el llamado Río Bravo. Historias como esas ocurren todos los días en la frontera norte de México.














