Hogares que sanan heridas
Gracias al Banco de Familias Acogedoras, niños víctimas de violencia o abandono son cobijados temporalmente en hogares que les ayudan a sanar sus heridas, mientras se dan las condiciones para que vuelvan a casa.

Una noche de abril de este año, Mario Neyra recibió la llamada de una trabajadora social del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP). ¿Podía hacerse cargo de unos niños esa misma noche?
La pregunta lo sorprendió.
Hacía semanas que él y su esposa, Mariane Vam Oort, estaban oficialmente registrados en el Banco de Familias Acogedoras, un programa del MIMP que les da un hogar temporal a los menores que deben salir de sus casas porque son víctimas de abandono o violencia. Pero tenían entendido que antes de acoger a un niño o niña habría un proceso de contacto, conocimiento y apego paulatino.
Este, sin embargo, era un caso especial. Una emergencia.
Mario lo habló rápidamente con Mariane y les dijo que sí, que los chicos podían venir.
“Rosita” (8) y “Angelito” (2) llegaron a las 10 de la noche.
Temerosos, cogidos de la mano, no se separaban el uno del otro. Tenían una historia terrible de golpizas y maltratos propinados por su madre. Mario y Mariane querían correr a abrazarlos, consolarlos a besos, pero se aguantaron las ganas: todavía era muy pronto.
Fue una noche complicada. A pesar de los abusos, los niños extrañaban a su madre. Mariane decidió llevárselos a dormir con ella y Mario se fue al cuarto que les habían preparado. Cansados, llorosos, se durmieron cerca de las 3 de la madrugada.
Mario recuerda cómo él y su esposa se movían con suavidad y evitaban los movimientos bruscos delante de los chicos.
–Solo levantar la mano para decirles “hola” podía ser para ellos una amenaza de golpe– dice. –Ahí te das cuenta cómo el maltrato físico y psicológico deja heridas marcadas en ellos.
Los primeros días, “Angelito” se despertaba por las noches. Por alguna razón le tenía mucho miedo al agua y el solo acto de empezar a quitarle la ropa para bañarlo le provocaba crisis incontenibles de llanto.
Con el tiempo, él y su hermana se fueron acostumbrando a las atenciones de sus “tíos”. Dos o tres veces a la semana, Mario se escapaba de su oficina para almorzar con ellos y llevarlos a jugar al parque. Los fines de semana, todos se iban de paseo a la playa o a un club campestre. Los niños se acostumbraron a cantar a todo pulmón en el carro, liderados por Mario Bruno, el hijo adolescente de Mario y Mariane, un chico con síndrome de Down, de gran corazón y hermosa sonrisa.
Un día a Mario y Mariane los llamaron del MIMP para avisarles que, aunque los niños no regresarían con su madre porque no estaban dadas las condiciones, habían ubicado a los papás –"Angelito" y “Rosita” eran hijos de dos relaciones distintas– y que ellos querían hacerse cargo de sus respectivos retoños.
Ellos ya lo esperaban. En el Banco de Familias Acogedoras habían sido preparados para cuando llegara ese momento.
Para los hermanitos, comenzó un proceso lento y paulatino de desapego de los “tíos” y de acercamiento y encariñamiento con los papás biológicos.
Un día de mayo, los chicos se fueron. Habían pasado cinco semanas protegidos y arropados por el calor de esta familia. No tuvieron que pasar ese tiempo en un centro de acogida residencial (CAR), una experiencia difícil, que para algunos menores puede ser hasta traumática.
En lugar de eso, mientras su familia de origen ordenaba sus problemas, ellos vivieron un tiempo de paz y armonía en el hogar de los Neyra – Vam Oort.
SE NECESITAN MÁS FAMILIAS
La de Mario y Mariane es una de las 33 familias peruanas registradas actualmente en el Banco de Familias Acogedoras.
De ellas, 28 están acogiendo en estos momentos a niños, niñas y adolescentes que han sido extraídos de sus hogares debido a que han sido víctimas de violencia física, psicológica o sexual, a que se encontraban en situación de calle o a que estaban bajo la tutela de familiares con problemas de adicciones o de salud mental no atendidos.
María del Carmen Santiago, directora de la Dirección de Niños, Niñas y Adolescentes del MIMP, dice que el número de familias acogedoras es pequeño si se toma en cuenta que hay 6,318 menores viviendo en los 242 CAR que existen en el país.
–Todos los niños que están en los CAR deberían estar, de preferencia, en su familia extensa o en una familia de acogida.
El Servicio de Acogimiento Familiar se creó, precisamente, en febrero del 2018, para que los chicos no terminen en los CAR, sino que vivan en entornos familiares, mientras las unidades de protección especial del MIMP trabajan con sus familias de origen para eliminar los factores de riesgo y desprotección.
Para que eso ocurra, se necesita, precisamente, que más ciudadanos se inscriban en el Banco de Familias Acogedoras.
María del Carmen Santiago dice que el Banco no discrimina a ningún tipo de familia.
–Puede ser una mujer soltera, un hombre soltero o una familia. No hay ningún tipo de familia que se vaya a excluir.
Luego de que un menor es recibido por una de estas familias, pueden pasar dos cosas.
Lo ideal –dice la funcionaria– es que las condiciones que impedían que viviera en su hogar de origen cambien. En ese caso, el niño vuelve con los suyos.
Pero si esas condiciones no cambian y si tampoco se le puede ubicar junto a su familia extensa (tíos, abuelos), el niño o niña es declarado por un juez en desprotección definitiva y puede ser dado en adopción.
¿La familia acogedora podría adoptarlo?, preguntamos.
–No necesariamente– dice Santiago–, pero sí puede tener una chance. Va a depender también de lo que quiere la familia.
UN VÍNCULO POR SIEMPRE
“Lalito” llegó al hogar de Lourdes y Antonio en mayo. La madre lo había dejado a cargo del padre y un día este lo dejó sin protección ni cuidado. Los vecinos avisaron a las autoridades y “Lalito” terminó en un CAR. Tenía dos años y medio y una condición médica compleja.
Antonio y Lourdes, abogados, ya tenían un bebé, pero sentían que debían hacer algo para ayudar a tantos niños que viven en situación de desamparo en las calles de Lima. Así que se inscribieron en el Banco de Familias Acogedoras.
Cuatro meses después de su llegada, “Lalito” corretea por el departamento lleno de energía, imitando el rugido de los dinosaurios y cantando la canción de los Paw Patrol. Por las mañanas va a un nido cercano. Por las tardes, sale al parque o se apodera del cuarto de juegos.
Dos o tres veces al mes, Lourdes y Antonio lo llevan a sus controles en el Hospital del Niño. Ella dice que desde el primer momento estuvo dispuesta a recibir a niños con problemas de salud complejos. Porque son los que necesitan más ayuda.
Ambos saben que en cualquier momento podrían avisarles que el padre o la madre de “Lalito” quieren hacerse cargo, otra vez, de su pequeño. Y saben que los especialistas del MIMP no permirtirían que vuelva a un hogar en el que sufrirá.
–Eso nos lo explican desde el primer momento y bien clarito –dice Lourdes. –Uno tiene que tener la apertura de mente para saber que los niños tienen derecho a estar en contacto con su familia biológica y en algún momento regresar con ellos.
Solo sueña con una cosa.
–Mi sueño es que nuestro vínculo con él nunca se disuelva. Que mañana más tarde, cuando sea un adulto y haga su vida, regrese donde nosotros y nos diga “ustedes fueron mi familia”. Para nosotros siempre va a ser nuestro niñito adonde vaya.















