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Historias de bandoleros

Bandoleros, abigeos y montoneros (La Siniestra Ensayos, 2019) es un libro que recopila investigaciones sobre esos personajes y busca explicar los orígenes de la violencia en el Perú.

1.	Estatua de Luis Pardo, histórico bandolero. Hubo muchos como él en el Perú.
1. Estatua de Luis Pardo, histórico bandolero. Hubo muchos como él en el Perú.

En los años previos a la Independencia del Perú, un bandolero de nombre Ignacio Rojas asolaba el norte chico peruano. Era un criollo chacarero, residente en Sayán, que cometía sus fechorías y causaba terror entre la población de Chancay con una banda que no llegaba a la media docena de hombres.

“Él y sus hombres habían conseguido atemorizar no solo a viajeros o hacendados sino incluso a chacareros y pequeños propietarios, a quienes obligaban a entregarles alimentos, darles protección y proporcionarles cuanto necesiten, exigiendo además rapidez y eficiencia en estos servicios”, se cuenta en el ensayo Bandidos de la costa, de Alberto Flores Galindo, que forma parte del libro.

El bandolero Rojas terminó sus días un 12 de noviembre de 1814, acorralado por un grupo de soldados que lo ubicó en los maizales de una hacienda. Habían ofrecido cien pesos de la época a quien lo delatara.

Según Flores Galindo, Rojas no era el típico ‘bandolero social’ que robaba a los ricos y ayudaba a los pobres. Sus víctimas no solo eran hacendados sino también ‘serranos’ e ‘indios’. Quizá por eso fue delatado por campesinos que, más que la recompensa, querían detener sus fechorías en contra de ellos.

Bandoleros, abigeos y montoneros, criminalidad y violencia en el Perú, siglos XVIII-XX contiene once ensayos de distintos autores que profundizan en estos movimientos. Es una reedición, corregida y aumentada, de la primera edición publicada en 1990 por los historiadores Carlos Aguirre y Charles Walker.

“Treinta años después, el debate sobre la violencia sigue abierto en el Perú. La información que uno ve en los medios, antes que la política, es sobre la inseguridad, la criminalidad. Con este libro damos pistas históricas acerca de estos temas”, comenta Walker. “¿Cuáles son los orígenes de la violencia en el Perú?”, se pregunta el libro. Y su contenido lo responde.

Aquí hay ensayos que van desde el bandolerismo presente en la costa, o en el Cusco, o en las primeras décadas de la República, hasta aquel que ejercían los esclavos cimarrones en el sur chico peruano; pasando por el abigeato y el testimonio de quienes cometían los delitos.

“Hay muchos personajes fascinantes en los trabajos que integran el libro. Sobre los bandoleros de la costa, el Estado decía que eran ladrones y punto, pero muchos de esos bandoleros estaban protegiendo a los esclavos cimarrones que se escapaban, y atacando a los grupos conservadores de la época. Ese bandolerismo tenía un contenido político”, dice Walker. Era así en algunos casos, pero no todos los grupos de bandoleros tenían ese modo de acción.

Uno de los personajes que estas historias recogen es el jefe bandolero Pedro León, que tuvo una carrera de cerca de diez años por los montes y caminos limeños. Formó una poderosa partida de salteadores de caminos y, después de burlar por años a la autoridad, fue traicionado y asesinado por un miembro de su banda, seducido por una recompensa de mil pesos que se ofrecía por él.

Este bandolero, León, ha sido mencionado en varias investigaciones. Se cuenta que en una oportunidad dos de sus hombres mataron a un indio y él personalmente se encargó de entregarlos a las autoridades.

¿Donde operaban los bandoleros? A juzgar por los registros judiciales y policiales: en todo el país. El abigeato, otro tipo de delito, es más de las zonas altoandinas. El bandolerismo, en ocasiones se unió a los movimientos rebeldes o a las luchas por la independencia –en ese caso los llamaban montoneros– o fue resultado de las duras condiciones económicas o sociales que enfrentaban los más desposeídos, lo que derivaba en la aparición de estas bandas.

Estos grupos tenían refugios en el monte, se ocultaban en palenques o también conseguían guaridas en las ciudades. Dependiendo de cuan grande era la banda, optaban por ocultarse en las afueras o en las ciudades.

“Los artículos de Bandoleros, abigeos y montoneros son trabajos serios. Tienen personajes y fenómenos muy interesantes. Son como las páginas policiales de un periódico: son el retrato de un momento fascinante sobre personajes y sectores soslayados por la historia. Es una buena lectura”, dice Charles Walker. El libro pone ahora esas historias, épicas o infames, en manos de todos.

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