Una amiga me decía hace un par de años: pero si tú estás contra el aborto, ¿por qué no vas a la marcha por la vida? Y, es verdad, soy totalmente contraria a la eliminación de un proyecto de vida humana, pero respeto a quienes piensan lo contrario y me esfuerzo por entender sus motivos. Por eso, esas marchas periódicas que convoca la gente que “defiende” la vida lo único que me provocan es rechazo. No solo porque siento que lo último que importa para esas personas es el ser humano, sino porque los católicos y evangélicos que participan tan "indignadamente" en ellas jamás se han pronunciado con la misma dureza contra algo igual de deleznable como el aborto: los abusos sexuales del clero. Y, sí, soy contraria al aborto. Sé que ocurre, pero también ocurren los asesinatos en defensa propia (es decir, no premeditados) y los comprendo, pero eso no es motivo para promoverlos. Sé que las mujeres más pobres corren más riesgos al abortar, pero también corre más riesgos una mujer pobre que una rica que mata a alguien que le estorba. Sé que la mujer es dueña de su cuerpo como es dueña de su casa, pero si alguien entra a mi casa contra mi voluntad, no es motivo para aniquilarlo. Sé que hay mucha gente contraria al aborto por motivos religiosos. Yo no soy una de ellas. Es más, creo que la Iglesia es la gran culpable de muchísimos abortos, porque, al prohibir el uso de anticonceptivos y otras formas de control natal, ha propiciado decisiones desesperadas de muchas mujeres que, de lo contrario, no se hubieran visto embarcadas en un embarazo no deseado. Lo sabe bien el Papa Francisco, quien en la carta apostólica «Misericordia et misera», hace año y medio, pidió a los sacerdotes absolver a quienes abortan. ¿Por qué soy contraria al aborto? Porque creo en una humanidad mejor, más civilizada, más sensible. Quiero creer que lo que nos distingue de las bestias es el respeto irrestricto por la vida y, sobre todo, por la vida más indefensa. ¿Y qué más indefenso que un recién concebido? Sí, también me planteo si ese cigoto es ya un ser humano, pero eso aún es parte de una larga discusión biológica y filosófica y, justamente por eso, cuando hay una duda, prefiero abstenerme de la posibilidad de matar a un ser humano por error. Más o menos como en el caso de la pena de muerte, a la cual también me opongo tajantemente. Si realmente nos preocuparan las mujeres para quienes un embarazo no deseado es una terrible complicación en sus vidas —argumento razonable, pero que colisiona con el derecho a la vida de otro ser humano—, estaríamos luchando no por el aborto libre, sino por mejorar los sistemas de adopción, por mecanismos eficaces de distribución de métodos anticonceptivos —incluida la píldora del día siguiente, por cierto— e incluso porque, en un futuro no lejano, la mitad de la humanidad se vea libre de la carga biológica de un embarazo. ¿Cómo? Investigando a profundidad las posibilidades de la concepción extrauterina, solución que muchos escritores (desde Aldous Huxley en Un mundo feliz) han vislumbrado. Aun así, apoyo la despenalización del aborto. Por la misma razón que la anterior: que normalmente quien recurre a él lo hace en un extremo desesperado. Pero tampoco creo que quienes enarbolan las banderas del aborto terapéutico o el aborto por violación sean transparentes. Creo que buscan una brecha para luego imponer el aborto libre y creo, también, que deberían transparentar esa intención, porque los debates deben darse con todas las cartas sobre la mesa y, cuando ese debate se dé —como debería darse: sin hipocresías—, yo estaré en el lado opuesto, porque no hay justificación para que quienes defendemos la vida por razones no teológicas, sino por humanismo y racionalidad, hayamos abandonado esa bandera en manos de curas fariseos y fundamentalistas religiosos a quienes lo último que les importa, repito, es el ser humano. Pero, vuelvo al principio, la indignación de los chupacirios de esa marcha contra las mujeres que abortan, tratándolas como muebles sin sentimientos ni derechos, jamás se ha enfocado en cosas igualmente terribles o peores: los niños abusados por el clero, específicamente por miembros del Sodalicio, en nuestro caso. Esa desproporción de "indignaciones" es lo que me lleva a pensar que protestan más por motivos sectarios e hipócritas —utilizando incluso a los propios niños e invadiendo los territorios de la educación laica— que por un auténtico respeto a la vida. Por eso, prometo que iré a la Marcha por la vida solo cuando, en los carteles, al lado de las fotos de bebés destrozados (horrible detalle que revela su siquis atrofiada), estén los rostros de aquellos niños indefensos a los que un sacerdote les destruyó la inocencia y la vida. (Una primera versión de este artículo se publicó en redes sociales en mayo de 2015)