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Cultural

Gisella Giurfa: “De niña me decían que me siente bonito y escogí un instrumento donde tienes que abrir las piernas”

La destacada percusionista y baterista peruana, radicada ahora en Estados Unidos, acaba de estrenar una colaboración con el violinista Ara Malikian, donde retoma la exploración al instrumento que la encaminó en la música: el cajón peruano.

Gisella Giurfa. A puertas de iniciar una gira con el cantautor argentino Diego Torres.
Gisella Giurfa. A puertas de iniciar una gira con el cantautor argentino Diego Torres.

El primer contacto de Gisella Giurfa con un instrumento de percusión fue a los siete años. Se trató de un cajón peruano, un regalo que luego se convertiría en la base para su carrera profesional. Su primer maestro, relata, fue la radio. Se sentaba al costado e intentaba imitar los sonidos que escuchaba. “Yo no quería ya ir al colegio, sino que me pongan en un no escolarizado y solo estudiar música, pero la condición era que debía terminarlo”, recuerda sobre el tener que alternar sus estudios en el conservatorio y la escuela a los trece años. Hoy desde Miami, ciudad a donde viajó para darle nuevos aires a su carrera musical, y alistándose para retomar una gira con el cantautor argentino Diego Torres, relata para La República sus inicios en la batería, los estereotipos que le tocó enfrentar en la música y de cómo buscó sus propias oportunidades para abrirse puertas en la industria musical peruana e internacional.

—¿Cómo nace tu conexión con la música y, en particular, con la percusión?

—Mis padres siempre estuvieron ligados a las artes en general. El sueño de mi papá era ser pianista y el de mi mamá, bailarina, pero eran de una generación donde no lo veían como una profesión. Entonces, ellos sí decidieron apoyarnos a mi hermano y a mí en lo que quisiéramos. A los siete años me regalaron un cajón peruano que fue mi primer acercamiento con un instrumento real. Ahí es cuando nace esa complicidad que hasta ahora tengo con el cajón, por más que soy baterista.

—Estudiaste en el conservatorio desde los trece años, ¿siempre estuvo la idea de ser músico profesional?

—Yo veía en los programas de la tele que invitaban a bandas y músicos. En ese momento las únicas percusionistas mujeres que veía eran María del Carmen Dongo o Leslie Patten y entendí que ellas tenían una carrera. Entonces, supe que si había gente mucho mayor dedicándose a esto es porque lo hicieron una profesión. Ahí es que con mi papá investigamos los lugares donde podía estudiar, dentro de los recursos económicos que teníamos. En el conservatorio yo pensé que ibas y aprendías a tocar todos los instrumentos, pero solo debías escoger uno. Resultó que en la categoría de percusión sí había más posibilidades y por mi relación con el cajón es que la escogí.

—Me contabas que tu mamá tocaba el cajón estando embarazada de ti, existe una conexión fuerte con este instrumento

—A diferencia de otros instrumentos de percusión, con el cajón yo vibro. Es como sentir lo que estoy tocando, pero en todo mi cuerpo. Si bien los instrumentos para los músicos son una extensión, el cajón, además, me lleva a la etapa de mi vida cuando vivía en un lugar humilde con muchas carencias económicas, pero tocarlo me hacía olvidar todo eso. Tengo un feeling muy especial porque me sacaba de ese ambiente y me metía en una burbuja.

—Existe con la batería un estereotipo de que es un instrumento rudo o “masculino”.

—Es un instrumento que requiere del físico. Esto no quiere decir que tienes que ser una persona fuerte, pero sí poder aguantar pruebas de sonido de tres horas o conciertos de cinco horas. Lamentablemente, los estereotipos siempre han ligado la resistencia física al sexo masculino y que las mujeres no podemos aguantar mucho, porque somos el “sexo débil”. Más allá de eso también está el tema de la postura. Desde niñas nos enseñan que la mujer siempre tiene que estar “bien sentada” y con las piernas juntas. A mí siempre me decían que me siente bonito y cierra las piernas y, claro, de pronto decidí escoger un instrumento, como el cajón, que por donde lo veas tienes que abrir las piernas. Quizá al inicio no me sentía muy cómoda y no porque no era feliz, sino porque la gente me miraba raro, solo por ser chica. O la clásica, que llegaba al ensayo y por ser la única mujer me preguntan si era la cantante o la corista. Hoy en día yo digo que sí, que soy la cantante, eso no me importa, pero en ese momento, cuando estás empezando, son comentarios que te afectan de alguna manera.

—Estuviste diez años en Japón y luego volviste a Perú en el 2015, ¿cómo afectó ese cambio de ambiente a tu carrera?

—Considero a Japón como mi segundo hogar, porque fue el lugar donde desarrollé mi carrera y me dio la mentalidad de que más vale la disciplina que el talento. Cuando regresé a Perú no conocía a nadie. No tenía un círculo social. Fue empezar de cero y a la semana me quería regresar. Me afectó llegar y no poder hacer nada. Pero volví porque no había tenido la oportunidad de tocar o mostrar mi arte en mi país, así que empecé a tocar puertas. Mi trabajo fue super militarizado. Investigué dónde tocaba la gente, cuáles eran los bares e iba y pagaba mis entradas y al final me acercaba a los músicos a presentarme. Eso hacía todos los días y poco a poco empecé a tener oportunidades.

—Fueron, por decir lo menos, puertas grandes en las que lograste hacerte paso

—Una de las primeras fue Mabela Martínez, en un proyecto ambicioso que estaba armando de una bigband de solo mujeres. En ese entonces no tenían una baterista que pudiera tocar de todo. Ahí contacté también con Guillermo Vallejo, que en ese entonces era el manager de Kanaku y el Tigre, que también estaban buscando baterista.

—Por esos años también tocaste con Gian Marco

—Sí, toqué por unas noches en Barranco, en Victoria Bar. Y en una de esas presentaciones estaba tocando Pedro Luis Pacora, que fue por más de 25 años el director musical de Gian Marco. Él me pidió mi contacto y me pasó la voz para una audición. No me dijo para quién, pero luego me contó que era para Gian Marco y que estaba interesado en hablar conmigo.

—Con ellos tuviste la presentación tan recordada del cierre de los Panamericanos 2019.

—Para mí fueron bastantes sentimientos encontrados porque acababa de fallecer mi abuelita. A mí me tuvieron que maquillar muchas veces porque todo el tiempo estaba llorando. A la hora de salir te olvidas porque el show debe continuar, pero recuerdos ambas cosas a la vez: por un lado, increíble, y el otro, con esa nostalgia.

—También estás a poco de iniciar una serie de conciertos con Diego Torres.

Esta semana vamos a empezar una gira. Hace 20 años él sacó su MTV Unplugged y hay canciones de ese concierto que él nunca más tocó y yo era su fan. Yo tenía 16 años y me compré con mis propinas el DVD original y les sacaba el ritmo a todas esas canciones. Nunca pensé, ni siquiera, que lo iba a conocer y ahora voy a tocar las canciones de ese unplugged. Yo ya me las sé todas y me siento super feliz. Diego no sabe, se lo diré en algún momento, pero es una emoción muy grande.

—Con todas las experiencias musicales que has tenido, cuál es el ritmo con el que te identificas más y dónde crees que está tu esencia?

Es una pregunta un poco complicada, porque me gustan muchos estilos. Pero más que decir uno que me guste más, podría decir que disfruto más con la música latina: que involucra el latin jazz y el latin funk; y la música afro, claro.