Mario Vargas Llosa en busca de escenarios para la ficción
Según Álvaro Vargas Llosa, el autor de La fiesta del Chivo realiza trabajo de campo en distintos escenarios del Perú para su nueva novela.
En Río de Janeiro, el 2009, la escritora brasileña Nélida Piñón, quien acompañó a Mario Vargas Llosa al desierto de Canudos, me contaba que el ahora nobel peruano, obseso, no dejaba de anotar en sus libretas la mínima información de lo que observaba o le decían los lugareños para su novela La guerra del fin del mundo, que, finalmente, le dedicó a ella, en este mundo, y a Euclides da Cunha, en el otro mundo.
Álvaro Vargas Llosa, en su cuenta de Twitter, acaba de difundir una serie de fotografías en las que se ve al escritor, con lapicero y libreta en manos, recorriendo el norte costeño del Perú y zonas periféricas de Lima como Villa El Salvador. Según Álvaro, el autor de La fiesta del Chivo realiza trabajo de campo en distintos escenarios del Perú para su nueva novela. Asimismo, señala que este peregrinaje se convertiría en un documental que mostrará cómo su padre “investiga una novela y el uso que su proceso creativo hace de la realidad”.
Su padre, sus hermanos Morgana y Gonzalo y él partieron de Lima el 21 de setiembre, a las 5:45 a.m. Era una ruta de diez horas, hacia su primer paradero, Casma, en Áncash, en la que los hermanos se turnaban en el volante. Y desde allí enrumbaron a su otro destino, Trujillo.
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El escritor, con sus hijos, recorrió las playas de Huanchaco. Sorprendió a todos. Para muchos era una aparición. Lo reconocían, pero no podían creerlo. El nobel disfrutó la visión de los milenarios caballitos de totora y de la misma playa donde un día, a principio del siglo XX, como se ve en una fotografía, también gozó César Vallejo.
Pero Trujillo solo era una estación en el camino. El paradero final era Chiclayo. Álvaro tuitea: “Puerto Eten, provincia de Chiclayo, 76 años después…”. Y es que el puerto de Eten se ha quedado como un ancla en la memoria del autor del autor de La casa verde. Porque Eten también es aludido en La ciudad y los perros, cuando el cadete Esclavo es castigado sin clemencia y solo recuerda la voz de su madre cuando él miraba “el mar sin olas de puerto Eten”.
En Etén recorrió la estación de un tren que ya es fantasma, del cual solo han quedado oficinas que parecen museos con viejas y olvidadas máquinas de escribir y carcomidos vagones como la osamenta de un ser que fue vivo.
En Chiclayo visitó el Museo Tumbas Reales de Sipán, en contacto prehispánico. Asimismo, recorrió el basural del puerto donde seguro encontrará un material luminoso para su nueva ficción.
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