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Cultural

Víctor Delfín: “He salido a las calles porque no soporto la miseria”

El veterano artista piurano recuerda sus años en Bellas Artes, no sin hablar del presente, la pandemia y el clima político que vivimos en estos tiempos electorales.

“Yo, en esas épocas, ya veía una carencia. Nunca ha cambiado nada. Hay una desconsideración humana establecida”, comenta el artista. Foto: Carlos Félix Contreras / La República
“Yo, en esas épocas, ya veía una carencia. Nunca ha cambiado nada. Hay una desconsideración humana establecida”, comenta el artista. Foto: Carlos Félix Contreras / La República

Como artista, ¿cómo asume la reclusión por el virus?

Para mí no ha sido ninguna reclusión. Hace años vivo sumergido en mi taller. Yo estoy aquí sin usar mascarillas y no recibo a gente que no viene protegida. Converso a cuatro metros, aunque no mucho. No es mi estilo, ya pasó la época de grandes reuniones. La mayoría de mis amigos ya han desaparecido. Esa es la desventaja de llegar a los 90 y tantos años.

El horror está afuera...

Por supuesto, pero también es porque la gente no sigue las reglas y los protocolos. Desde aquí, que es un mirador, se contempla muy bien el mundo. La gente no cree ni piensa en el mal.

El horror también está en nuestro sistema sanitario...

Por supuesto. Si ahondamos en el asunto, es como si estuviéramos en la época medieval. Yo conozco todo el Perú, hasta he sido colono en Tingo María y en esas épocas ya veía una carencia absoluta y eso sigue igual. Hay una desconsideración humana establecida. Hay gente que ocupa un hotel pagando miles de dólares y en la puerta está un paisanito que no ha comido y pide monedas. Hay explotación a la gente.

¿Le afecta como artista?

Por eso he salido a las calles, no soporto esa miseria, esa falta de respeto al ser humano. Se ha hablado de momentos que ha habido ingresos, bonanzas en el Perú, pero eso ha sido para unas cuantas familias que están detrás de sus negocios, que ganan, pero no comparten. No aumentan los salarios, por ejemplo.

La pandemia ha expuesto realidades...

Acabo de leer la historia de Pedro Castillo escrita por un mexicano, publicado en un diario internacional. Cuenta cómo son las clases de los niños de su pueblo, donde no les llega la información porque no les llega las tablets que les prometieron. Cuando estuve en Puno, como director, conocí a una profesora cuyos alumnos llegan a las 8, 9, 10, porque vivían lejos. Allí no había ni posta médica.

Eso no ha cambiado...

No ha cambiado nada, por eso me extraña que Mario Vargas Llosa diga que el mal menor es Keiko Fujimori.

El artista

¿La fuerza del arte está en su herencia vicus?

Mire, yo me declaro públicamente un neoindigenista. Y eso lo digo después de conocer todos los ismos. Siempre se han reído de mí, me han dicho: “Tú te crees el nuevo Sabogal”. Eso me decían en la escuela. El único ismo que ha existido en el Perú y he respetado es el ismo de Sabogal. Después ha venido toda esa avalancha, como siempre, de Europa, y se ha optado en dejar el caballete para hacer instalaciones.

Su neoindigenismo también está en “El beso”, su escultura en Miraflores.

Por supuesto. Y la han criticado porque eran dos cholos. Para la vecindad, se supone gente inteligente, esa obra les parecía una barbaridad. Pero, sabe, es la única escultura mestiza que existe en el Perú. Y nació de mis raíces, y es más, el hombre allí tiene mi rostro. Yo no soy griego, les he dicho.

¿Quién fue el artista que le indicó el norte?

El que más me enseñó y a poner los pies en la tierra fue Apu-Rímak, seudónimo de Alejandro González Trujillo. Él me dijo que no vaya a Europa, “si va, será un pintor más de la escuela francesa”. Me recomendó que conozca el Perú: “Visítelo bien y usted se dará cuenta de la fuerza que hay allí”. Buen consejo.

Y entre sus amigos de la generación del 50, ¿quién fue su cómplice?

Todos eran cómplices. La Escuela de Bellas Artes no era un coso cerrado, allí llegaban poetas y escritores como Romualdo, Sebastián Salazar Bondy, Belli y muchachos de Miraflores. Había una democracia que no existe ahora. Había gays y no era escándalo, nadie los molestaba y eran simpáticos, cultos, amigos, inteligentes, de modo que todos esos prejuicios que hay ahora me parece una decadencia. Había chicas que iban en autos, pero a mí nunca nadie me maltrató, al contrario, era engreído. Después íbamos al bar Palermo donde se escuchaba cátedra de filosofía, literatura y uno estaba obligado a leer. Esas tertulias eran extraordinarias. Qué me voy a quejar de la vida, ha sido maravillosa.

No tiene miedo al fin...

No. Si esta tarde viene la Parca y me dice vamos, yo les diré chau, muchas gracias, la he pasado muy bien.

En la política

Se sumó a la Marcha de los Cuatro Suyos. ¿Le queda amargura por Toledo?

No, mire, no era Toledo el único, allí estaban Alberto Andrade, Gustavo Mohme, entre otros. Los apristas, por supuesto. Y el que capitalizó el movimiento fue Toledo, pero cuando cayó Fujimori me fui a Ecuador a hacer trabajos pendientes en Capilla del Hombre de Guayasamín.

Pero trabajó con Toledo...

Sí. Él había dicho en París que yo me encargaría de los asuntos de cultura, pero como yo no le creo nada, me fui a Ecuador. Después me mandó llamar. Estuve dando vueltas como dos meses y crearon la Comisión Nacional de Cultura y me nombraron presidente. Pero no teníamos ni local. A los seis meses me pagaron y ese sueldo lo repartí entre algunos miembros porque estaban mal.

¿Allí se gestó el Ministerio de Cultura?

Allí se gestó. Lucho Lumbreras quería una Casa de la Cultura, pero Armando Robles Godoy, que lo tenía claro todo, dijo qué casa, un Ministerio de Cultura, sino no tiene sentido. Se formó el proyecto, pero Toledo, como siempre, nos engañó, nunca lo hizo.

¿Y cómo llegó el proyecto al gobierno de Alan García?

Solo Armando y yo nos quedamos en el proyecto. Armando me dijo: “Tú y yo no pertenecemos a ningún partido político, el único partido que nos interesa es de la cultura”. Después García me nombra presidente de la comisión de reestructuración de la Escuela de Bellas Artes y es cuando le hablo del proyecto. Y García, como siempre quería hitos históricos, creó el ministerio. Pero antes, cuando no se hacía nada, Armando siempre me decía: “Me voy a morir sin que se cree el ministerio”. Y así fue, Armando murió 15 días ante de su creación. Eso me dio rabia.

Hace un momento me dijo que se fue a Ecuador porque el fujimorismo cayó, ahora parece que vuelve.

Mire, me llama la atención todo esto, después de haber estado con Álvaro en las calles. Además, Mario postuló contra Fujimori, entonces toda de esa lucha durante tantos años para que ahora Mario termine diciendo que la mejor opción, el mal menor es Keiko. Es el mundo al revés, se pone a la par con Hernando de Soto. Soy amigo de Mario, él siempre ha sido muy afectuoso conmigo, no lo voy a negar, pero políticamente voy a decir esto: “Yo creo que Zavalita todavía no se ha dado cuenta cuándo se jodió el Perú”.

Nació en Acarí, Arequipa. Estudió Literatura Hispánica en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima, Perú). Egresado y bachiller en Literatura. Ha publicado artículos y reportajes en diarios y revistas nacionales y extranjeras. Sus textos literarios han sido incluidos en la “Antología de la Poesía Arequipeña”, de Jorge Cornejo Polar y en la muestra de poesía de Perú y Colombia “En tierras del cóndor”, de los colombianos Juan Manuel Roca y Jaidith Soto. Ha publicado el poemario Manuscrito del viento y libro de perfiles Rostros de memoria, visiones y versiones sobre escritores peruanos.