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Opinión

El peligro tras los partidos políticos, por Gonzalo Marroquín

Cuando cede la piedra angular en una construcción sensible –un arco, por ejemplo–, se corre el peligro de un colapso. En la democracia, la piedra angular son los partidos políticos, que deben funcionar como representantes de un sector de la población por sus ideales, ideología, aspiraciones y demás. La pregunta es: ¿están funcionando?

Gonzalo Marroquín
Gonzalo Marroquín

En el principio de la democracia, los partidos políticos fueron concebidos como estructuras de representación, fuente de debate ideológico, formación de cuadros y participación en las instituciones del Estado.  Hoy, en pleno siglo XX estamos viendo que en buena parte las Américas, las organizaciones políticas han colapsado o están crujiendo, porque se han convertido meramente en vehículos electoreros, sin estructura, con poca vida interna y una gran confusión ideológica… cuando la tienen.

El fenómeno no es nuevo ni exclusivo de algunos países.  Por el contrario, pareciera que se contagia o multiplica y está presente en gran parte del continente.  Lo peor, es que se camina por un sendero en el que no se va en dirección de corregir, sino se observa que la enfermedad avanza, como si de un cáncer terminal se tratara.

Guatemala, este país que tanto amo, es un buen ejemplo.  En 1985 se retomó la vía democrática tras casi tres décadas de regímenes militares y desde entonces se han sucedido diez presidentes electos popularmente, cada uno, representando a un partido diferente.  De esos diez partidos, solamente tres siguen vigentes y los demás se han extinguido en el tiempo por su falta de consistencia.

A mi buen entender, un partido político debiera reunir ciertas características básicas: ideología clara y coherente; democracia interna que provoque participación, debate y selección de los mejores líderes, formación de cuadros, arraigo social, financiamiento transparente, ética anticorrupción, respeto al Estado de Derecho y compromiso con la población, entre otras cualidades.

En el caso de Guatemala, unos pocos tuvieron alguna de esas características, pero ninguno de los que llegaron a gobernar tenía, al menos, la mayoría de ellas.  Guatemala sigue siendo un país con una democracia tambaleante que no responde a las necesidades de la población.  Por eso sus elevados índices de pobreza, desnutrición, salud y educación, con una infraestructura mediocre o mala.

Además, la corrupción, los intereses de grupo, el clientelismo, la falta de planificación y la confrontación social, a veces fomentada por las “castas políticas”, hacen que cada cuatro años haya elecciones, se cambie de Gobierno y partido político, pero las cosas de fondo siguen igual.  Si mucho, el estilo de la corruptela, de los abusos o del populismo, varía de acuerdo con el talante y personalidad del gobernante.

Pero no es difícil comprobar que, con matices diferentes, el problema está presente en muchos países y el sistema democrático sufre, con efectos que impactan en los pueblos de aquí, allá o acullá.

Veamos.  En el pequeño El Salvador se derrumbó un bipartidismo que surgió tras la guerra interna que vivió ese país centroamericano.  Los partidos Arena y FMLN se sucedieron con alternancia, pero con el mismo resultado: corrupción e ineficiencia.  El fracaso de estos partidos políticos agotó la paciencia de un pueblo frustrado en sus aspiraciones, hasta abrir las puertas para el surgimiento de un autoritarismo que ofrece un cambio sí, pero con falta de libertades democráticas. Un remedio que calma el dolor, pero no termina el mal.

En Perú se puede palpar casi de manera constante el fracaso de los partidos políticos y la ingobernabilidad se ha enraizado. Sin partidos políticos sólidos, los presidentes llegan al poder sin base de respaldo real, sostenidos por alianzas frágiles que se rompen una y otra vez, siempre por los intereses particulares o de grupúsculos de poder.

El caso de Venezuela es lo mismo.  Fracasaron los partidos tradicionales y abrieron las puertas a un líder autoritario, Hugo Chávez.  Desde entonces, el régimen chavista pretende controlar el país sin permitir que haya nuevos partidos fuertes.  Lo que hay son movimientos para promover el cambio, pero no partidos políticos.  En parte es porque no se permite libremente que funcione la oposición.  Todos sabemos que Nicolás Maduro atraviesa momentos difíciles, porque el pueblo quiere democracia.  Ojalá que en el renacer venezolano haya partidos con las características básicas.

Incluso en Estados Unidos, reconocido como la “cuna” de la democracia en América, estamos viendo que tanto demócratas como republicanos empieza a dar síntomas de agotamiento institucional.  Curiosamente es más notorio en el bando republicano, en donde ha surgido el movimiento conocido como MAGA, que son fanáticos seguidores de Donald Trump, por encima del propio partido.

El hilo conductor en estos y casi todos los países, es el mismo.  Para que haya una democracia sólida es necesario tener partidos políticos igualmente sólidos.  De lo contrario veremos que la historia se repite, que la democracia no trae la estabilidad, paz y desarrollo que los pueblos necesitan, no porque el sistema no funcione, sino porque no funcionan sus políticos… ya sean los partidos o sus líderes.

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