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Opinión

Sobre la mano invisible, por Kurt Burneo

 Lo que originalmente fue una descripción de las condiciones bajo las cuales los mercados podían promover el bien común, se transformó en una afirmación según la cual siempre lo harían, de manera milagrosa y automática.

Burneo
Kurt Burneo

Esta columna podría resultar aburrida para quienes no son economistas (ojalá no sea el caso), pero como profesor considero que este breve artículo puede ser de interés incluso para algunos legos en economía.

Se plantea que convivimos con numerosas referencias —casi como si fueran verdades absolutas— asociadas a la presentación del capitalismo actual. Tomemos como ejemplo la metáfora de la famosa “mano invisible”, introducida por Adam Smith en su Teoría de los sentimientos morales (1759), donde define el equilibrio en los mercados de libre competencia. En este contexto, la búsqueda individual del propio interés puede, de forma no intencionada, generar resultados beneficiosos para la sociedad en su conjunto, especialmente dentro de mercados libres. La metáfora ilustra los incentivos que a veces crean los mercados para que personas motivadas por el egoísmo actúen accidentalmente en favor del interés público, aun sin proponérselo.

Esta imagen es la más conocida de Adam Smith, pese a que solo aparece en tres pasajes de su vasta obra: un pequeño ensayo titulado Historia de la astronomía, en Teoría de los sentimientos morales y en su célebre La riqueza de las naciones. De estas tres, solo las dos últimas tienen relación directa con la economía. Sin embargo, en su época, la metáfora recibió poca atención.

Veamos ahora cómo esta expresión —"led by an invisible hand"— ha ido apareciendo con mayor frecuencia en los libros escritos en inglés después de 1800. Es a partir de la Segunda Guerra Mundial que su uso se vuelve más notable, en el marco de la defensa del capitalismo democrático frente al entusiasmo por la planificación centralizada del comunismo. Economistas como Paul Samuelson y Friedrich Hayek retomaron la metáfora de Smith y la colocaron en el centro de su visión sobre el libre mercado.

Esta recurrencia se estanca hacia 2015 y luego inicia una caída sostenida. Por otro lado, Samuelson, en su famoso libro de texto Economía (1948), que fue durante décadas el principal manual de la disciplina, convirtió la metáfora en una declaración de fe incuestionable, otorgándole un papel central en su cosmovisión. Y como toda fe —diría alguien— no se discute: se tiene o no se tiene. Smith había escrito: “Solo persigue su propia seguridad, solo su propio beneficio. Y una mano invisible lo conduce a promover un objetivo que no entraba en sus propósitos”.

Hayek, por su parte, elevó el principio hasta convertirlo en una suerte de religión y desarrolló su "fe" en las "fuerzas espontáneas". Supuso, con orgullo, que en el ámbito económico las fuerzas autorreguladoras del mercado introducirían los ajustes necesarios ante nuevas condiciones, aunque nadie pudiera prever cómo. Ya en la década de 1990, la historiadora económica Amity Shlaes sostenía que Adam Smith había creado “la poderosa imagen de la mano invisible, la mano del libre comercio que lleva mágicamente el orden y la armonía a nuestras vidas”.

¿Dónde está, entonces, la confusión? Lo que originalmente fue una descripción de las condiciones bajo las cuales los mercados podían promover el bien común, se transformó en una afirmación según la cual siempre lo harían, de manera milagrosa y automática, independientemente del contexto.

A diferencia del fundamentalismo de mercado resultante de una interpretación errónea de la “mano invisible”, el verdadero concepto de Smith ofrece orientaciones útiles para las autoridades actuales. ¿Cómo generar una preferencia por “dedicarse a la actividad nacional más que a la extranjera”? ¿Cómo asegurar que orientar dicha actividad hacia la producción de “un valor máximo” sea efectivamente el camino al mayor beneficio? Esas condiciones, junto con la “libertad”, son los requisitos necesarios para el buen funcionamiento de un sistema capitalista.

Por otra parte, no faltan críticas importantes al concepto de la “mano invisible”, especialmente cuando se asume que los mercados siempre funcionan de manera eficiente. En la práctica, los mercados pueden no asignar bien los recursos. Las transacciones pueden generar externalidades, como la contaminación, que afectan negativamente a la sociedad.

En conclusión, es indispensable tener claridad sobre el uso y los límites de los conceptos en economía.

Profesor en CENTRUM PUCP

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