
Para vivir en el Perú hay que ser valiente. Desde que nos despertamos y salimos a la calle, enfrentamos retos permanentes. Pero esto no es novedad, así es el país que nos tocó vivir. Lo que sí es diferente es la intensidad de los retos y la reducción de herramientas a nuestro alcance para hacerles frente.
El deterioro de las condiciones de vida es alarmante. La salud, la educación, la vivienda, el transporte, la seguridad, todo se precariza. Las peruanas y peruanos logramos sobrevivir como podemos, resolviendo los problemas con la nuestra, con cada vez menos ayuda del Estado. Por el contrario, el manejo de los servicios públicos por parte de nuestras autoridades hace que el camino sea una cuesta empinada, llena de huecos, precipicios y puentes caídos.
Esto ha llevado por supuesto a la creatividad sin límites y a una resiliencia que es objeto de estudio en las ciencias sociales. Pero la otra cara de la moneda es la legitimación de la pequeña corrupción, la sinuosidad, el saltarse las normas porque es la única manera de sacar adelante cualquier emprendimiento. Hay que sobrevivir.
La política peruana refleja cada vez más ese lado de la moneda y su efecto pernicioso hace que la situación se agrave y el deterioro sea mayor. Se ha generado un círculo vicioso y son pocas personas, las que son valientes para vivir y no sólo sobrevivir, las que lo rompen.
Hace pocos días murió una mujer valiente, a la que vi romper ese círculo. Una mujer que decidió no sobrevivir en el mundo de la política sino vivir plenamente en la defensa de los derechos.
Conocí a Gloria en el congreso del 2016-2019. En el tiempo político que muchos identifican con el del desplome de la democracia. Cuando el acomodo era claramente la pauta de acción política, en un parlamento hegemonizado por el fujimorismo – no sólo como fuerza política sino como práctica política – al que no pudo resistirse ni el gobierno de PPK, que desde el primer momento decidió buscar a como de lugar su beneplácito, antes que asumir la tarea de hacerle frente. Gloria no, de manera educada y sin perder la compostura, tuvo posiciones firmes y supo nadar a contracorriente.
No dudó en renunciar a su bancada cuando quedó en evidencia que no le harían frente a la lógica fujimorista. En una carta dirigida a Cesar Acuña, luego de haber tomado posiciones públicas muy diferentes a las de su organización, señaló “no es mi deseo ser la frecuente voz singular y discordante en una agrupación política cuyas finalidades partidarias no han sido comprendidas en su total magnitud por un sector de voceros del partido”. Así era, aunque no lo quisiera, una voz singular y discordante en el país.
Su muerte ha sido abrupta y genera una pérdida grande, para la lucha por la democracia y para la defensa de los derechos de las mujeres. Nos hará mucha falta.
Tras su muerte, varias de las batallas de Gloria han sido visibilizadas. Yo quiero recordar acá uno de sus últimos mensajes en la red social X sobre su experiencia en ESSALUD, que como dice, refleja la indignación colectiva: “me dieron una referencia en mayo del 2024, pasó un año y nunca me llamaron. Ayer me programan cita para ¡24 de septiembre! ¿Y los adultos mayores con pensiones mínimas? ¿las personas con discapacidad? ¿madres con bebés enfermos, saltando de local en local? Mientras tanto, compran suero a 5 veces su valor, sobrevaluan robots, altos funcionarios cuestionados... ¡Indignante e inhumano! Las personas merecen atención digna y oportuna”.
El mensaje es del 13 de mayo, poco más de una semana antes de morir.
La realidad de las y los asegurados es la de un viacrucis permanente. Conseguir una cita, una referencia, un examen, un tratamiento es una lucha. Cada etapa es un nuevo obstáculo. Si no hay familiares o amistades que acompañen el proceso, muchas veces es simplemente imposible.
Esta realidad tiene claros responsables y están en los cargos de mayor responsabilidad política. Dentro del seguro social hay cientos de profesionales de la salud que bregan día a día contra otras dificultades adicionales para poder atender a sus pacientes, otros valientes que asumen con responsabilidad y entrega su tarea de cuidar la salud. Tomógrafos malogrados, medicinas agotadas, acumulación de citas y un largo etc. Es humanamente insostenible. He sido testigo del estrés y la frustración de directores de hospitales y responsables de áreas que hacen lo imposible para poder ampliar la cobertura y atender un caso más. Pero actos heroicos, diarios y muchas veces anónimos no son suficientes para garantizar atención digna y oportuna, como reclamó Gloria.
La precarización de la salud como derecho ha llegado a un nivel perverso. El MINSA, a través del SIS, tiene la obligación de dar salud universal. Esta tarea le queda más que grande y la mayoría vive en carne propia sus límites. Pero ESSALUD no es el MINSA. No es un programa universal del Estado como parte de su política social. Es un servicio que, si bien está adscrito al ministerio de trabajo, está financiado principalmente por el aporte de las y los trabajadores. Personas que a lo largo de su vida han destinado parte de su salario a sostener un sistema de salud que garantice, como mínimo, atención en los peores momentos.
Pero ese mínimo, el de al menos la atención en los peores momentos, parece caerse también, como los puentes que se desploman en nuestro país ante la indolencia de nuestras autoridades y la falta de interés de las élites económicas y políticas del país. Los cambios de gabinete, como el último, no responden a las urgencias ciudadanas y la indignación colectiva, son representaciones vacías de una mandataria frívola ante un parlamento cruel.

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