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Opinión

La carrera de los fantasmas, por Rosa María Palacios

Por eso, aun cuando faltan casi 10 meses, hay que tener mucho cuidado con impedir la participación política, un derecho constitucional, cuando la mayoría del país percibe que se trata de un abuso de poder para evitar la competencia.

Rosa María Palacios 25-05
Rosa María Palacios 25-05

Martín Vizcarra, Pedro Castillo y Antauro Humala tienen mas de una cosa en común. Ninguno de los tres esta hoy en posibilidad de ser candidato presidencial y los tres son los que mayor arrastre popular podrían tener en una eventual elección. Esta paradoja es fácil de explicar en sus razones legales, pero sacar del partidor a los jugadores con mayores posibilidades demanda tener plena responsabilidad de las consecuencias.

Martín Vizcarra está inhabilitado por el Congreso para el ejercicio de la función pública y, para que no quepa ninguna duda, el JNE lo ha desafiliado del partido que él mismo fundó. Pedro Castillo se afilió al Partido “Todos con el pueblo” pero éste no logró completar el proceso de inscripción. Sin estar inscrito en un partido, solo podría postular como diputado o senador   invitado de alguna organización política, siempre que no tenga condena vigente, cosa que puede suceder antes de fin de año. Lo mismo ocurre con Antauro Humala. El Partido “A.N.T.A.U.R.O” fue declarado ilegal por la Corte Suprema por violar los valores democráticos establecidos en la ley de partidos políticos. Humala solo podría postular al Congreso como invitado, pero no a la presidencia dado que es requisito indispensable ser militante inscrito de un partido un año antes de las elecciones.

Vizcarra, además se encuentra en pleno juicio por el caso de los sobornos en Moquegua. Una sentencia condenatoria antes de las elecciones también lo dejaría fuera de carrera aun cuando estuviera habilitado para postular en un recurso que ha anunciado planteará ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos siguiendo el camino que recorrió el entonces inhabilitado Alan García en el año 2001.

El 21 de abril del 2025 Ipsos publicó una encuesta para Peru21 con la intención de voto (con tarjeta). Los tres primeros puestos fueron para Fujimori (11%), López Aliaga (6%) y Carlos Álvarez (6%). Todos los demás van de 3 puntos hacia abajo sumando 35 puntos. Blanco, viciado, ninguno y no precisa suman 42%. Como se puede apreciar, ningún entusiasmo arrasador a la vista y si un enorme fraccionamiento en una guerra de pigmeos.

Dadas las circunstancias de Vizcarra, la encuesta no lo incluye. Pero si coloca a Antauro Humala y a Pedro Castillo como candidatos al Senado, lo cual es hoy una posibilidad. Aquí es cuando las alarmas suenan.  En el caso de Humala, 4% definitivamente votaría por él y 11% podría votar por él, sumando así 15% su potencial voto. En el caso de Castillo, un 15% definitivamente votaría por él y un 22% podría votar por él, sumando su potencial electoral un 37%.  Ninguno de la lista de los “presidenciables” se acerca a estos porcentajes. Vizcarra no está medido lo que comienza a ser un problema político porque se sospecha que este ocultamiento al público esconde una inmensa popularidad.

¿Por qué estos tres candidatos fantasmas pueden tener un potencial mucho mayor a la lista de presidenciables? Humala es un exconvicto sentenciado por asesinato que purgó más de 17 años de condena; Pedro Castillo está acusado por golpista y por corrupto y su desempeño como presidente fue desastroso para la economía y Vizcarra tuvo un manejo de la pandemia que admite una profunda y sustentada crítica, además de estar acusado de corrupción, aunque sin sentencia casi 5 años después de vacado. No es, pues el ejemplo, en ningún caso, de líderes impolutos. ¿De dónde sale entonces su arraigo popular?

59% del país, en otra encuesta de Ipsos, cree que Pedro Castillo fue una víctima de un golpe de Estado perpetrado por el Congreso. Esto, siendo falso, expresa la rabia que el parlamento acumula en los últimos años. En ese sentido, Vizcarra es también una víctima (acusado por el Congreso) y no en vano (aún ya conociéndose el escándalo del vacunagate) sacó más de 160,000 votos en las elecciones del 2021, asegurándole una bancada a Somos Perú a la que tampoco le permitieron unirse. Desde que en 1980 ganó las elecciones Fernando Belaúnde Terry, la “restauración” es una idea que nos vuelve a visitar. Es decir, el electorado tiende a compensar a aquellos presidentes que llegaron por voto popular, pero que fueron arrojados abruptamente del poder en lo que se percibe como un abuso. En estos casos, un abuso del Congreso que hoy compite en impopularidad con Dina Boluarte. Eso, entre otros factores, puede explicar la popularidad de ambos expresidentes.

El caso de Humala tiene que ver más con el afecto por el autoritarismo que tiene un sector marginal de la población, que, en tiempos de criminalidad extendida demanda “mano dura” y radicalidad. En un sistema de partidos sólidos, Humala sería una anécdota, la anomalía que el mismo sistema crea o el loquito que nunca falta para darle color a una campaña. Pero con pseudo partidos que representan intereses particulares y un fraccionamiento provocado por el mismo Congreso que derogó las PASO, Antauro se agiganta entre los enanos por su lenguaje agresivo y procaz en el que se jacta de ofrecer el fusilamiento de su propio hermano.

Una democracia está en serios problemas si es que los candidatos con mayor interés para el electorado no pueden participar. En el siglo XX la sociedad peruana fue a elecciones con partidos proscritos y sus líderes acusados de toda clase de crímenes. Es por esa razón que un líder con enorme arraigo popular como Haya de la Torre jamás pudo ser presidente. Las fuerzas autoritarias del país lo impidieron consistentemente por 50 años. Esa es una lección duramente aprendida, pero parece que hoy está olvidada.

Por eso, aun cuando faltan casi 10 meses, hay que tener mucho cuidado con impedir la participación política, un derecho constitucional, cuando la mayoría del país percibe que se trata de un abuso de poder para evitar la competencia. No es precisamente un invento peruano. No hay dictadura en el mundo que no se identifique con la desaparición de los adversarios. Los fantasmas no pueden competir, pero, tal vez, si puedan endosar. Y ese resultado, ser toda una sorpresa para quienes se sienten muy seguros y aliviados de haber liquidado a los mayores competidores en mesa y no en la cancha.

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